El caso Errejón está dando mucho de sí. Desde la carta de dimisión al relato de la presunta víctima, parece que hay otras hasta ahora anónimas, pasando por el supuesto encubrimiento de sus compañeros/as de filas, las teorías de la conspiración podemita o sanchista o el impacto del caso en el futuro de la izquierda woke.
La carta de renuncia de Errejón es, básicamente, un relato auto–justificativo y de victimización. Echa la culpa de lo que el llama «contradicción entre el personaje y la persona» a elementos externos, desde el patriarcado hasta el neoliberalismo, pasando por la dura vida del político, que «ha desgastado mi salud física, a mi salud mental y a mi estructura afectiva y emocional». El discurso casa bien con la ideología woke que él representa. Recuerda los mea culpa americanos, por ejemplo el caso Tiger Woods, pero sin ninguna inculpación de hechos concretos ni petición de perdón a unas presuntas víctimas concretas que en ningún momento explicita. En suma, se presenta como una víctima-enfermo, señala que está en tratamiento, quizás para dejarse la puerta abierta para algún día reaparecer curado y redimido: muerto el personaje, renacerá la buena persona que siempre fue. El victimismo es un cáncer para las sociedades occidentales. Asumir que las personas tienen capacidad de elegir, de decidir, con todos los condicionantes que se quiera, y que sé que son muchos, es un requisito para ser y sentirse libre.
La onda expansiva de la carta ha sido brutal. Desde el encubrimiento de compañeras/os de partido que conocían la existencia de denuncias, hasta el aprovechamiento del caso por el feminismo radical para fomentar la misandria: todos los hombres son violadores en potencia, da igual que se consideren feministas o machistas, de derechas o de izquierdas, puede leerse en en las redes sociales.
Se presenta como una víctima-enfermo, señala que está en tratamiento, quizás para dejarse la puerta abierta para algún día reaparecer curado y redimido
Soy un absoluto defensor de la presunción de inocencia. Es un principio nuclear del Estado de Derecho que ha sido maltratado por la nueva inquisición wokista. Y, de momento, ni Errejón se autoinculpa de ningún delito de agresión sexual ni el relato de las presuntas víctimas que ha trascendido, a mi entender, es un caso de agresión sexual sino más bien un sentimiento de decepción de una mujer despechada. Una cosa es el juicio político, indispensable por tratarse de un personaje público, y otra la apreciación o no de delitos que corresponde exclusivamente a los Tribunales. Una cosa es la crítica a la hipocresía de un político y otra la acusación de haber cometido delitos.
El wokismo está en decadencia, empezando por su patria, Estados Unidos. El caso Errejón va a acelerar su desprestigio y caída en España y, sin duda , va a tener un alto precio para la izquierda woke, especialmente SUMAR. Está por ver si Podemos, sus representantes en redes se han cebado con Errejón, puede librase del estigma. No conozco personalmente a Errejón y no tengo ninguna animadversión contra él por lo que no le deseo mal alguno. Pero sí me alegro de que el wokismo, ideología divisiva y generadora de odio, esté en crisis. Su desaparición es una condición necesaria para reconstruir amplios consensos en temas sociales de gran trascendencia que no merecen ser armas arrojadizas en la lucha partidista.