El nuevo gobierno Aragonès tiene el inconveniente de sustentarse sólo en 33 escaños de un Parlamento de 135, pero gracias a la incorporación de políticos de larga trayectoria, como Joaquim Nadal y Carles Campuzano, provenientes del PSC y de CDC respectivamente, junto con Gemma Ubasart, de Podemos, y Meritxell Serret, de ERC, conocida por su ida y vuelta del exilio, da la impresión de ser más potente o al menos de gozar de una imagen algo más seria. Aunque la consigna que lanzó el presidente al darlo a conocer el pasado día 9, la de que representa los consensos del 80% de la ciudadanía, no da para más de un telediario. Se basa en la falacia, repetida hasta la sociedad durante los años previos al referendum de octubre de 2o17, de que el 80% del electorado estaba a favor del «derecho a decidir».
Vicent Partal afirmó enseguida que son fuegos de articifio para salvar el momento. Se preguntaba cómo puede ser que ahora Esquerra nombre consejeros que no son independentistas, teniendo «un presidente que dijo en su investidura que venía a culminar el proceso de independencia». «La tan criticada sociovergencia es muy difícil encarnarla mejor que con este tándem estrella que nos ofrece el nuevo gobierno: Quim Nadal y Carlos Campuzano.» Su conclusión es que «el partido de la moderación, lo que antes eran CiU y PSC, ahora es Esquerra»; esto es lo que «quieren las elites porque no encuentran a nadie más a quien recurrir» y es lo que «quiere ser Esquerra desesperadamente».
Al día siguiente, el lunes 10, insiste en que este gobierno es la apoteosis de la banalidad, pues los de ERC «nombran consejeros un domingo como si fuera un espectáculo (…) sin pensar que el desconcierto y la consigna se apagarán a las pocas horas, y que a los consejeros tendrán después que soportarlos».
Pero para Partal lo importante es la «lectura de fondo»: «Desde 2012 estamos inmersos en la misma dinámica: el independentismo se ha armado intelectualmente de una manera muy poderosa.» Y ante esto «el españolismo y las elites catalanas que pretenden seguir mandando han respondido siempre, una y otra vez, con fuegos de artificio, con relatos superficiales».
«Hace diez años esta gente veía en Convergència y Artur Mas el mecanismo para frenar la calle, la garantía de que el proceso no les afectaría» —otros ven, inversamente, en esa Convergència de Artur Mas el percutor principal del proceso—, y ahora ponen sus esperanzas en el gobierno Aragonès para que sea «el que finalmente, diez años después, frene la ola».
Pulso por el liderazgo soberanista
Sobre el trasfondo de la ruptura entre ERC y JxCat, en Nació Digital, Jordi Serra Carné —Benvinguts al fang— comenta: «Hay un choque de estrategias, ciertamente, pero sobre todo un pulso por el liderazgo del voto soberanista, que ni el relato de los incumplimientos ni el lema de la Cataluña entera esconden. Junts ha salido del gobierno porque una mayoría [de sus militantes] piensa que podrá practicar la coherencia discursiva en el Parlamento y en los platós, y que de la maniobra saldrá beneficiado. A cambio, sacrifica centralidad y puede percibirse como un partido poco útil. Algunos consejeros recordaban la semana pasada que, abandonando la Generalitat, se renunciaba a gestionar más del 60% del presupuesto en un momento de crisis en el que la ciudadanía reclama el cobijo de los recursos públicos. A su vez, ERC entiende que ya le va bien deshacerse de un socio percibido como desleal. A los republicanos les ayuda presentarse camino de un nuevo ciclo electoral como fuerza estable de gobierno, aunque paguen la prenda de la debilidad parlamentaria y sufran el desgaste de ser señalados por no alimentar una independencia exprés.»
Será divertido ver cómo los diputados de JxCat argumentan el voto en contra a los presupuestos de la Generalitat, que han sido elaborados en la consejería que hasta hace unos días presidía Jaume Giró. Y si votasen que sí, la pregunta que habría que hacerse es por qué están en la oposición a un gobierno que funcionará igual que si estuviesen dentro de él. En cualquier caso, la lógica y la responsabiliad política huyeron hace tiempo de JxCat, más que de cualquier otra formación catalana, independentista o no.
La apuesta del estratega de Waterloo es a medio plazo y pensando en lo que suceda en Madrid. Contaba Enric Juliana, al romperse la coalición —Apoptosis convergente—: «Puigdemont y su círculo de confianza están convencidos de que la derecha ganará las próximas elecciones generales en España y que un futuro gobierno de coalición PP – Vox volverá a encender la mecha del conflicto catalán. Y quizá encienda también la mecha del País Vasco. Cuando llegue ese momento, están convencidos que Junts volverá a ser la fuerza dirigente del soberanismo catalán y que Esquerra, desprestigiada, pagará la factura del pragmatismo.»
La incierta aventura de Puigdemont
A pesar de la aparente desconexión de su partido, el ex presidente manda. Francesc-Marc Álvaro revelaba el 10 de octubre —Contrafactual posprocesista— que Jordi Turull, el día de la Mercè, fue a Waterloo para reunirse con Carles Puigdemont. «Ese sábado, 24 de septiembre, todo estaba abierto. El secretario general de Junts buscaba el aval del líder posconvergente para frenar al sector que tenía prisa por romper el ejecutivo autonómico (…) pero no pudo doblegar la férrea posición del jefe del Consell de la República» y «constató que era víctima de la pinza Borràs – Puigdemont».
Cuenta Álvaro que el objetivo de Turull al convocar la consulta era ganarla y permanecer en el gobierno, pero luego «activó el misil que aceleró el desenlace, a sugerencia de Waterloo: mostrar a Aragonès el camino de una eventual moción de confianza, algo inaudito entre socios». En definitia, «Turull, que ganó el congreso del partido, ya no escribe el guión», olvidó que «es mejor equivocarte con tus ideas que con las de otro» y «no quiso enfrentarse a la figura simbólica que aplauden las bases», es decir Puigdemont. Queda claro que «cualquier estrategia de Junts es y será el producto incierto de la aventura de Puigdemont».
Sería mejor decir que será el producto cierto de la incierta aventura de Puigdemont. Los gobiernos en el exilio nunca se bastan para controlar lo que sucede en el interior, pero el Consell de la República sito en Waterloo no es ni de lejos comparable al gobierno de Polonia en el exilio durante la segunda guerra mundial ni a la Segunda República española en el exilio. Mejor pronto que tarde, el partido cuyos hilos maneja Puigdemont deberá desconectar de un relato anclado en octubre de 2017 y tomar sus propias decisiones.
La paradoja de que JxCat haya contribuido, por omisión, a hacer un gobierno Aragonès más estable y serio que el anterior debería hacer reflexionar al más entusiasta. «La principal razón de esta situación», afirma Álvaro en su siguiente artículo, del día 13 —Después del ‘reset’—, «es fácil de entender: los principales grupos de la oposición (muy fragmentada) no parecen dispuestos a cooperar para forzar la caída del Gabinete monocolor de ERC, aunque pueden provocar sustos y turbulencias en el hemiciclo».
«La llave de la estabilidad en el Parlament la tiene, sin duda, el PSC.» Claro, siendo el partido más votado, aunque con sólo 33 diputados, tantos como ERC. Salvador Illa «busca llegar a la presidencia de la Generalitat por decantación y sin provocar demasiado ruido», entre otras cosas porque «Pedro Sánchez necesita, para mantener el bloque gubernamental en las Cortes, que el gabinete Aragonès pueda funcionar».
ERC y PSC de una manera u otra deben encontrar la manera de apoyarse, pues «si los presupuestos catalanes tienen que prorrogarse, se van a perder más de 3.000 millones», aunque, como siempre, «el papel del socialismo catalán aparece lastrado fatalmente por intereses que sus dirigentes no controlan», los de sus superiores en Madrid. Esta coyuntura «convierte a los antiguos socios de ERC en meros figurantes, un grupo que deberá gesticular mucho para no caer en la irrelevancia». Pero es precisamente la adicción a la gesticulación lo que está llevando a JxCat poco a poco a la irrelevancia. En las municipales del mayo próximo se podrá comprobar.