«A estas alturas del serial, pocos independentistas discrepan de que lo que no se sabe exactamente quién ha convenido en denominar “proceso” ha terminado, al menos por ahora, con una clara derrota. Una derrota incontestable.» Si lo dice Vicent Sanchis, habrá que creerlo. Sanchis fue director se TV3 en los años culminantes de ese proceso, un puesto clave para entender cómo surge, crece, fracasa y merma un movimiento decidido a suspender el Estatuto y la Constitución, derribar la monarquía, e imponer un nuevo Estado a la Unión Europea. Ahora en el Món publica un artículo —Com rematar la derrota— en que denuncia que «la actuación general de las opciones independentistas parlamentarias ante esa derrota la hace aún más derrota. Los peores asesores del mundo les marcan el camino del sainete».
Entiende que de la derrota se pueden sacar lecciones, y apunta algunas: «Que el Estado es mucho más fuerte de lo que se pensaban y que cualquier estrategia debe tratar de aprovechar sus debilidades, que las tiene. Que las supuestas complicidades europeas o internacionales son mucho más flojas de lo que muchos proclamaban y que no hay que contar con ellas para no engañarse en vano. Que la unidad del independentismo debe ser, no sólo un punto de partida, sino también de llegada, si realmente se quiere conseguir algo. Que no se pueden construir estructuras de Estado sólidas desde la autonomía catalana y con el Estado en contra. Que las grandes empresas en Cataluña responderán a cualquier llamada de las instituciones y el gobierno del Estado en defensa de la unidad territorial que sacraliza ese mismo Estado.» O sea, todo lo que muchos veían venir y no pudieron decir, o, si llegaron a decirlo, fueron acusados de complicidad con el Estado opresor y muchas otras lindezas.
Y con gran espíritu conciliador da a los independentistas algunos consejos elementales: «Dejar de competir locamente por la hegemonía política autonomista» —pero ¿cómo van a dejar de perseguirla si es de ahí de donde salen los sueldos y la influencia?—. «Dividir la respuesta desde posiciones irreconciliables ante el Estado o contra el Estado debilita cualquier estrategia» —¿no será que en su fuero interno ya han abandonado el desafío al Estado y sólo queda disputarse el poder autonómico y local?—. Finalmente, a «una parte del independentismo —básicamente, en el entorno de Junts— no le basta con la guerra de proyectiles diarios que les enfrenta a Esquerra o a la CUP», y padece «unas evidentes y graves trifulcas internas que acaban de complicar aún más la situación general de la opción que aspira a romper con España».
Sanchis es pesimista. Con tantos errores que «se multiplican y se encadenan cada día», «el independentismo, desde la fractura, no tendrá ninguna opción ni siquiera de ser tomado en serio por el Estado» y «podría ser que por primera vez en muchos años la próxima cita con las urnas se salde con la victoria de quienes se proclaman, con toda la trampa y todo el cartón, “constitucionalistas”». Hace al menos diez años que tenemos gobiernos independentistas, y el balance, en términos de país, es demoledor. La necesidad de una alternancia es evidente y su hora se acerca.
Persecución por todo el plató
JxCat es el partido que peor lleva la vuelta a una cierta normalidad después del batacazo, como mínimo para presentarse unido y capaz de gobernar. El asunto Dalmases sigue reflejando su incapacidad de afrontar los grandes problemas, pues no consigue cortar por lo sano en uno tan insignificante. El Periódico recogía el día 3 el testimonio de cinco mujeres que aseguran haber sufrido “mobbing”, “abuso de poder” o insistencia indeseada: «Después de que se conociera (y se acreditara por varios informes) que el principal escudero de Laura Borràs intimidó a una periodista del “Faqs” de TV3, otras personas han alzado la voz»: «tres periodistas» y «dos diputadas de su propio partido, JxCat», dicen haber «sufrido presiones y vejaciones por parte de Dalmases.» Lamentablemente, «todas ellas piden anonimizar su identidad», es decir que no dan la cara, «pero algunas hablan en primera persona para explicar lo vivido con la voz distorsionada».
Al menos en el caso de las dos diputadas, cuesta creer que no se sientan a salvo de eventuales represalias. La república catalana, «proclamada» pero felizmente no «implementada», ya tenía visos de república bananera, pero si las víctimas, con razón o sin ella, han de recurrir a métodos de declaración propios de los programas del corazón, la cosa es muy preocupante. Uno de los casos que aporta el Periódico, el de «una exdiputada que coincidió con él en el Parlamento en la pasada legislatura»: «Estaban en un plató de televisión tras un debate electoral y él se acercó para proponerle quedar para tomar un café. “No lo conocía de nada, le dije que no. Pero insistió. Le volví a decir que no y acabó persiguiéndome por todo el plató. Fue una situación muy desagradable.”»
Que un parlamentario pueda protagonizar algo así, que recuerda escenas del peor género cómico español, no se debería aceptar ni como presunción. El partido, si conserva alguna capacidad de reacción, debería atajarlo cuanto antes, sea retirando de la circulación a Dalmases —quien por ahora, comprensiblemente, «está de baja por motivos de salud»—, sea desautorizando a las anónimas denunciantes, sea ambas cosas. Pero que hagan algo. Por ahora se han limitado a divulgar por las redes sociales que la autora del artículo mencionado, Sara González, es la mujer de un alto cargo de ERC, dato que intenta desacreditar al mensajero pero que en realidad no aporta nada. La cuestión es si las acusaciones divulgadas son ciertas o no.
Fatalmente comprados
Ot Bou, en Vilaweb, aun sin mencionar el caso Dalmases, sostiene que JxCat, que «fuera del gobierno no sabe ni andar» —El silenci de Junts—, ha perdido la capacidad de reaccionar: «El silencio de las voces cantantes de Junts per Catalunya es ensordecedor. Ni Laura Borràs, ni Jordi Turull, ni Jaume Giró, ni Xavier Trias abren boca. En la última carta del presidente Puigdemont, ya sin cargo orgánico, tampoco se articulaba ni una sola idea. Ya hace cerca de un mes que el partido decidió irse a la oposición, pero no hay ni rastro de ninguna argumentación sólida. No tienen candidato, no tienen discurso y menos aún son capaces de dominar el relato. En ningún ámbito. Desentenderse de Esquerra era sin duda la opción más inteligente para Junts. Saliendo del gobierno se liberaban de asumir responsabilidades y atenuaban las contradicciones, lo que les dejaba las manos libres para inflar la retórica, que es su especialidad. Sin embargo, más silencio que nunca.»
Mientras tanto, ERC sigue a lo suyo, gobernando a su manera. Bernat Dedeu, en el Nacional, comenta el fichaje de Mireia Boya como directora general de Calidad Ambiental y Cambio Climático, para que, ironiza, «alguien como yo haga este artículo y la esfera tuitera de la tribu se llene de trolls de Junts per Catalunya acusando a la antigua heroína cupaire de haber cedido al cojín de la paguita gubernamental».
«A Oriol todo esto se la suda muchísimo, no sólo porque la rectitud moral ya hace tiempo que es una práctica absolutamente inaudita en la política catalana, sino porque [su] única ocupación actual (…) consiste en obedecer punto por punto el encargo que Pedro Sánchez le exigió a cambio de los indultos. Junqueras quiere hacer honor a la idea colonizadora —y de antigua exclusividad convergente— según la cual todo libertario catalán acaba cediendo sus pretensiones de emancipación por una suma razonable de dinero. Oriol es malvado pero no burro, y regalando una nómina a Boya le está diciendo a los miembros de mi generación (también la del presidente Aragonès) que acabaremos fatalmente comprados.»