Coordinador general del PP catalán y número dos de la lista por Barcelona el 28M, Juan Milián (Morella, 1981) ha sido definido por el periodista Iñaki Ellakuría como el «mejor escritor político de su generación». Una faceta que despliega en sus columnas en Economía Digital y ABC Cataluña; y en libros como El proceso español —donde relató la expansión del procés al resto de España— o el reciente Liberaos (Deusto), un radiografía de las cenizas de la política de la indignación.
Tom Wolfe alertó de que parte de la izquierda estadounidense había abandonado la reflexión en favor de la indignación. ¿Es lo que ocurrió en España a partir del 15M?
A todos nos indignan las injusticias, pero la indignación sin responsabilidad es prueba de una peligrosa inmadurez. Una parte importante de la izquierda española, a pesar de mostrarse tan antiamericana en lo referente a la libertad, ha importado las peores modas políticas de Estados Unidos, como son la política de identidad y el uso de las emociones para fragmentar la sociedad en colectivos enfrentados.
En España se usó la indignación, no para resolver problemas, sino para señalar y culpabilizar a una parte de la sociedad, al otro. El objetivo público era regenerar la democracia, pero el objetivo real, como ha quedado demostrado, era alcanzar el poder y mantenerse en él, aunque sea a costa de degradar las instituciones y el debate público.
Ha mencionado la política de la identidad. A su parecer, ¿qué la convierte en tan perjudicial?
Las políticas identitarias exterminan cualquier idea de bien común y son contrarias a la igual dignidad de las personas. Nos devuelven al pasado, a la tribu. Acaban con la libertad, la igualdad y la fraternidad. La imposición de una corrección política es una amenaza para la libertad de expresión. Apuestan por una desigualdad ante la ley, beneficiando a ciertos colectivos, a quienes se les identifica como víctimas, y perjudicando a otros, a quienes se les señalas como opresores. Y sus discursos de rabia sobreactuada laminan la concordia y la fraternidad. Van de revolucionarios, pero esta izquierda, como escribe Félix Ovejero, es profundamente reaccionaria.
«A todos nos indignan las injusticias, pero la indignación sin responsabilidad es prueba de una peligrosa inmadurez»
Sostiene que, al contrario que Chávez en Venezuela o el separatismo catalán, Sánchez no ha optado por la «brutalización directa» de las instituciones sino por su «desvitalización progresiva».
Sánchez ha convertido el PSOE en un partido semileal a la democracia. No digo que quiera acabar con ella, pero tampoco quiere cuidarla. La suya es una ambición sin principios. Su acción política no entiende de límites. Busca la concentración del poder socavando el parlamento y la separación de poderes, y practicando una injerencia inaudita en nuestra democracia en todas las instituciones, desde Correos hasta el CNI.
Por usar la terminología del gran especialista en populismos Pierre Rosanvallon, Sánchez opta por una «desvitalización progresiva» de las instituciones, más eficaz y sibilina que la «brutalización directa» en un marco como el de la Unión Europea. El desgaste es progresivo, pero persistente. La visión de conjunto es muy preocupante. Y no solo desde el punto de vista institucional, también cultural, aunque hay signos de un cambio en la sociedad española. El virus populista ha generado anticuerpos. Emerge un deseo de retorno a la responsabilidad.
También aclara que el liberalismo pregona el individualismo pero no el aislamiento.
La sociedad civil es uno de los baluartes de la libertad. Una sociedad atomizada está indefensa frente a un poder fuerte y arbitrario. Por esta razón, los totalitarismos no solo van en contra de cualquier libertad de asociación, también en contra de las familias.
La libertad necesita instituciones que la protejan o, al menos, que no la dañen. Pero también necesita una cultura que la ame. Necesita una sociedad articulada. Necesita que colaboremos en asociaciones eficaces en su defensa. El gran padre del liberalismo conservador, Edmund Burke, advirtió de que cuando los hombres perversos se asocian, los buenos deben coaligarse, porque si no lo logran «caerán uno tras otro en una guerra que no conoce la piedad».
«Toda sociedad se cansa de odiar y de estar dividida. Lo moderado y lo razonable volverá pronto a ser sexy»
¿Y cómo lograr que el discurso reformista logre ser tan sexy como el revolucionario?
Los discursos revolucionarios han demostrado en democracia que son paralizantes. Podemos no ha conseguido impulsar ninguna reforma que mejore nuestra democracia. Al contrario, al introducir una lógica amigo-enemigo en la política imposibilita los grandes pactos y, por lo tanto, las grandes reformas. España necesita menos discursito de Che Guevara y mejores legisladores.
El reformismo es el espíritu de la Transición. Es dialogar y pactar con el otro para mejorar todos. Durante los últimos años se ha impuesto la discordia: el «no es no» de Pedro Sánchez. Pero toda sociedad se cansa de odiar y de estar dividida. Por usar su expresión, lo moderado y lo razonable volverá pronto a ser sexy.
En el libro reivindica el destacado papel de la sociedad civil para fortalecer la democracia. En este sentido, el caso catalán parece confirmarlo, pues tanto la manifestación constitucionalista del 8 de octubre de 2017 como la sentencia del 25% de castellano no hubieran sido posibles sin ella…
Sin duda, la manifestación del 8 de octubre descubrió al mundo una Cataluña plural. El separatismo ya no pudo monopolizar la calle, ni decir a la prensa extranjera que Cataluña era una comunidad homogénea a favor de la separación del resto de España. Las batallas en defensa de la libertad deben darse en las instituciones, pero también en la cultura, en la sociedad.
«Los discursos revolucionarios han demostrado en democracia que son paralizantes: al introducir una lógica amigo-enemigo en la política imposibilitan los grandes pactos y, por lo tanto, las grandes reformas»
Se muestra muy crítico con el «maltrato» del socialismo a la Institución Educativa. Pero, ¿qué opina del papel que han desempeñado en ésta los nacionalismos periféricos?
Van de la mano. Cuando la izquierda apuesta por un igualitarismo a la baja en la educación pública está perjudicando gravemente a los hijos de las familias más humildes. Se les hurta la oportunidad de tener una educación de calidad. También el nacionalismo está apostando por una educación con menos derechos y menos oportunidades. Los hijos de la elite nacionalista van a escuelas trilingües, pero imponen el monolingüismo al resto, a la mayoría. Es una tremenda hipocresía. Hay que introducir los valores de la libertad y la excelencia en la educación. Hay que ofrecer a los padres el derecho a elegir la mejor educación posible para sus hijos. Y eso se consigue mejorando la educación pública, no perjudicando la concertada o la privada.
La novelista Karina Sainz Borgo ha dicho que, en las espirales antidemocráticas, la «primera muerte ocurre siempre en el lenguaje». ¿Lo suscribe?
Sí, la retórica de la hipérbole que predomina en las redes sociales ha alejado la política de la realidad y ha estresado a la sociedad. La exageración y la mentira provoca desafección y favorece a los populismos autoritarios. Cuando se entra en dinámicas de confrontación dura, se suele sacrificar enseguida la verdad.
«Los hijos de la elite nacionalista van a escuelas trilingües, pero imponen el monolingüismo al resto, a la mayoría. Es una tremenda hipocresía»
Según Valenti Puig, «somos una sociedad cada vez más vieja y menos adulta». ¿Hay remedio?
La izquierda ha tratado a los adultos como si fueran niños. Ha prometido paraísos terrenales. Derechos sin deberes. Libertad sin responsabilidad. Esa manera de hacer política sólo podía traer decepción y mala legislación. Hoy estamos pagando las consecuencias de tan mala política. Legislan a favor de los okupas, de los malversadores, de los sediciosos, incluso, de los agresores sexuales. La experiencia nos hace aprender. Y quiero creer que los españoles hemos aprendido y que vamos a entrar en una fase pospopulista. Hoy sabemos, porque lo hemos sufrido en nuestras carnes, que el populismo agrava los problemas que prometía que iba a resolver. Hoy también hay motivos para la indignación, pero ya sabemos que debemos actuar con responsabilidad para superar las injusticias.
El capítulo final lleva por título Patria. ¿Se equivocan los que, llevados por su rechazo al nacionalismo, reniegan también del patriotismo?
Sí, porque el patriotismo es el antídoto del nacionalismo. El patriotismo es hacerte responsable de tu propia libertad, pero también de la del resto de tu sociedad. Es respetar el pluralismo, la realidad compleja de un país. Sin embargo, el nacionalismo es odio al diferente. Es el narcisismo de la pequeña diferencia. Es forzar la realidad para convertirla en algo homogéneo, en algo que nunca ha sido. Es empobrecimiento. Para el nacionalismo, el pluralismo y la libertad son obstáculos. Para el patriotismo bien entendido, son su razón de ser.