ANÁLISIS / El PSOE de Sánchez contra González y Guerra

El nuevo socialismo arremete contra los históricos del partido por no aceptar sus concesiones al separatismo catalán

Felipe González y Alfonso Guerra en 1982, tras ganar el PSOE sus primeras elecciones generales.

El 21 de septiembre escuchaba a un conocido periodista en la tertulia La noche en 24 horas agarrarse a un clavo ardiendo para desautorizar a Guerra y González por posicionarse abiertamente en contra de la amnistía: insistía con su voz atiplada (sin duda, un comentario machista) en subrayar que el gobierno de Sánchez no ha concedido aún la amnistía y para justificar a Sánchez recordaba el viraje de González sobre la entrada de España en la OTAN y el enorme control que ejercieron ambos líderes socialistas sobre el PSOE en los años 70 y 80. Y digo agarrarse a un clavo ardiendo porque todo el mundo, incluidos los militantes del PSOE sujetos a la disciplina del partido, saben que Sánchez está negociando directamente o a través de la ‘abrazaprófugos’ vicepresidenta en funciones cómo blanquear el golpe de Estado que se produjo en Cataluña en 2016-2017. 

El tertuliano se cuidó muy mucho de no mencionar en su intervención que González convocó un referéndum sobre la entrada de España en la OTAN, asumiendo ante todos los españoles la responsabilidad de cambiar su posición en una cuestión tan sensible, ni quiso recordar que el PSOE de aquel entonces respetaba las resoluciones adoptadas en sus congresos y no expulsaba a sus militantes por criticar a sus líderes sin abrirles siquiera un expediente sancionador ni esperar a que la comisión de garantías del partido lo resolviera. Sánchez tiene todo el derecho del mundo a cambiar de opinión, pero no a eludir la responsabilidad derivada de esos cambios, algunos drásticos, profundamente desleales a sus votantes y lesivos para las instituciones democráticas. Que tantos líderes del PSOE, históricos y actuales, estén desconcertados e indignados por los indultos y el cuestionamiento por parte del gobierno y sus socios de las actuaciones de la Corona, del gobierno de España, de Las Cortes y de las actuaciones de los tribunales para detener el golpe de Estado en 2017, no es un asunto menor sobre el que por una mal entendida lealtad al líder actual del partido haya que guardar un ominoso silencio.

¿Cómo no vamos a estar preocupados los demócratas por la deriva del PSOE?

Se le veía bien el plumero al tertuliano en cuanto abrió la boca, porque acusar a Guerra, retirado de la primera línea política desde diciembre de 1990, de querer seguir siendo el rey del mambo es una maledicencia vergonzosa, por carecer de cualquier fundamento, que desacredita a quien la dice, más en el caso de un periodista que en esa misma tertulia exigía a políticos y comunicadores cuidar mucho lo que se dice en público porque, dijo, llega a los ciudadanos. ¿Por qué no le pide a Sánchez, me pregunto, que convoque un referéndum para que los españoles manifestamos la opinión que nos merece la amnistía a los golpista y prófugos? Ya debiera haberlo hecho antes de conceder los indultos a los condenados por el Tribunal Supremo con todas las garantías procesales propias de un Estado de Derecho, porque sin duda lo ocurrido en Cataluña en 2017, con la aprobación de la Ley del referéndum y la Ley de transitoriedad jurídica y fundacional de la república catalana, los días 6 y 8 de septiembre, respectivamente, la realización de un referéndum de autodeterminación ilegal el 1 de octubre y la proclamación de la independencia en el Parlamento el 27 de octubre, constituyen el ataque más grave a nuestra democracia desde el 23-F.

¿Cómo no vamos a estar preocupados los demócratas por la deriva del PSOE, una referencia política importante para los ciudadanos desde el final de la dictadura? No se trata de una cuestión de edad o decrepitud neuronal que nos impide comprender los cambios ocurridos en la sociedad española desde 1978, como afirman con desvergüenza algunos líderes socialistas y comunicadores a sueldo, sino de respeto a las instituciones y a las reglas del juego que conforman la democracia parlamentaria, y debieran constituir señas de identidad de todos los líderes de los partidos políticos que persiguen el interés general. Algunos viejos, pese a nuestra edad, estamos quizás por nuestra trayectoria profesional incluso más preparados para comprender esos cambios que los frívolos indocumentados que se arrogan el derecho a reprocharnos nuestras opiniones a menos que sean para alabar sus desvaríos. Descalificaciones ad hominem es lo que ha caracterizado la mayoría de las reacciones de quienes acusan de deslealtad a Guerra y González por sus críticas a la actual dirección del partido.

Las instituciones pueden cambiarse para acomodarlas a las nuevas circunstancias pero hay que hacerlo por derecho, no engañando a los ciudadanos

Naturalmente que las instituciones pueden cambiarse para acomodarlas a las nuevas circunstancias, pero hay que hacerlo por derecho, no engañando a los ciudadanos una y otra vez, convencidos de que nada, más allá de retener el poder a cualquier precio, tiene importancia. Ahora me conviene decir que fue un golpe de Estado, ahora lo niego. Digo que hubo rebelión y luego que ni siquiera sedición hubo. Afirmo que nunca pactaré con Podemos y cuarenta y ocho horas después pacto con ellos un gobierno de coalición para seguir en La Moncloa. Digo que no indultaré a los golpistas y luego voy y los indulto. Aseguro que no habrá amnistía para esos golpistas y ahora estudio cómo puedo blanquearla sin que se note demasiado. Para quienes no tenemos las ataduras sentimentales de González y Guerra, fieles como no puede ser de otra manera al partido que ayudaron a refundar y en el que desempeñaron las máximas responsabilidades, la pretensión de vendernos como progresistas las concesiones a partidos que no creen en la igualdad ni en la división de poderes, y que, como advirtió Pérez Rubalcaba, sólo quieren irse, nos resulta sencillamente nauseabundo.

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