Gran trabajo de investigación el de La Directa. En junio de 2022 denunciaban que un agente del Cuerpo Nacional de Policía se infiltró durante dos años en el activismo y este 30 de enero dicen que otro estuvo infiltrado durante tres años en los movimientos sociales de Barcelona. El nombre supuesto utilizado por estos agentes secretos es curiosamente muy parecido: «Marc Hernàndez Pon» y «Daniel Hernàndez Pons». Tal vez porque el presupuesto para creación de identidades es escaso o porque, como insinúa La Directa, «el espionaje español había creado una falsa pareja de hermanos», y ya resulta inevitable evocar a los Dupont y Dupond de Tintín.
El primero, «Marc», estuvo en «el movimiento por el derecho a la vivienda a través de Resistim al Gòtic y en la izquierda independentista por medio del Casal Popular Lina Òdena, hasta convertirse en coordinador del núcleo del Campus Mundet de la UB del Sindicat d’Estudiants dels Països Catalans». Aunque no tiene nada que ver con la infiltración, hay un detalle que no debería pasar desapercibido. Habiéndose matriculado para estudiar Educación Social, «participa por vía telemática en una de sus primeras actividades universitarias. Consiste en una práctica en la que el profesor les pide que expliquen dónde les gustaría hacer activismo social». Esto le va bien para hacer nuevos amigos en el ambiente. Pero, ¿cómo es posible que un profesor pregunte a sus alumnos por su «activismo social», o lo que es lo mismo, por su adscripción ideológica y política?
Convertido en militante del Sindicat d’Estudiants dels Països Catalans (SEPC), que forma parte del conglomerado de la CUP, consigue inmediatamente un cargo de coordinador desde donde «no sólo podía ser conocedor de la apuesta política del curso, sino que también podía observar el funcionamiento orgánico del sindicato y acercarse a los miembros que asumían cargos de responsabilidad dentro de la organización. Supo situarse en una posición estratégica para recibir de primera mano información relevante para su misión». Incluso pretendió, sin éxito, ingresar en Endavant, partido fundamental dentro de la CUP, en el que militan Anna Gabriel y Carles Riera. Después de un par de años, se acumulaban las sospechas y acabó desapareciendo. Según La Directa, se trata de I. J. E. G, «nacido en Menorca y funcionario del Cuerpo Nacional de Policía», con «estudios de Criminología en la Universitat de Girona», y «agente encubierto con doble identidad».
Una apretada agenda de ocio alternativo
Más divertida aún es la experiencia del otro Hernàndez, «Daniel», que empezó su vida de infiltrado en la Cinètika, que se autodefine como «un espacio okupado, anticapitalista, autónomo y feminista» en Sant Andreu de Palomar, antiguo municipio y ahora mero «barrio» de Barcelona. «Su rápida implicación en la vida de barrio y en el movimiento libertario, así como la camaleónica adaptación estética a que se sometió de manera progresiva, hicieron que se ganara la confianza de todos.» Hasta el punto que «el agente encubierto logró el acceso a viviendas, centros sociales y ateneos —en algún caso llegando a tener copia de las llaves—, en gran medida mediante las relaciones sexoafectivas que estableció en entornos festivos y mediante la aplicación de citas OkCupid. Ocho mujeres entrevistadas por La Directa han intimado con el falso activista durante los últimos tres años, dos de ellas estableciendo con él una relación de pareja.»
Participó activamente en manifestaciones y movidas varias, incluso en uno de tantos cortes de la Meridiana. «En su apretada agenda de ocio alternativo» —aunque lo parezca, La Directa lo dice sin ironía— «no faltaron las fiestas mayores de la Prosperitat, Poble-sec, Gràcia y Sants, así como eventos en los espacios autogestionados y comunitarios de Can Masdeu, Can Batlló, Kasa de la Montanya, Ateneu l’HArmonía y la Comunal (Barcelona), y la Lokomotiva (Hospitalet de Llobregat).» Según esta investigación, se trata de otro agente de la Policía Nacional, cuyas iniciales, D. H. P., coinciden con las de su identidad falsa.
Subraya La Directa que «este tipo de infiltraciones sólo pueden llevarse a cabo, amparadas en una orden judicial, en supuestos de terrorismo, crimen organizado y tráfico de estupefacientes», pero ¿cómo se puede saber lo que se cuece en ciertos ambientes sin acercarse a mirar? La observación, la infiltración y la relación con confidentes son técnicas policiales básicas. Exageran sobremanera al decir que «estamos ante una operación de introducción de múltiples espías en el activismo, bajo la batuta jerárquica del ministro del Interior español Fernando Grande-Marlaska». En estos ambientes que proclaman abiertamente su intención de hacer la revolución, en cualquiera de sus modalidades, y de cambiar el mundo, no debería extrañarles haber sido, presuntamente, objeto de atención de la policía. Más bien tendrían que estar orgullosos de ello.
Cualquier empresa o institución que es víctima de algo así —espionaje, desfalco, estafa…— prefiere evitar el escándalo, correr un tupido velo y tomar medidas para que no vuelva a ocurrir. En el caso de estos llamados movimientos sociales, o sea los grupúsculos de extrema izquierda, más o menos independentistas, más o menos anarquistas, parece que no les viene a la mente la pregunta ¿cómo hemos podido ser tan descuidados? ni les preocupa el daño que airearlo pueda hacer a su imagen.
Relaciones sexoafectivas instrumentales
Lo más llamativo, en el segundo de los casos investigados, es que el sujeto «estableció relaciones sexoafectivas instrumentales con mujeres que le facilitaban participar en asambleas, jornadas y manifestaciones». Lo de «relaciones sexoafectivas» parece guasa, pero en este país hay gente que habla así, o al menos escribe así. Vamos, que se benefició a unas cuantas mientras trataba de sonsacarles información. Hasta ocho, según la Directa. Y quién sabe si más, porque es comprensible que alguna prefiera la discreción. Desde luego no eran miembros —«miembras» que diría una olvidable ministra— de una sociedad secreta ni, se supone, estaban tramando un complot que hubiera que proteger de miradas extrañas. Se trataba de relaciones consentidas entre personas libres que se habían conocido por ahí. Por eso mismo sorprende la sobreactuación de algunas afectadas, que agraba el escándalo, si a tanto llega.
Cinco «activistas», informa Vilaweb, se querellan por abusos sexuales «contra el policía y su superior jerárquico por los delitos de abusos sexuales continuados, tortura o contra la integridad moral, descubrimiento y revelación de secretos e impedimento del ejercicio de derechos cívicos». La actividad del infiltrado, dice la querella, «traspasa límites éticos, atentando contra el núcleo esencial de esas mujeres y su autonomía sexual». Si él hubiera utilizado su falsa identidad para casarse con alguien, aún podría tener recorrido; pero en una relación esporádica nadie cuenta su vida, más bien es contraproducente. Hablar de delito contra la integridad moral y de tortura por el hecho de haber mantenido alguna conversación sobre actividades políticas de escasa entidad no sólo es una exageración, es un insulto a quienes realmente han sufrido malos tratos. En Iran podrían aprender a escoger las palabras.
El uso de la atracción física como incentivo y de las relaciones sexuales como ámbito donde se desvelan secretos es tan antiguo como el espionaje y seguirá siéndolo por más deconstrucciones del patriarcado y cursos de nuevas masculinidades que quieran subvencionar los ayuntamientos. Pero hay que ver qué fácil es obtener confidencias en ciertos ámbitos revolucionarios, sólo con un poco de desaliño, algunos tatuajes y mucha labia. A lo hecho, pecho, deberían decirse las mujeres, y otra vez ándate con ojo. Y en cuanto al presunto policía, que le quiten lo bailao.
OkCupid, el gran espía
Por cierto, la aplicación antes mencionada, OkCupid, según cuentan en Xataka, se caracteriza por hacer «una cantidad de preguntas demencial para incrementar las posibilidades de conocer a tu pareja ideal. Nada más registrarte, y antes de ni tan siquiera poder acceder a tu perfil, OkCupid ya te está haciendo preguntas (…) En promedio, los encuestados suelen contestar unas 350 preguntas entre las miles que descartan.» Esto significa que no se consigue nada en esta web de contactos por un acto impulsivo, improvisado, en un mal momento, sino que hay que trabajárselo y persistir.
Más todavía, «OkCupid ya tiene tantos datos que puede incluso hacer estudios sobre cómo influyen los idiomas en el amor, qué tan importantes son las razas a la hora de buscar pareja o, incluso, las ideologías políticas de las masas en general, porque tiene suficientes usuarios como para hacer muestras representativas grandes de los datos que aportan». Si no todas, al menos las que contactaron con el galán infiltrado mediante este procedimiento, harían bien también en preguntarse cuánto de su intimidad no está volando por esos mundos virtuales.
Pero, en esta relación consentida, el disfrute fue mutuo. De esta parte no existe ninguna queja por parte de la afectada.