Salvador Illa ya ha formado Gobierno, y su composición ha dado pie a valoraciones variopintas, que van desde señalar la mayoría de las mujeres hasta la apreciación de un intento por reunir diferentes sensibilidades políticas, como demostraría que haya Consellers que anteriormente habían participado en política a través de CiU, Junts o ERC. En contra, desde Junts se dice que se trata de un Gobierno “autonomista” sin voluntad de independencia, o lo que es lo mismo, que admite la existencia de la Constitución española, a diferencia de Junts, que se constituye como oposición independentista dispuesta a trabajar para recuperar el poder y continuar la tarea emprendida el 1 de octubre de 2017, con el éxito de todos conocido, hasta lograr el Estado propio.
Esa es una primera lectura, no muy profunda, que, siendo respetable en líneas generales, deja en la penumbra importantes temas que no deberían ser descuidados en el análisis. Nada que decir sobre la composición del nuevo gabinete pues se trata de una responsabilidad exclusiva de quien lo nombra (Illa) que es quién ha de llevar adelante la acción de gobierno con la cooperación de todos ellos, y los éxitos serán tal vez de cada uno, pero los fracasos, todos del que nombró.
Dicho eso hay que dirigir la mirada a algunos aspectos preocupantes, que son seguramente consecuencia de la letra pequeña de los pactos entre el PSOE y ERC, como la creación de una Conselleria de Política Lingüística, cuya misión previsible no será tanto la difusión del conocimiento y estudio de la lengua catalana como el trabajo de “policía del lenguaje”, con capacidad para demonizar y reprimir cualquier apartamiento del (inconstitucional) programa mono- lingüista que siempre ha deseado el independentismo, sin que el PSC haya hecho especiales gestos de repudio, pero, además, el propio Illa, de cuya lealtad a la Constitución no me cabe duda, ha aprovechado la toma de posesión de su Gobierno para proclamar expresamente la importancia de defender el catalán como columna vertebralde la nación catalana.
Nada que decir sobre la composición del nuevo gabinete pues se trata de una responsabilidad exclusiva de quien lo nombra (Illa)
Esa es una idea, por supuesto, muy respetable, aunque es, irremediablemente, una manera de jibarizar la historia y la cultura de Cataluña, además de un modo de marginar a todos los miles de catalanes que no tienen a la lengua en esa máxima significación. El nacionalismo ha colonizado al PSC más de lo que parece, y eso se traduce en el miedo de los socialistas a ser tildados de poco catalanistas.
Las condescendencias del PSC con las agresivas cojudeces de las huestes independentistas provienen, según muchos, de la parte de nacionalismo irredento que anida en el alma del socialismo catalán, lo que explicaría también las fugas al independentismo que en el PSC se han producido, y también algunos incomprensibles pecados no menores, como, por ejemplo, que la Diputación de Barcelona, presidida por una alcaldesa socialista, pague a la mujer de Carles Puigdemont, 6.000 euros al mes por un programa semanal que apenas tiene seguidores. No hay que esforzarse mucho para entender que la operación no es otra cosa que un modo indirecto de financiar la economía de la pareja.
No hay que esforzarse mucho para entender que la operación no es otra cosa que un modo indirecto de financiar la economía de la pareja
Por supuesto que muchas cosas cambiarán, como, por ejemplo, la impunidad sistemática de todos los excesos violentos del independentismo en el ejercicio de su libertad de expresión y manifestación, pues, como han denunciado los propios Mossos, durante mucho tiempo, la Generalitat de Cataluña no tramitaba las sanciones que por ese motivo se imponían a raíz de sucesos ocurridos manifestaciones independentistas. Hubo, pues, un programa de prevaricación sistemática a mayor gloria de la causa.
Otro seguro proyecto, aun no concretado, será la continuación del plan de apertura de embajadas de Cataluña, lo cual no deriva de un mero y legítimo deseo de dar a conocer la cultura catalana – sería ingenuo tragarse esa explicación – sino la difusión de la idea de que en España no todo es España, aunque eso (todavía) no se haya plasmado en la secesión de una parte del territorio. No se olvide que lo de las embajadas nació como proyecto de Convergencia, y, luego, de Junts y de ERC, pero no del PSC, si bien, como sucede con el tema del idioma, tampoco en esta cuestión ha habido una visible discrepancia por parte del PSC , sin duda a causa de la indisimulada “comprensión” con la que desde el PSC se han valorado siempre los excesos del independentismo, como si tuviera que hacerse perdonar el ser, con el PSOE, un Partido nacional español y defensor de la Constitución, o, al menos, así se supone.
No se olvide que lo de las embajadas nació como proyecto de Convergencia y, luego, de Junts y de ERC pero no del PSC
Esta última referencia al sentido constitucional del PSC está llamada a ocupar el centro del debate en los problemas que se avecinan. El PSC puede no tener duda alguna sobre la intangible unidad de España, pero eso se considerará plenamente compatible con un disenso sobre la igualdad entre las diferentes CCAA, y, especialmente, con lo justo y necesario de que Cataluña, en materia financiera, tenga una singular relación bilateral con el Estado, como ciertamente la tienen el País Vasco y Navarra, pero a consecuencia de una larga historia sobradamente conocida. El proyectado programa de “recaudación total” de todos los tributos que se pagan en Cataluña tiene, evidentemente, un gran atractivo populista para los nacionalistas. Pero si se acerca la lupa a lo que se pretende y a cómo llevarlo a la práctica, se ven claramente pecados de origen y defectos graves en el planteamiento.
En lo que atañe al origen, no hay que ser un genio de la política para comprender que un cambio de esa envergadura solo tendría sentido en el marco de un replanteamiento completo del sistema financiero del Estado y de las CCAA. La LOFCA, desde su nacimiento, se presentó como una norma necesariamente llamada a periódicos cambios, pero apenas se han producido esos cambios. En segundo lugar, una transformación tan profunda no se puede llevar a cabo sin la decisión conjunta de los dos grandes Partidos. Pero, y de ahí parte el drama de España, los grandes Partidos, a diferencia de sus correligionarios de Alemania o Francia, son incapaces de pactar porque solo saben odiarse. Y, así las cosas, no ha de extrañar que los Gobiernos españoles, sean del PP o del PSOE, prefieran llegar a acuerdos con pequeños partidos nacionalistas que acaban condicionando la suerte de toda España. Si hubiera sido otro el sentido del Estado de ambos grandes Partidos no estaríamos donde estamos, ni en este ni en otros problemas.
El proyectado programa de “recaudación total” de los tributos que se pagan en Cataluña tiene un gran atractivo populista para los nacionalistas
En un plano más “técnico”, la idea de la recaudación integral con ulterior abono del precio de los servicios que sostiene el Estado es planteada con un preocupante exceso de simplismo. El gasto público no siempre se puede trocear e imputar a cada Comunidad Autónoma la parte de ese gasto que ha generado, y algo parecido se puede decir de los impuestos indirectos. Por supuesto que, además, se exigiría que partidas costosas como son la Seguridad Social, la red hospitalaria, el mantenimiento de las clases pasivas, y la propia deuda de la Comunidad Autónoma, se las quedara el Estado. Y eso, lógicamente, es políticamente indigerible.
Llegados a este punto es obligado preguntarse si, a pesar de las buenas noticias que llegan sobre la situación económica (poco compatibles con uno de los mayores desempleos de la UE) estamos ante una crisis de Estado, y la respuesta ha de ser afirmativa, pero no solo por el tema de la financiación de Cataluña, sino por la inequívoca orientación de la política a la liquidación del peyorativamente llamado “régimen de 1978”, incluyendo, por supuesto, la Constitución y una amplia relación de Leyes derivadas de ella, anhelo ferviente del sanchismo, inmune a todo gracias a la convergencia de intereses entre el actual PSOE y unos cuantos Partidos nacionalistas. Se han juntado, pues, el hambre y las ganas de comer.
Sin perjuicio de todo lo anterior, la llegada de Salvador Illa a la Presidencia de la Generalitat es un soplo de aire fresco y abre la esperanza de la concordia y es lo mejor que nos podía pasar a la mayoría de los catalanes, deseosos de que lo del procés se quede en un mal sueño.