ANÁLISIS / Una moción de censura con más pena que gloria

El verdadero objetivo de Vox al presentar esta propuesta era frenar el ascenso de Alberto Núñez Feijóo y del PP

Santiago Abascal y Ramón Tamames en la presentación de la moción de censura (Vox).

El título de mi artículo Una moción de censura rayana en el esperpento, publicado en este diario el pasado 4 de marzo, dejaba bastante clara cuál era mi posición sobre la moción presentada por VOX y encabezada por el profesor Tamames, ansioso tal vez a su avanzada edad de disfrutar de esa notoriedad efímera que le ha proporcionado ser nada menos que candidato a la presidencia del Gobierno en las últimas semanas. La primera y única representación del esperpento se consumó con más pena que gloria los días 21 y 22 de marzo en el Congreso donde el presidente Sánchez, su vicepresidenta Díaz y los portavoces de los grupos que conforman y sostienen al Gobierno nos dejaron en sus intervenciones abundantes muestras de su grosera elocuencia y su vileza moral, su autocomplaciente ignorancia de la historia y su inclinación a deformar la realidad con cifras trucadas. Pero quizá el rasgo más deprimente fue constatar una vez más la sumisa disposición de ministros y diputados del PSOE y PSC, prestos a levantarse como robots programados, a aplaudir desde sus confortables escaños los zafios argumentos con los que sus jefes les regalaban los oídos.

¿Error de cálculo de Vox y de Tamames?

La moción no sólo estaba condenada al fracaso por la mera aritmética parlamentaria que sostiene a este Gobierno, cosido con retales, ciertamente, como se subraya una y otra vez, pero que goza de apoyos parlamentarios bastante sólidos, como demuestran que haya podido sobrevivir cinco años y haya aprobado tres Presupuestos Generales del Estado, sino por una circunstancia de mucho más peso. Ni VOX ni el candidato hicieron lo que cabía esperar y estaban obligados en buena ley a hacer una vez adoptada la decisión de presentar una moción de censura y elegir a un candidato ‘independiente’ para encabezarla: exponer un verdadero programa de gobierno y estar dispuestos a desplegarlo.

En lugar de ello, VOX desvirtuó la moción de censura y la utilizó como un subterfugio para presentarse como el único partido de la oposición que hace cuanto está en su mano para desalojar a Sánchez de La Moncloa y adelantar las elecciones generales que se celebrarán dentro de unos meses. Y Tamames se prestó a representar el papel protagonista en la farsa, limitándose a presentar no un programa de gobierno, sino unas cuantas reflexiones y ocurrencias francamente mejorables, sobre algunas cuestiones políticas (separación de poderes), sociales (educación y derecho a recibir educación en español) y económicas (empleo y desempleo, aumento del gasto y de la deuda) interesantes, dejando fuera, claro está, cualquier consideración que pudiera incomodar a los proponentes. Hubo, sin embargo, una omisión clamorosa que no puedo dejar de mencionar: la deficiente gestión de la pandemia por un gobierno que ni anticipó la inminente tragedia ni adoptó medida alguna para mitigar sus efectos hasta el 14 de marzo de 2020. (El lector interesado en la gestión gubernamental de la pandemia puede encontrar un relato en tiempo real en mi libro recientemente publicado Covid-19: la Gran Decepción. Algunas lecciones para España y Occidente.)

Pero lo que es incluso peor, Tamames aceptó en esta farsa la imposición de que, en caso de resultar elegido, su única función una vez investido presidente sería disolver Las Cortes y convocar elecciones anticipadas. La única disculpa que encuentro a semejante frivolidad es que incluso el protagonista no otorgaba a la moción otro valor que servirle de excusa para ocupar un asiento en el Congreso durante un par de días y poder dictar a los diputados una conferencia de una hora, condenando a los sufridos ciudadanos a aguantar la interminable retahíla de intervenciones de los portavoces de todos los grupos parlamentarios. Menos mal que Tamames, con sentido común, nos aligeró algo la carga al no responder directamente a la mayoría de los intervinientes, y limitarse a manifestar sus quejas por el hecho de que el presidente se hubiera tomado tanto tiempo para no contestar a ninguna de sus preguntas. Poco más dio de sí el intercambio entre los profesionales del grito y la descalificación y el exhausto profesor que los contemplaba desde el escaño de Abascal con cara impertérrita. 

¿Contra quién iba dirigida la moción de censura?

Sánchez no desaprovechó la ocasión que le habían servido en bandeja los dirigentes de VOX, a los que calificó de herederos de Blas Piñar, para acusarlos de utilizar con fines espurios el instrumento previsto en la Constitución para censurar el Gobierno, y desacreditar de paso a Tamames por prestarse a desempeñar un papel protagonista en la farsa, achacándole, además y en este caso con bastante razón, que no hubiera presentado un verdadero programa gobierno alternativo. Pero sobre todo Sánchez aprovechó su réplica a Abascal para atacar al PP y a su presidente. En 27 ocasiones mencionó en su intervención ‘Partido Popular’, en dos ocasiones más ‘PP’ y en 3 a su presidente Feijóo, 32 veces en total. Mi pronóstico es que las alusiones de Sánchez de haber estado presente en el hemiciclo se habrían multiplicado vinieran o no a cuento. En el resto de sus intervenciones, así como en la del acalorado macero Patxi López, escuchamos más y más de lo mismo.

Esta insistencia de Sánchez y el PSOE en dirigirse una y otra vez al PP y a su presidente, tratando de asimilarlos con la ‘ultraderecha’ y los herederos de Blas Piñar, da una idea de su mendacidad, desde luego, pero también de su prepotencia al pretender negar a otro partido la posibilidad de desentenderse de una moción calificada por el propio Sánchez de “fraude constitucional”, cuando su partido PSOE no ha dudado en pactar con lo peor de cada casa. No sólo mencionó una y otra vez Sánchez al Partido Popular, sino que se atrevió a acusar a sus dirigentes de que su decisión de pasar de “un decente ‘no’, a una indecente abstención” podía considerarse “un anticipo de caja”, para concluir advirtiendo a las “señorías del PP, [que] tengan cuidado, porque este negocio es de los que dejan mancha, y más pronto que tarde la ultraderecha vendrá a exigirles un segundo pago en diferido para saldar las deudas. Señora Gamarra, señorías del PP, cuando llegue ese día o cuando llegue ese momento, acuérdense de este debate”.

Mientras escuchaba a Sánchez pronunciar tales palabras, pensé que el subconsciente había traicionado al presidente de este Gobierno, rehén de los avalistas que lo auparon a La Moncloa el 1 de junio de 2018, y que hablaba de saldar deudas con profundo conocimiento de causa. Quizá estaba acordándose en ese mismo momento de las muchas manchas, indelebles algunas de ellas, que han dejado sus negocios (aunque la palabra adecuada sería cesiones disparatadas) que ha hecho su gobierno a los enemigos del régimen del 78: a podemitas antisistema, a peneuvistas butaneros, a batasunos terroristas y a golpistas recalcitrantes. De momento que se conozca, ninguno de los gobiernos en los que ha formado parte o apoyado VOX han dejado una estela ‘ultraderechista’ de aberraciones comparables con el legado pretendidamente ‘progresista’ de un gobierno que, como lo calificó Arrimadas en su intervención, es el peor de la breve historia de la democracia española, una afirmación, por otra parte, nada nueva. 

El verdadero objetivo de la moción de censura presentada por VOX no era hacer caer al Gobierno sino intentar frenar el ascenso de Feijóo y el PP, algo que incomoda por igual al PSOE-PSC y a Unidas Podemos, comprometidos a reeditar su gobierno remendado una y otra vez, y a VOX. interesado en influir en la acción de gobierno del PP en el hipotético caso de que Feijóo llegara a La Moncloa. Condenada como estaba la moción al fracaso, nadie puede tomarse en serio como se nos ha pretendido explicar que el objetivo de la misma era adelantar las elecciones generales para poner fin lo antes posible al período de desgobierno, ocupación de las instituciones por personas afines al ejecutivo, y cesiones infames a golpistas y herederos de ETA que están poniendo en entredicho la independencia del Tribunal Constitucional y el Tribunal Supremo, el Consejo General del Poder Judicial y la fiscalía general, y el sistema judicial en su conjunto. 

La hora de la verdad

Estamos viviendo un período en que las alianzas y las políticas del gobierno presidido por Sánchez no sólo suscitan el rechazo previsible de los partidos de la oposición, sino que abochornan a ciudadanos centristas y socialdemócratas, incluidos históricos militantes socialistas como Alfonso Guerra y Francisco Vázquez, por citar tan solo dos figuras sobresalientes del PSOE. Amplios sectores de la sociedad española con posicionamientos políticos dispares venimos manifestando nuestra disconformidad con las infames alianzas de Sánchez con podemitas, golpistas y herederos del terrorismo de ETA, con sus continuas concesiones a todos y cada uno de los enemigos declarados del orden constitucional que lo auparon a La Moncloa, aumentadas tras la incorporación de Unidas Podemos al gobierno en 2019. Es hora de que algunos partidos que dicen anteponer el bienestar de los ciudadanos a cualquier interés partidista lo demuestren con hechos y desde luego esta moción de censura no iba precisamente en la dirección de buscar puntos de encuentro para poner fin al peor gobierno de nuestra democracia. El esperpento ha terminado y llega la hora de plantearse cómo poner fin a un gobierno que nos quita el sueño a tantos españoles, y especialmente a quienes padecimos el fallido golpe de estado en Cataluña en 2017.

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