El prohombre de la estaca, actual presidente de la Asamblea Nacional Catalana (ANC) y exvicepresidente de los Cruzados de Cristo Rey, apareció al término de la manifestación en la tribuna el 11 de septiembre, orlado con un pañuelito amarillo al cuello, para recordar a los menguados fieles que acudieron a la cita del secesionismo en Barcelona que “en Cataluña, la normalidad sois vosotros, los independentistas” y la democracia española no os ofrece nada más allá de la represión. Salimos a la calle, dijo el cantautor, “porque ni estamos pacificados ni nos han pacificado”, palabras que fueron coreadas por los manifestantes al grito de ‘Puta Espanya’, acogido con cara de satisfacción por el orador, quien, encorajinado, concluyó su alegato con una llamada “para que cada uno de nosotros trabaje en este proyecto colectivo que es la libertad de nuestro país. Luchemos unidos hasta la independencia”, con un gallito incluido, explicable tal vez por la emoción de sentirse más cerca que nunca del ansiado objetivo.
Gaseni, militante de ERC, senador y presidente de la Asociación de Municipios por la Independencia (AMI), tuvo también sus minutos de gloria en tan señalado día. Destacó la importancia de la independencia para que “los ayuntamientos catalanes tengan los recursos suficientes para desarrollar las políticas sobre las que tienen competencias”, y no se quedó atrás en sus diatribas contra el Estado español al que acusó de ser “una amenaza estructural para la supervivencia de la lengua y la cultura catalanas y para garantizar un futuro digno para los ciudadanos de este país. La independencia es un proyecto para vivir mejor”. Quizá su caso sea una excepción que refuta la “amenaza estructural”, porque el sueldo de senador que recibe del opresor Estado español ha debido ayudarle a vivir algo mejor.
Esperando la llegada del salvador
Antich dispuso de la tribuna de Ómnium Cultural (Ómnium) en la fiesta organizada en el Arco del Triunfo horas antes de la manifestación ‘unitaria’. Reconoció con mayor franqueza la delicada situación que atraviesa el movimiento secesionista y se postuló para ejercer de argamasa “en un momento en que el PSC ha aterrizado en la Generalitat para abrir un nuevo ciclo político”. Si bien advirtió que el independentismo “no ha claudicado ni claudicará hasta conseguir sus objetivos” y pidió pasar a la acción para superar el desánimo y la parálisis, Antich reconoció que “no estamos aquí para alimentar la nostalgia. Urgentemente, tenemos que comprender que ya no estamos en 2017, sino en 2024. Nos continúa moviendo la pasión de un país libre. No estamos aquí para alimentar la autocomplacencia, y no podremos avanzar colectivamente hasta que hagamos la autocrítica necesaria. Hay que redefinir las estrategias”..
En una entrevista en RAC1, Antich achacó el fracaso de la convocatoria a que “la gente sale a manifestarse cuando tiene un horizonte claro, un objetivo compartido que haga que la gente salga”, y “este proyecto de horizonte compartido que hace que la gente salga no está”. El presidente de Ómnium ha trasladado a los partidos políticos la responsabilidad de “vehicular en un gran proyecto los grandes consensos sociales”. Pura palabrería. El consenso social no ha existido nunca y el consenso entre los partidos políticos independentistas, que nunca han representado ni a la la mitad de los ciudadanos catalanes, se deshizo en cuanto comprobaron que las instituciones del Estado español no estaban dispuestas a quedarse cruzadas de brazos cuando a dos políticos locuaces, secundados por la mitad del Parlamento de Cataluña, se les ocurrió proclamar la independencia el 27 de octubre de 2017. Uno de ellos salió tarifando sin que nadie lo persiguiera y el otro aguantó estoicamente ser juzgado, condenado e indultado.
Por mucho que se han esforzado en repetir que la convocatoria “va a llenar las calles del país” de las maravillas y por mucho que se empeñen en achacar a España lo mal que viven los catalanes, cualquier observador medianamente objetivo ha podido constatar que la convocatoria del 11-S constituyó un fracaso en toda regla, quizá porque cada vez hay más catalanes que piensan que el desgobierno en que los independentistas han sumido Cataluña desde 2012 no les ha ayudado precisamente a mejorar su nivel de vida sino todo lo contrario. Algunos han caído incluso en la cuenta de que el ilusorio proyecto secesionista sólo ha ayudado a vivir mejor a quienes han hecho de la independencia su modus vivendi, como ocurre con el prófugo de Waterloo, el hombre de la estaca, Gaseni y tantos otros vivos que se subieron al carro del trigo y ahí siguen confortablemente instalados aunque el carro no se mueva.
No deja de ser todo un síntoma del desconcierto que reina en las filas independentistas que el lema de la pancarta que portaban Llach, Antich y Gasseni a la cabecera de la manifestación demandara “Vivienda digna. Independencia», en lugar de “Levántate Cataluña contra el Estado opresor” o algo por el estilo. A los líderes de las organizaciones convocantes de la manifestación les queda el consuelo de saber que “el independentismo no ha desaparecido” y “se resiste a desaparecer e irse a casa”, y que los independentistas “dejamos de hablar del 2017 y hablamos de qué esperamos del país en 2028 o en 2050”. ‘Agenda 2028-2050’ podría denominarse el nuevo proyecto de secesión a plazos que sustituye al urdido por Mas y Junqueras en 2014 que prometía alcanzar la independencia en 18 meses. Y es que incluso cuando la estación está abandonada y ya se han levantado las traviesas de la vía, algunos lugareños no pierden la esperanza de que el tren pase por allí de nuevo y todos unidos en comunión mística arriben a la estación término.
1714
El 11-S es un día muy recomendable para releer “1714”, el ensayo de Kamen, y desmitificar el imaginario creado por los nacionalistas en torno a la rendición de Barcelona. Que Cataluña se mantuvo leal a Felipe V hasta 1705 “cuando la acción hostil de los representantes reales va causar el malestar del pueblo y de las autoridades del Principado… es una completa ficción”, como también es incierto e inverosímil que se produjera “un levantamiento nacional del pueblo”. “En realidad, los catalanes -dice Kamen- siguieron la lógica de la ‘fuerza mayor’ y, desde luego, no un presunto sentimiento nacionalista”. En la esfera internacional, se libró una guerra hegemónica entre Austria e Inglaterra en un bando y Francia y España en otro, y lo que se produjo en Cataluña “fue una guerra civil más que un rechazo a la monarquía borbónica”.
En cuanto al venerado héroe Rafael Casanova, hay que reconocer “que fue directamente responsable de aquella resistencia condenada a la muerte final” que padecieron tantos defensores (en torno a 6.000) y atacantes (unos 10.000), no el propio Casanova que salió casi ileso, “quemó sus archivos, se hizo pasar por muerto y delegó la rendición en otro consejero. Huyó de la ciudad disfrazado de fraile, y se escondió en una finca de su hijo en Sant Boi de Llobregat” donde murió en 1743. Tras ser amnistiado en 1719 y ejercer como abogado hasta 1737 “vivió felizmente mientras otros muchos murieron miserablemente”, concluye Kamen. Todo un héroe de ficción (como el prófugo de Waterloo) para una historia de rebelión popular contra la opresión absolutista de Felipe V igualmente ficticia. Al ver desfilar uno tras otro a los representantes de las fuerzas vivas del Principado año tras año ante su monumento en Barcelona, uno no puede dejar de preguntarse por qué siguen alimentando el mito y ocultando la trágica realidad histórica.