El debate sobre la inmigración, muy presente desde hace tiempo en la política de EEUU, ha emergido con fuerza en Europa. Recientemente, el Parlamento Europeo ha alcanzado un acuerdo para endurecer la política de control de la inmigración y facilitar las devoluciones de quienes no tengan derecho de asilo. Macron ha pactado con Marine Le Pen un proyecto de ley en la misma línea que, además, limita los beneficios de asistencia social para los extranjeros. El Reino Unido sigue la misma línea. Son algunos ejemplos de una tendencia generalizada en Europa.
En España, el debate es todavía un arma arrojadiza entre la coalición gubernamental y Vox pero no tardará en convertirse en un tema nuclear de las próximas campañas electorales. En Cataluña, la irrupción de Silvia Orriols y su Alianza Catalana ha provocado la alarma en Junts y Jordi Turull ha apoyado la petición de los alcaldes de dicha formación en el Maresme de expulsar a los inmigrantes reincidentes.
La presión migratoria desde países con conflictos armados o con situaciones socioeconómicas muy precarias seguirá incrementándose
No me caben dudas de que esta cuestión va tener un protagonismo destacado en los próximos meses de cara a las elecciones europeas y catalanas. Es un tema que no debe dejarse al pim pam pum entre extrema izquierda y extrema derecha. Debe afrontarse con mesura, pero no debería obviarse por opciones políticas moderadas.
La inmigración es un fenómeno que no va a frenarse. La presión migratoria desde países con conflictos armados o con situaciones socioeconómicas muy precarias seguirá incrementándose. Además de razones morales para su defensa, hay motivaciones económicas evidentes para que se mantenga. La caída de la natalidad en todo Occidente hace imprescindible la mano de obra proveniente de la inmigración. Tampoco la emigración es ninguna panacea para los países de origen. Quizás sí para sus dirigentes, pero no para el desarrollo de sus naciones. En este sentido, habría que replantearse las políticas de cooperación.
La cuestión a debate es si se mantiene la barra libre o se establecen normas que permitan su encauzamiento. Y no sólo se trata de establecer o no mayores controles o expulsar a los reincidentes. Los requisitos para conseguir una carta de invitación son de casi imposible cumplimiento. La contratación en origen continúa siendo muy compleja y restrictiva. Cuando la inmigración legal es casi imposible, la ilegal se dispara.
No logro entender el alineamiento con países represores de los derechos de las mujeres o de la homosexualidad de los defensores de estos derechos
Pero la cuestión de mayor trascendencia es la multiculturalidad en el espacio público. Cataluña es una sociedad laica. En Reino unido el debate está encabezado por dirigentes políticos de origen inmigrante. Francia defiende el laicismo como un valor republicano. El respeto a las identidades individuales es una derivada de la libertad individual que debe protegerse. La cuestión es si, en aras al multiculturalismo, debemos desproteger nuestros valores colectivos, nuestro modelo de sociedad, nuestras tradiciones. Estos días se ha hecho viral un Belén vacío por las imposiciones de la corrección política, del pensamiento woke. Se pide reconocimiento de otras tradiciones culturales y se denigran las propias. Por mucho que me esfuerzo, no logro entender el alineamiento con países represores de los derechos de las mujeres o de la homosexualidad de teóricos defensores de estos derechos. Cuando estos posicionamientos son promocionados desde poderes públicos, la alarma está más que justificada. Y no sólo en defensa propia sino para evitar brotes de racismo.
El peso creciente de la inmigración hace ineludible el debate. El auge de la extrema derecha, también la autóctona catalana, responde a un malestar social que no se va a frenar manteniendo un supuesto buenismo progresista.
La inmigración, la batalla cultural, el modelo de sociedad van a ser determinantes en las próximas elecciones catalanas después de muchos años centradas en independencia sí o no. Bueno será que los partidos moderados afinen sus estrategias si no quieren que los extremos monopolicen el debate y amplíen su representación.