Es hora de hacer balance de la decisión de Sánchez de pactar con Puigdemont la amnistía a los delitos del procés a cambio de 7 votos. Más allá del cuestionamiento moral y jurídico de la medida y de haber mentido sin escrúpulos durante la campaña electoral del 23J, los argumentos para su concesión —acabar con el procés, reconciliar el independentismo con las Instituciones españolas, acabar con la hispanofobia, en definitiva, devolver la concordia a Cataluña— se están demostrando falaces. Y, para muestra, la Mesa antirrepresiva elegida.
Todo lo anterior más que probablemente ya lo sabía Sánchez. Lo que presumiblemente no esperaba es que sus socios le dejarán con el culo al aire con tanta rapidez. De entrada, la amnistía le ha hecho perder cientos de miles de votantes por el centro, fuga que disimula con la absorción de votos de sus aliados de izquierda en plena descomposición. Su Gobierno se tambalea, incapaz de aprobar presupuestos. Hasta Page pide que convoquen elecciones anticipadas. Su aparente éxito, los resultados de Salvador Illa en las autonómicas, puede que no le den para convertirse en Presidente de la Generalitat. La estrategia de Puigdemont, aprovechando la debilidad de ERC y la CUP, es repetir elecciones en Cataluña encabezando una lista unitaria del independentismo que sirva para relanzar el procés. Y no sólo eso. Puigdemont ya ha ofrecido a Feijóo hacer viable una moción de censura contra Sánchez. De momento, Feijóo insistirá en el adelanto electoral ya solicitado, pero si no se produce, que no parece, se cargará de razones, ante la parálisis del Gobierno, para presentar una moción de censura. Y Junts la hará viable. Por diversas razones: 1) cree que con el PP los jueces pueden ser más flexibles en la aplicación de la Amnistía, 2) piensa que descabalgando a Sánchez debilitan al PSC —el enemigo a batir—, 3) los vientos políticos han girado a la derecha y Junts, no se olvide, es un partido de derechas al que además le ha salido un competidor independentista: la Aliança Catalana de la alcaldesa de Ripoll. Y si esto fuera poco, ahora tiene la coartada, como con Rajoy, de combatir la presunta corrupción familiar del dirigente socialista.
Ante esta situación, Illa debería pensar en Cataluña y, si ERC y comunes no le hacen presidente, que es la opción deseada, pactar la investidura con el PP y con Comunes y, si estos se resisten, buscar un acuerdo con VOX apelando a frenar el secesionismo. Con el PP no debería tener complejo alguno: ¿No van a pactar los socialistas con los conservadores en la UE sin ningún tipo de problema? ¿ No es el independentismo una bomba de relojería para Europa? Pues no entiendo las reticencias. ¿Y con Vox? ¿No pacta Sánchez con Bildu sin remordimientos de conciencia? ¿No hizo a Iglesias vicepresidente sin que tuviera insomnio? ¿No coquetea con Meloni y acabará haciéndolo con Le Pen si gana las legislativas francesas? ¿Alguien duda de que Puigdemont aceptaría los votos de Aliança Catalana si de ello dependiera ser presidente?
Illa no debe ser sucursalista, no debe plegarse a los intereses cortoplacistas de Sánchez de confrontar al máximo demonizando a la derecha . ¿No es catalanista?. Que lo demuestre anteponiendo los intereses de Cataluña a los supuestos intereses electorales de Sánchez.
Además, si Illa no es presidente, el PSC ya puede ir despidiéndose de su hegemonía en Cataluña, nada menos gratificante que el voto útil que se vuelve inútil. Sánchez, por su parte, ya puede ir preparándose para perder por goleada, sin su granero de votos, las próximas generales. Y, lo grave para los catalanes, Cataluña abocada a sufrir otra década de retroceso, inseguridad y confrontación.