El camino hacia la investidura de Sánchez y la reedición de un nuevo gobierno ‘progresista’ entre PSOE-PSC-Sumar-Podemos se ha convertido en el escenario idóneo para que oportunistas, fanfarrones y necios campen a sus anchas y los ciudadanos asistamos atónitos a la sarta de postureo, bobadas y necedades con que nos obsequian todos los líderes políticos sin excepción involucrados en la operación ‘investidura Sánchez’. Son tantos y tan sobresalientes que al igual que en las ferias de ganado resulta muy difícil decidir quienes merecen subir al podio. En el extremo noreste del enfangado corral ibérico encontramos a los líderes secesionistas de JxCat y ERC, y en La Moncloa y Ferraz a Sánchez y a la legión de negociadores oficiales y oficiosos preocupados en cómo pasar por el aro de fuego sin salir demasiado chamuscados en el intento.
En una entrevista reciente al expresidente González, la presentadora le mostró unas declaraciones en las que otro expresidente del PSOE, Rodríguez Zapatero, defendía la amnistía a los encausados por el proceso secesionista y justificaba el cambio de opinión de Sánchez y de todos los líderes socialistas que habían rechazado con contundencia hasta el 23-J la constitucionalidad del invento. Pillado en flagrantes contradicciones, Zapatero se vio obligado a dar carpetazo al asunto con un “pues, si hay que cambiar de opinión se cambia”. El rostro de González revelaba el asombro que le producía escucharle y recurrió con sorna a una sentencia que ya había empleado hace muchos años: rectificar de opinión es de sabios (entiéndase, cuando se ha errado) y de necios tener que hacerlo a diario. Ahí lo dejó González sin entrar en más detalles, aunque en el caso de la amnistía el cambio de opinión de Sánchez y sus corifeos más parece cosa de oportunistas consumados que de necios.
En el caso de la amnistía, el cambio de opinión de Sánchez y sus corifeos más parece cosa de oportunistas que de necios
En mi artículo Lucha feroz por el menguante negocio secesionista (El Liberal, 16 de septiembre) planteaba que pese a las alharacas con que los líderes del proceso secesionista adornan su compromiso irrenunciable a “ejercer sus derechos por acuerdo o de manera unilateral”, la pugna real que enfrenta a ERC y Junts en estos días nada tiene que ver con quién va a presidir la república independiente catalana, una empresa imposible, sino quién va a controlar el sustancioso presupuesto de gasto consolidado de la Generalidad y el Sector Público de Cataluña (56.415,8 millones en 2023) y quien puede presumir ante los suyos de haber conseguido nuevas transferencias de competencias y más recursos para los catalanes. Pese a todo el postureo no van a declarar la independencia unilateralmente como les exige la ANC v van a acabar invistiendo a Sánchez, no porque les guste o confíen en él, sino porque es el candidato más débil y más predispuesto a ceder su chantaje.
La mayoría de los catalanes tiene bastante claro lo que dieron de sí Puigdemont y Junqueras, presidente y vicepresidente del gobierno de la Generalidad en 2016 y 201. Ambos líderes fallaron estrepitosamente al incumplir el programa electoral de JuntsxSí de constituir la república catalana independiente en 18 meses y obtener el reconocimiento internacional para el nuevo estado europeo, y sus partidos perdieron en el envite buena parte de su crédito. Todo fue una farsa. En las reuniones mantenidas el 26 de octubre de 2017 para valorar la propuesta de Puigdemont de convocar elecciones anticipadas para frenar la aplicación del artículo 155 de la Constitución, Forcadell, presidenta del Parlament, le espetó a Puigdemont, “¿por qué, presidente?”, y éste le respondió “porque no tenemos estructuras de Estado, ni el control de los Mozos, ni ningún apoyo internacional”.
Puigdemont salió de Cataluña como un inmigrante irregular en el maletero de un coche para vivir del cuento en la mansión de Waterloo
No obstante, Puigdemont y Junqueras llevaron tras muchas dudas la farsa hasta el final y el gobierno de España se vio obligado a aplicar el 155, destituirlos y disolver el Parlamento. Ambos engañaron vilmente a quienes les habían seguido hasta ese momento convencidos de que ahora era la hora, todo estaba a punto y para alcanzar la independencia bastaba con proclamarla. Puigdemont porque no tuvo ni siquiera la decencia de permanecer en su despacho para implementar el mandato del Parlamento “de dictar todas las resoluciones necesarias para el desarrollo de la Ley de Transitoriedad Jurídica y fundacional de la República”, y salió de Cataluña como un inmigrante irregular en el maletero de un coche para vivir del cuento en la mansión de Waterloo desde entonces. Junqueras porque aceptó, primero ser detenido, juzgado y condenado por sedición y malversación de fondos públicos, y una vez ya en prisión, ser indultado por el presidente de España. Ni uno ni otro ni sus respectivos partidos salieron bien parados del pulso con el Estado como lo demuestra que ERC retrocediera hasta la cuarta posición en número de votos el 23-J y JxCat ocupara la quinta, ambos con menos votos que el denostado Partido Popular.
Y es que ir de farol en partidas tan serias acaba siempre pasando factura. La única baza que les queda a ambos lideres del proceso fallido para enjuagar la última debacle electoral y salvar la cara ante el ‘poble’ de Cataluña es presentarse como los indomables domadores capaces de hacer pasar a Sánchez por el aro de fuego, y ambos compiten ferozmente por ver quién lo sitúa más alto Ahora que parece estar dispuesto a ‘legitimar’ el proceso de secesión y deslegitimar las decisiones de los poderes Ejecutivo y Judicial que posibilitaron desarticular el golpe de Estado, la amnistía ya no les basta y quieren arrancarle también el compromiso de celebrar un referéndum que sustituya el ‘mandato popular’ recibido el 1-O. Puigdemont, presidente del consejo de la república catalana en el exilio, exige para investirlo que los términos del acuerdo sean verificados por observadores internacionales, como en los procesos de descolonización. Y Aragonés, presidente republicano en el interior, insiste en establecer unas reglas claras para celebrar el referéndum de independencia.
Como Junts ya le comunicó a Sánchez que «no piensa renunciar a la unilateralidad», podemos dar por descontado que a ERC no la van a coger en un renuncio
Aragonés cuenta con el informe de un comité de expertos que, a su entender, “deja muy claro que un referéndum sobre la independencia de Cataluña es posible, viable, es legal y puede ser la solución compartida al conflicto políticocon el Estado”. Pues bien, de las cinco vías contempladas en el citado informe, Aragonés manifestó claramente en el Parlamento el 17 de octubre cuál es su preferida: votarán sólo los catalanes, la pregunta será clara (binaria) y el resultado ha de ser aceptado por todos. Como era previsible, Aragonés descartó las otras cuatro vías propuestas: 1) consultar a todos los ciudadanos las cuestiones políticas de especial trascendencia, como dispone el artículo 92.1 de la Constitución, y hay pocas dudas de que ésta no lo sea; 2) iniciar en el Parlamento de Cataluña el proceso para reformar la Constitución con el fin de legalizar la realización de un referéndum de secesión en Cataluña; 3) someter a ratificación en todo el Estado el resultado de una consulta no vinculante celebrada en Cataluña: y 4) celebrar una consulta en Cataluña para aprobar el inicio de un proceso de negociación del gobierno de la Generalidad con las instituciones centrales del Estado.
En menudo lío se ha metido Aragonés él solito. En base a qué infiere que un referéndum de autodeterminación es legal sin reformar la Constitución que “se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles, y reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran y la solidaridad entre todas ellas”, es un misterio tan insondable como la afirmación de que “ERC es el partido que más se asemeja al país’, salvo que reduzcamos los casi 8 millones de residentes en Cataluña a 1 de julio de 2023 a los 466.020 paisanos que votaron a ERC el 23-J. Y aunque Aragonés se ha mostrado “dispuesto a perder el referéndum» debería aclararnos también si su partido, ERC, está dispuesto también a renunciar a la unilateralidad en ese caso, o la dejará simplemente en suspenso para reactivarla en cuanto la situación resulte propicia de nuevo. Como Junts ya le comunicó a Sánchez que “no piensa renunciar a la unilateralidad”, podemos dar por descontado que a ERC no la van a coger en un renuncio.
Vivir en la ficción y el ensueño comporta riesgos y no puede descartarse que Junqueras y Puigdemont, de tanto estirar la mano, acaben mancos
Vivir en la ficción y el ensueño comporta riesgos y no puede descartarse que Junqueras y Puigdemont de tanto estirar la mano acaben mancos. El gobierno en minoría que preside Aragonés desde octubre de 2022 cuenta con sólo 33 escaños de 135 en el Parlamento y bien podría irse al traste en los próximos meses. Junts, por su parte, fía su futuro político a que Puigdemont regrese presumiendo de haber arrancado a Sánchez “un marco de negociación a cuatro años… en un horizonte de autodeterminación”. A Illa y al PSC, como terceros en discordia, les interesa sacar rédito a los buenos resultados obtenidos el 23-J y recuperar el gobierno de la Generalidad. Con independencia de los movimientos tácticos de los tres partidos catalanes en los próximos meses, los ciudadanos catalanes deberíamos tener claro a estas alturas de la película del proceso secesionista un par de cosas.
Primera, ni siquiera el mutante Sánchez va a aceptar que se celebre un referéndum de secesión vinculante donde voten exclusivamente los españoles residentes en Cataluña. Los líderes de Junts y ERC lo saben perfectamente, aunque a su clientela la sigan engatusando con la idea de que la autodeterminación acordada es viable, posible, legal y está al alcance de la mano. Y, segunda, ni Cataluña ni los inexistentes ‘paisos catalans’ van a ser un estado independiente dentro de la UE en el previsible futuro, aunque algunos voceros del secesionismo crean que tras el 1-O el proceso es irreversible. Quién sabe si quizá esa oportunidad pudiera llegar a presentarse al término de una hipotética III Guerra Mundial que redefiniera las fronteras en Europa, siempre que los líderes secesionistas catalanes hubieran acertado esta vez al elegir bando. Aunque mejor que no llegue esa hora.