El ministro de Cultura, Ernest Urtasun, ha confirmado a EFE que no acudió a la reapertura de la Catedral de Notre-Dame por “compromisos familiares”. Esta decisión particular tuvo un impacto en la diplomacia española, imposibilitando la presencia de Felipe VI y Letizia, así como del resto de la comitiva diplomática que tenía previsto aterrizar en territorio francés.
Entre los asistentes, destacó la presencia del presidente Volodímir Zelenski y Donald Trump, quienes mantuvieron un encuentro formal moderado por Emmanuel Macron, el presidente francés. Esta reunión ha motivado un cambio de posición del futuro presidente de los Estados Unidos, ya que horas después de que se produjera, se pronunció en los medios abogando por el cese del conflicto armado y el inicio de una negociación pacífica.
Así pues, la reapertura de la catedral no solo fue un acontecimiento estéticamente impecable, sino que también fue escenario de intermediaciones clave para el futuro del planeta. Paralelamente a ello, lo que por desgracia también se pudo constatar en París, es que España, una vez más, hizo el ridículo.
Resulta muy extraño que, ante la anunciada ausencia del ministro Urtasun, el presidente Sánchez no optara por enviar a nadie o acudir él mismo. Es cierto que su relación con Macron siempre ha sido difícil; a nadie se le escapan los recientes desencuentros en políticas de desarrollo y el estallido del conflicto entre agricultores franceses y transportistas españoles. Ahora, en una reconstrucción que sienta de nuevo las bases de la civilización y la concordia entre los distintos, no hay un solo motivo razonable para quedarse en casa y dejar a un país hermano a la intemperie.