Era de esperar que tras conocerse el resultado de las elecciones del pasado 12 de mayo habrían de multiplicarse los análisis y, por supuesto, las prognosis de futuro. Las reacciones triunfalistas las han protagonizado el PSC y el PSOE, como es, por otra parte, perfectamente lógico a la vista del resultado obtenido.
Todavía no sabemos como se producirán los acontecimientos que han de culminar con la elección de un nuevo Presidente de la Generalitat, y ni siquiera se descarta la posibilidad de repetir las elecciones. Pero hecha esta importante reserva, quisiera dirigir la mirada hacia la ilusión de “normalización” que, según muchos, supondrá el triunfo del PSC y la Presidencia de Salvador Illa.
Pronto han corrido, especialmente desde el cogollo madrileño del PSOE, a anunciar el fin definitivo del procés y de todos los sueños independentistas Se señala con sorna que los otrora prepotentes independentistas en estos momentos ni siquiera se atreven a hablar de la exigencia innegociable de un referéndum de autodeterminación. Y eso es verdad, al menos de momento, como lo es el hecho, muy significativo, de que haya dimitido y renunciado a la política el Sr. Aragonés, que prefiere quedarse en su casa a disfrutar, entre otras cosas, del nada malo estatuto de expresidente de Generalitat. El pobre ya no podrá darse el gusto de no saludar al Rey en sus visitas a Barcelona, grosería inconstitucional en la que, por cierto, le secundaba la olvidable alcaldesa Colau.
La euforia del PSOE se derrama por diferentes vertientes. Ante todo, la mencionada seguridad de que el tiempo del procés se ha terminado y los catalanes pueden respirar libres de las obsesiones monomaníacas de sus dirigentes. Creo que o el optimismo es excesivo, o bien que, lo que es más probable, se utiliza una idea de lo que es normalizar la vida política y cultural en Cataluña absolutamente superficial, como la del que cree que la paz es solo la ausencia de guerra en la calle. Es cierto, y es obligado subrayarlo, que en la noche electoral Salvador Illa se dirigió a sus compañeros y a los televidentes en catalán y en castellano, lo cual tiene una fuerte carga simbólica. Pero hace falta mucho más.
El problema es que los temas recurrentes del independentismo, como son todos los de índole identitaria, no desaparecerán, o, al menos, tardarán mucho en hacerlo, especialmente en las zonas de Cataluña de mayor enraizamiento del tradicionalismo, que son precisamente las que mayoritariamente votan a Junts y a ERC. En esos sitios seguirá sin ondear la bandera española en los ayuntamientos, y es solo un ejemplo.
La infiltración del independentismo en el mundo de la docencia también tardará mucho en desaparecer, y, por lo mismo, proseguirán las dificultades para recibir educación en castellano, aunque lo manden los Tribunales, a los que, con supuesta gallardía tutelada por la Administración, se desprecia. La formación histórica sesgada y falseada que hasta ahora ha campado a sus anchas seguirá intoxicando a los niños y niñas catalanes. Sería deseable que desapareciera toda clase de ayuda económica o de consideración hacia entidades como el Institut Nova Historia o se dejara de enviar dinero público a Catalunya Nord para el fomento del catalán, como ha sucedido hasta ahora. Ya veremos.
TV3 merece rancho aparte, pues está necesitada de un profunda reconversión para que pueda ser una cadena para todos, y no solo para una parte de los catalanes como es en la actualidad. Las cabezas pensantes de la orientación del invento se han ganado un merecido descanso, y es de esperar que desaparecerán sus “humoristas” oficiales cuyo tema de chiste o escarnio es habitualmente España. Ya lo veremos, como también veremos si sus informadores se refieren al Gobierno del Estado como Gobierno central, si así lo desean, pero no como Gobierno “español”, como es habitual, para deslizar una calificación cercana a la extranjería. La posibilidad de que se deje de usar la franquista denominación de “Estado español” la veo, hoy por hoy, como remota.
La relación de temas constantes podría continuar, pues es muy larga. El catalanismo identitario, el que se muestra sistemáticamente ofendido por la obligada pertenencia de Cataluña a España lleva demasiados años en el Poder desarrollando su propia idea de lo que tiene que ser la Administración catalana y cuáles han de ser sus prioridades, y sus exigencias (no olvidemos temas como la petición de Tribunales de Justicia propios o una Policía sensible al hecho diferencial nacionalista, y son solo ejemplos).
Otra clase de valoraciones merece el resultado electoral “sociológicamente valorado”. Entre los analistas políticos no catalanes es usual una cierta simplificación de las cosas. Es cierto, qué duda cabe, que los votantes del PSC deseaban, por encima de todo, alejar el riesgo de que las elecciones las ganara Puigdemont. Entender que esos votos son además un caluroso apoyo a Sánchez y a sus políticas en Cataluña, incluyendo indultos y amnistía es una simplificación que resulta grata al PSOE, pero que puede llevarle a nuevos errores.
Pareciera que los resultados obtenidos en Cataluña limpian cualquier disenso o reacción adversa provocados por la amnistía y la larga de medidas que la precedieron
Del mismo modo, es notable la crecida de votos recibida por el PP, pero también han ido a parar votos que, por encima de todo, son anti-independentistas, lo que no supone asumir el ideario del PP, y sus dirigentes harían bien en tampoco olvidarlo.
La conclusión, en relación con las votaciones, es que se trata de resultados influidos por una causa común: salir al paso de Puigdemont y lo que significa.
Y ya que hablamos de Puigdemont no podemos dejar de comentar su pretensión de que el PSC renuncie a la Generalitat del mismo modo que Junts apoya a Sánchez en el Congreso con sus siete diputados. La idea es descabellada, pero no son pocos los que llegan a decir que Sánchez la llevaría a la práctica si con ello se garantizara una larga estancia en la Moncloa, pero, razonablemente, si su plan (si es que lo tiene) es convocar elecciones a poco bien que resulten para el PSOE las elecciones europeas, poca falta le hace la “ayuda” de Puigdemont, sin olvidar el nada pequeño dato de la pendencia de la definitiva aprobación de la Ley de Amnistía, en la que tantas esperanzas tiene depositadas los independentistas con problemas judiciales, con Puigdemont y Junqueras a la cabeza. Quiere ello decir que la posición de Puigdemont no es tan sólida como para exigir grandes cosas.
Por demás, no tener Presupuestos ni poder aprobar Leyes no es cuestión que turbe la hoja de ruta del líder, que, tras las elecciones catalanas, es elevado por los suyos a la condición de caudillo histórico, junto al cual Maquiavelo no podría aspirar ni a concejal de pueblo, y tendrá programas diferentes que no necesariamente pasen por la suerte de Puigdemont.
Pero el problema, que, oyendo a los voceros del PSOE, parece no existir es el de la factura pendiente que deja Puigdemont, esto es, el impacto electoral que en España tendrá el inconstitucional sectarismo con el que el Gobierno de Sánchez ha tratado al independentismo. Pareciera que los resultados obtenidos en Cataluña limpian cualquier disenso o reacción adversa provocados por la amnistía y la larga de medidas que la precedieron. Según ello, la alegría de los españoles por haber superado a los independentistas es una indiscutible prueba de que para ellos todo lo anterior son pelillos a la mar y deben agradecérselo a Sánchez.
Como nota curiosa, a pesar de que parece que se olvida fácilmente, falta el planteamiento de la cuestión prejudicial sobre la Ley de Amnistía ante el Tribunal de Justicia de la UE, que suspendería su entrada en vigor. Habrá que ver cómo resuelve el Gobierno la situación de Puigdemont, tal vez reducido a la condición de diputado del Parlamento de Cataluña que no puede entrar en España sin ser detenido.
El panorama es mejor que hace unos días, pero sin dejar de ser muy preocupante. Toca esperar y ver.