Se cumplió ayer un año desde que Putin ordenara la invasión de Ucrania allá un ya muy lejano 24 de febrero de 2022 y más allá de las hipócritas razones esgrimidas por el autócrata ruso para justificar ante los suyos y ante un mundo atónito lo injustificable, las vidas truncadas o destrozadas de tantas decenas de miles de personas, los horrores y las miserias padecidos por millones de civiles atrapados en las redes del terror cotidiano por la supervivencia van alargando la cola de esa estela interminable de ambición y guerra que vertebra la historia de Europa, sin que casi nadie parezca interesado en encontrar una salida negociada para poner fin a esta nueva y repugnante masacre.
Estamos, sin duda, constatando una vez más los horrores desatados por las fantasías expansionistas, nada nuevo en la Historia de Europa, pero, por qué no reconocerlo también, los peligros que entrañan las estrategias de confrontación soterrada traídas por los vientos hegemónicos desde el otro lado del Atlántico, con la intención poco disimulada de desgastar al inquilino del Kremlin y poner en antecedentes a Pekín. Una nueva batalla por la supremacía mundial, librada esta vez con tropas subrogadas a las que las potencias occidentales armamos y animamos a seguir combatiendo, sin que nadie parezca ya interesado en buscar una salida negociada para poner fin lo antes posible a un conflicto que cada día que se prolonga aumenta la muerte y destrucción siempre presente en la guerra.
Detrás del escenario moviendo los hilos
Los gobernantes de la UE intentan convencernos a los europeos de la necesidad de enviar armas a Zelenski para defender las libertades, tal y como las entendemos en los países democráticos, supuestamente amenazadas por las ansias expansionistas del Kremlin, como solía decírsenos en la época de la guerra fría. En el curso de una excelente conferencia que impartió en Madrid el pasado octubre, Borrell, alto representante de la UE para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, afirmó que esta guerra terminará bien porque uno de los dos bandos gana, bien porque se alcanza una situación negociada. En el turno de preguntas, le manifesté que juzgando imposible la victoria de uno de los dos bandos, la salida negociada era la única alternativa viable, y lo prudente iniciar sin dilación negociaciones para poner fin a los horrores de la guerra.
Pero los gobiernos occidentales continúan, a instancias de Washington y la OTAN, armando al ejército ucraniano para prolongar una guerra devastadora y sin ganadores, todo indica que más interesados en desgastar al régimen de Putin que en alcanzar la victoria. El inusitado gesto de Biden visitando a Zelenski en Kiev constituye una señal bastante más potente que cuando Nuland, vicesecretaria del Departamento de Estado para Asuntos Europeos y Euroasiáticos del gobierno de Obama, se sumó a los manifestantes contrarios al presidente Yanukóvich -elegido democráticamente dicho sea de paso- en la Plaza de la Independencia el 11 de diciembre de 2013, y a los que el vicepresidente Kerry había respaldado abiertamente un día antes desde Washington.
Actitudes enfrentadas en un conflicto sin ganadores claros
En mi primer artículo sobre la invasión (“Consecuencias de la invasión de Ucrania y el papel de la UE en el orden mundial”), publicado en este diario el pasado 5 de marzo, advertía que “a la pérdida irreparable de vidas humanas y al dolor y penuria causados por la salida de cientos de miles de ucranianos buscando dejar atrás la guerra, hay que sumar la destrucción de infraestructuras y equipamientos, instalaciones productivas y viviendas residenciales. El coste -decía pocos después de iniciarse el conflicto- ya es muy alto … [y] mayor será la devastación y mayores los recursos y el tiempo necesarios para restallar las profundas heridas abiertas a lo largo y ancho del país” cuanto más se prolongue el conflicto. En contraste, “la invasión no va a resultar tan mortífera ni destructiva para los ciudadanos rusos, ni va a alterar tan dramáticamente sus vidas cotidianas a corto plazo, … [porque] la guerra se juega en campo contrario… [aunque] estas dificultades podrían intensificarse en el futuro si las sanciones impuestas por Estados Unidos, la UE y otros países occidentales tras iniciarse las hostilidades se mantienen durante un período prolongado”.
En otro artículo (“El coste de la invasión de Ucrania”) publicado el 5 de mayo, presentaba un Cuadro en el que el Banco Mundial cifraba ya por entonces en 45,1 % el desplome del PIB de Ucrania y en 12,1 % el de la Federación de Rusia. Pocos días después, publicaba otro artículo titulado “Con el permiso de los caballeros armados y armadores’ en el preguntaba cómo podíamos “contemplar y analizar sin inmutarnos una escalada de la guerra de esta naturaleza que podría sumir de nuevo a Europa al completo en la devastación y miseria más absolutas”. Recordaba una carta publicada por Bertrand Russell el 17 de diciembre de 1917 en defensa del ‘objetor concienzudo”, y confesaba sentirme “mucho más cerca de la posición de Russell contra la guerra que, por supuesto, del execrable imperialismo de Putin, pero también más cerca que de la posición hipócrita de tantos gobernantes occidentales que suministran armas para que otros sean quienes las empuñen y avancen sus ambiciones hegemónicas. Me conmueven mucho más los muertos, el dolor y el empobrecimiento de tantos millones de ucranianos que al esforzado ardor guerrero de Zelenski”. Y concluía expresando el deseo de ver en todos estos líderes un ápice de esa humanidad y sentido de pertenencia al que apelaba Russell y escucharles algunas propuestas constructivas para poner lo antes posible a esta nueva masacre en el corazón de Europa”.
Pero las sanciones se mantuvieron y la guerra continuó su curso con una implicación cada vez más evidente de Estados Unidos y sus aliados de la Alianza Atlántica. El artículo de J. Yaffa, “Inside the US effort to arm Ukraine” publicado en New Yorker el pasado 17 de octubre proporciona información sumamente precisa sobre la creciente implicación de Occidente en el conflicto. Los países de la Alianza fueron aumentando la potencia y sofisticación del material de guerra enviado a Ucrania y completaban la operación desarrollando programas de formación a unidades militares ucranianas para utilizarlo. Con apoyo de los servicios de inteligencia estadounidense se diseñó, por ejemplo, la contraofensiva lanzada por el ejército ucraniano en zonas del norte y sur del Este de Ucrania que sorprendió al Kremlin a finales de agosto. Sin embargo, ni los reveses militares ni la mayor implicación occidental han dado un vuelco al curso de la guerra ni acabado con el régimen de Putin: el invasor continúa ocupando una buena parte de los territorios ocupados y la muerte, el hambre y la tragedia siguen desangrando al pueblo ucraniano.
Reconociendo que las sanciones impuestas y la necesidad de destinar más y más recursos a sostener el esfuerzo de la guerra han tenido un impacto negativo, lo cierto es que han resultado insuficientes para noquear su economía y poner en apuros a Putin. Según Europa Press, la producción y las exportaciones de crudo aumentaron 2 % en 2022 y 7 %, respectivamente, y los ingresos presupuestarios procedentes del crudo y el gas ruso, pese al desplome de las exportaciones de gas natural a Europa, se dispararon 28 % gracias a los altos precios marcados. En la actualización de enero del Informe de Perspectivas Económicas, el Fondo Monetario Internacional cifró en 2,2 % la caída del PIB y la estimación más reciente de Trading Economics la sitúa en 2,1 %, muy lejos ambas cifras de la fuerte caída anticipada por el Banco Mundial (12,1 %) hace unos meses. En el caso de Ucrania, Trading Economics estima en 30,4 %, la caída del PIB en 2022, considerablemente menor también que la anticipada hace unos meses (45,1 %) por el Banco Mundial, pero de una magnitud que produce todavía escalofríos.
Añádase a todo ello las muertes de decenas de miles de soldados y civiles, la angustia y padecimiento de tantos ciudadanos que no saben si la próxima explosión puede dar al traste con sus vidas, la destrucción de las viviendas, plantas productivas e infraestructuras, y tendremos un cuadro realista de los desastres de una guerra que para la mayoría de los ciudadanos occidentales solo ha supuesto subidas de precios algo mayores de lo habitual. Nuestros gobiernos animan y sostienen al ardoroso Zelenski a seguir defendiendo la integridad territorial de Ucrania, pero el precio que están pagando los ucranianos por ello es enorme y la posibilidad de alcanzar el objetivo se antoja remota, si no imposible. La mala noticia es que siendo una solución negociada la única salida posible para poner fin a esta cruel masacre en el corazón de Europa, Estados Unidos continúa más interesado en seguir desgastando a Putin y cortando los lazos económicos de la UE con Rusia, aunque el precio sea el martirio de los ucranianos de uno y otro bando.