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Sobre el reparto de los menas de Canarias

Pancarta contra menas en Canarias.

Por Antonio de Lanjarón

1. Los partidos que se han opuesto son los previsibles: Vox por una parte (con estrépito) y, por otra, y de manera más discreta, esa dupla que son Junts y ERC. Y es que, dejando al margen los modos de cada quien, es lo cierto que (diferencias en el radio del ámbito geográfico aparte: lo que unos y otros entienden por “el país” o sea, “su” país) en el fondo la coincidencia es plena. Unos van por la vida con la vitola de derechosos, que significa todo un estigma, y los otros, por el contrario, se han buscado la brillante etiqueta de izquierdistas, pero bien se sabe -Víctor Kemperer lo explicó muy bien en la Alemania en tu tiempo- que el lenguaje puede ser muy creativo.

En lo que se acaba de indicar subyacen asuntos muy de fondo, en los que conviene detenerse.

2. Es una opinión generalizada que las sociedades occidentales están desnortadas (nunca mejor dicho), cuando no del todo desquiciadas. Y también está muy extendida la visión sobre las causas del problema, que serían al menos dos. Primero, la tecnología, sobre todo por su aplicación en la enseñanza, que ha generado unos individuos, los nativos digitales, con unas carencias espantosas. Y segundo, la inmigración. Europa, como por supuesto Estados Unidos, lleva muchas décadas recibiendo un número de personas que sobrepasan la que es su capacidad de absorción y eso constituye el combustible de toda suerte de nacionalismos, xenofobias, populismos y demás palabras que resultan horribles cuando se las aplicamos a los otros.

Pongamos algunas cifras sobre la mesa, aunque sea únicamente para seguir las indicaciones de Lord Kelvin (“si no puedes medir, lo puedes conocer; y si no puedes conocer, no puedes mejorar”). En la UE hay 63,6 millones de extranjeros, 8 de ellos en España.

En cifras anuales, sucede que a nuestro continente llegan entre 2 y 3 millones de personas, según los datos de la Comisión. De ellos, son ilegales -o sea, sin papeles– aproximadamente el 10 por ciento o algo más (380.000 en 2023, siempre siguiendo datos oficiales), aun siendo todos conscientes de que de ahí hay que descontar los 62.047 que estaban de tránsito porque su destino final era el Reino Unido.

Viene a coincidir con la cifra de Grecia (60.073) y a representar poco más de un tercio de Italia (157.479), si son ciertas las cifras de Frontex.

Los resultados de las elecciones europeas del pasado 9 de junio se explicarían en ese contexto: basta recordar los magníficos resultados de Meloni en Italia, Le Pen en Francia y AfD o Sarah Wagenknecht en Alemania, aun sabiendo (punto crucial, por lo que luego se habrá de ver) que en los tres casos la distribución geográfica del voto no es nada homogénea, lo que demuestra que la opinión pública -las mentalidades, por así decir- se encuentra muy fragmentada en todas partes: lo que en Francia, en teoría lo más igualitario, se ha venido a llamar, con tono de denuncia, el archipiélago.

En España, los partidos explícitamente antiinmigración han tenido menos votos, aunque, una vez más, con un reparto desigual por territorios, con Cataluña a la cabeza. ¿Por qué?

3. Notorio es que tan importante como la realidad es la percepción de la realidad.

En lo más profundo del inconsciente colectivo anida el temor a que “vienen a invadirnos”. Es la vieja idea de la guerra de Troya, que sigue siendo un mito de gran arraigo y tanto más cuanto más inconsciente. Borges lo explicó muy bien, recordando que en la historia de la literatura sólo existen cuatro historias -que se repiten, eso sí, una y mil veces- y que “una, la más antigua, es la de una fuerte ciudad que cercan y defienden hombres valientes. Los defensores saben que la ciudad será entregada al hierro y al fuego y que su batalla es inútil; el más famoso de los agresores, Aquiles, sabe que su destino es morir antes de la victoria”. Y, para más inri, sucede que “los siglos fueron agregando elementos de magia. Se dijo que Helena de Troya, por la cual los ejércitos murieron, era una hermosa nube, una sombra; se dijo que el gran caballo hueco en el que se ocultaron los griegos era también una apariencia. Homero no habrá sido el primer poeta que refirió la fábula; alguien, en el siglo catorce, dejó esta línea que anda por mi memoria: The borgh britened and brent to bronded and asked. Dante Gabriel Rosseti imaginaría que la suerte de Troya quedó sellada en aquel instante en que Paris arde en amor de Helena; Yeats elegirá el instante en que se confunden Lede y el cisne que era un Dios”.

Sí, Troya es el pasado que no pasa, pero lo importante es que las cosas suceden at different degrees según los sitios y los tiempos: no siempre los ciudadanos observan la inmigración con tono de dramatismo existencial, para empezar por el hecho importantísimo de que no se contempla igual al hispanoamericano que al islamista. El agricultor castellano que frecuenta a media tarde el bar de su pueblo -personifiquemos en él el estereotipo o si se quiere la caricatura del votante de Vox- habla torrencialmente pero es el primero que ve con sus propios ojos las ventajas que le aporta el recién llegado, único que le recoge la cosecha y que luego le sirve la cerveza en la barra. El botiguer de Sabadell, aunque sus primeros apellidos sean García y Rodríguez, alberga una idea muy otra de las cosas: a la resaca de los más de 2 millones que llegaron allí durante el franquismo (y que la sociedad catalana aún no ha terminado de digerir: las palabras de Marta Ferrusola sobre los andaluces y sus hijos charnegos podrán gustar o no, pero recogían una opinión muy extendida) se suma ahora el dato de que entre los nuevos pobladores, a diferencia de lo sucedido en otros lugares de España, donde la lista la encabezan colombianos y venezolanos, allí sí que son muchos los que practican la religión de la media luna. Los atentados del 17 de agosto tuvieron lugar precisamente en aquella tierra y eso también marca la manera de pensar de los aborígenes: a los de fuera (sin distingos) los detestan. Los del noreste peninsular suelen hablar de sí mismos con referencia al hecho diferencial y con toda probabilidad en este extremo les asiste la razón, aunque no siempre debiera ser para referirse a ello con tono de orgullo.

4. Llega la hora de concluir estas líneas, sin duda excesivamente simples.

De los menas de Canarias que se trata de repartir hay que recordar que son muy pocos: en términos porcentuales, apenas el 0,6 por ciento de los citados 57.318 inmigrantes ilegales que llegaron a España en 2023. No son cifras para hacer un mundo, pero ya se sabe cómo es la política y lo fácil que en ella resulta confundir la anécdota con la categoría. Pero, a lo que íbamos: si Vox ha montado el cirio es porque entiende que la sociedad española tiene el fenómeno migratorio la misma aversión que en Francia y en Italia. Probablemente, se equivoca y lo va a pagar caro en las elecciones. Ya se sabe que los errores políticos son en primer lugar errores intelectuales o, si se prefiere decir así, errores en la observación sociológica de las cosas: el terreno que se pisa.

Por el contrario, Junts y ERC sí aciertan a recoger lo que, al otro lado del Ebro, es        -queramos o no reconocerlo, se insiste- la percepción generalizada: cada uno de los habitantes de allí se siente un Héctor asediado por los aqueos. Y sucede además que eso no se entiende como algo políticamente incorrecto ni, menos aún, xenófobo. Antes bien, lo suyo constituye progresismo puro: una gozada. Para que se vea lo mucho que, en efecto, ayuda a maquillar las cosas el uso del lenguaje.

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