Las agresiones sexuales, entre la vulgarización y la demagogia

El exdiputado y exportavoz de Sumar en el Congreso, Íñigo Errejón.
El ya exdiputado de Sumar Íñigo Errejón, en el Congreso.

En estos terribles días la atención social está puesta, y es lógico, en la colosal tragedia que se ha abatido sobre las tierras de Levante, que no deja espacio para pensar en nada más. Al lado de esa desgracia pierden importancia graves temas como la entrada y registro en el despacho del Fiscal del Estado o la cruzada moral y política emprendida contra un político por una periodista (o lo que sea) especializada en la divulgación de testimonios anónimos, de cuya veracidad da fe la divulgadora.

Pero al igual que en el famoso cuento de Monterroso, el dinosaurio sigue en el mismo sitio, aunque los afectados estén disfrutando de un cierto respiro lejos de los focos. Muchas son las cosas que se han dicho sobre el caso del político supuestamente acosador o agresor sexual, y que no voy a repetir, como es lógico, aunque sí quiero llamar la atención sobre la diversidad de actitudes ante el suceso. Una parte, a la que se han apuntado muchas y muchos sin más equipamiento argumental que lo que han leído en la prensa, despelleja inmisericorde al supuesto protagonista, destacando sus ínfulas de superioridad intelectual y política, así como el supuesto compromiso de las formaciones políticas en las que ha desplegado su actividad con los derechos de la mujer y la necesaria lucha encarnizada contra el machismo y su deriva agresora. La otra parte, por el contrario, lamenta que se haya dado crédito a la divulgación de chismes que, además, son anónimos, lo cual no ha impedido que sean usados para destrozar a una persona, sentando un precedente más que peligroso para la convivencia social y política.

La impulsora de este embrollo se defiende arguyendo que lo suyo no es una investigación paralela

Muchas voces se han alzado en contra de esa vía de denuncias anónimas, incluso se ha dicho, con razón, que la manera en que se ha desarrollado el asunto está causando un grave daño al feminismo serio, además de la crisis que supone la aceptación social de imputaciones no comprobadas a través del único cauce admisible, que es la investigación policial a partir de la correspondiente denuncia no anónima. Por lo visto, la impulsora de este embrollo se defiende arguyendo que lo suyo no es una investigación paralela, sino que su objetivo es la “construcción de una memoria colectiva”, lo cual no requiere, por lo visto, que sea verdad o mentira lo que se difunde.

Bajo ese deplorable argumento subyacen una serie de ideas que son las realmente preocupantes, pues que una periodista o “constructora de memoria”, desconocida para la gran mayoría, haya querido hacerse un nombre usando el juego sucio, es cosa que, a la postre, a nadie interesa. Que esa manera de acusar pueda considerarse de mal gusto, pero no delictiva, es, en cambio, mucho más preocupante, y, más todavía, que se pueda pretender que está amparada por el secreto profesional del periodista. El secreto profesional ha sido reconocido por nuestros Tribunales, pero no supone una patente de corso: el informador no puede ser castigado por no revelar sus fuentes, pero, por supuesto, responde personalmente de lo que divulga.

El dislate comenzó con la obsesión por suprimir la diferencia entre agresiones y abusos, que luego tuvo que ser reconsiderada deprisa y corriendo

Diciendo esto no pretendo salir en defensa del personaje político afectado, sobre quien pesa solo una denuncia que deberá seguir el curso pertinente. Otra cosa es que sus formaciones políticas (Podemos, Sumar y, en buena parte, el propio PSOE) hayan contribuido a crear un clima contra la legalidad penal en todo lo concerniente a las ideas de agresión y de consentimiento, para sentenciar que la regulación de los delitos contra la libertad sexual era insuficiente, incorrecta y defectuosa, y que eso era “indiscutible” y urgía un cambio radical. 

El dislate comenzó con la obsesión por suprimir la diferencia entre agresiones y abusos, que luego tuvo que ser reconsiderada deprisa y corriendo. A aquel despropósito le siguió la acusación a la “sociedad patriarcal” como causante de todos los males que las mujeres sufrieron históricamente (en lo que se puede estar de acuerdo) y también en la actualidad (lo que es inaceptable). Especialmente porque eso sirve para justificar, sin necesidad de prueba alguna, que un varón medio es, en principio, un potencial agresor sexual, sencillamente porque en las sociedades patriarcales los hombres tienen dominio y autoridad sobre las mujeres, y de ello abusan siempre que les apetece, cosa que, así presentada, es un simple disparate en nuestro tiempo, sin discutir que puede haber delincuentes contra la libertad sexual.

Se identifica el acoso con la agresión y se eleva a agresión también el comentario maleducado o soez

Lo de la sociedad patriarcal, además, sirve tanto para un roto como para un descosido, pues en el recuerdo está la patética defensa de su inexistente curriculum por parte de la hoy Presidenta del Consejo de Estado, profesora de Universidad, para justificar que apenas había publicado trabajo alguno ni tenía actividad investigadora acreditada, a causa “de la sociedad  patriarcal”, lo cual provocó la indignación de las muchísimas Profesoras de Universidad de excelente trayectoria docente e investigadora.

Como decía antes, en su momento se defendió la necesidad de suprimir la diferencia entre abuso y agresión sexual, y eso se corrigió, pero si se examinan de cerca las denuncias anónimas que tanto han circulado en los últimos días se comprueba que en ellas se da un paso más: se identifica el acoso con la agresión, y, además, se eleva a agresión también el comentario maleducado o soez o la actitud impropia de una relación sexual presidida por el amor o la elegancia. Todo vale para alimentar el fuego contra los agresores que, por supuesto, no han de ser combatidos con las lentas e inútiles armas del derecho penal, sino creando una conciencia colectiva que sepa detectar agresiones al menor indicio de pulsión sexual manifestada por un sujeto para, acto seguido, proceder a su destrucción moral y social.

Las consecuencias que, pensando en el futuro, puede reportar esa manera de valorar las conductas humanas en el marco de las relaciones que simplemente se acerquen a lo relativo al sexo, son tan predecibles como destructivas.

Gonzalo Quintero
Gonzalo Quintero
Catedrático de Derecho Penal y Abogado

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