Pese al desprestigio que le acarreó haber confesado que ocultó una fortuna en Andorra durante más de 30 años y estar imputado junto a su familia de serios delitos de corrupción, el expresidente de la Generalit Jordi Pujol sigue manteniendo intacta su reputación para gran parte del separatismo, que lo considera el padre del movimiento —no en vano, para muchos el Programa 2000 pujoliano permitió que el nacionalismo calara en todas las esferas de la sociedad, abonando el terreno para el posterior procés—.
Así pues, su visión política sigue acaparando la atención mediática. Ésta la ha volcado en el libro L’ultima conversa (Trobada a Queralbs), en el que aprovecha para cargar contra el castellano. «Es y ha sido una lengua de imposición, a veces con incluso de residualización del catalán», afirma Pujol sobre la lengua común en el libro. Asimismo, añade que el español «no es considerada lengua propia de Cataluña». «El catalán», zanja, «es la única lengua propia, la única que en el pasado y ahora le ha dado una personalidad colectiva, distinta y eficaz, y por tanto, el catalán debe tener un estatus preeminente en Cataluña, con unas normas de cumplimiento y conocimiento».