Opinión/ Mejor si dejamos de contar

Desde hace bastante tiempo, casi todos los gobiernos europeos parecen haber decidido en algún momento que destinar más recursos a mejorar las estadísticas de casos y fallecidos a causa del coronavirus SARS-CoV-2 (Covid-19) sólo podía deteriorar más su ya muy dañada imagen y que lo más les convenía era contar a medias lo que ocurre, algo que, por otra parte, habían hecho con menos descaro desde la irrupción del virus. Si en las primeras semanas de la pandemia se infravaloró de manera grosera el número de muertos por Covid-19, ante la imposibilidad material de realizar pruebas a las decenas de miles de hospitalizados y fallecidos enterrados sin llegar a conocer las causas de su muerte, ahora que los efectos de las infecciones resultan generalmente más leves gracias a las vacunas, algunos gobiernos han dejado sencillamente de publicar cifras diarias de casos y las cifras de fallecidos acumuladas que ofrecen de tanto en tanto se asignan homogéneamente dividiéndola por el número de días.

No estamos hablando de países en vías de desarrollo ni de países gobernados por regímenes autoritarios o dictatoriales, donde la falta de medios en los primeros y la censura gubernamental en los segundos restan credibilidad a las cifras oficiales publicadas, sino de países de renta alta o media donde los gobiernos cuentan con abundantes recursos disponibles y podrían haber realizado un seguimiento de la pandemia en tiempo real con un coste adicional insignificante para las arcas públicas. Lo he dicho más de una vez, pero no me importa repetirlo de nuevo: la pandemia ha desnudado a la clase política occidental y puesto al descubierto que estamos en manos de gobernantes que no fueron capaces de adoptar medidas preventivas para mitigar los efectos de la catástrofe humanitaria y económica vivida desde 2020 y que sólo los avances científicos que permitieron descubrir vacunas en un tiempo récord nos han salvado de una hecatombe de dimensiones todavía más trágicas.

La pandemia ha desnudado a la clase política occidental y puesto al descubierto que estamos en manos de gobernantes que no fueron capaces de adoptar medidas preventivas para mitigar los efectos de la catástrofe humanitaria y económica vivida desde 2020.

Apagón informativo

Pero pasado el susto y recuperada una normalidad más aparente que real, la clase política sigue tratando de difuminar sus responsabilidades y ahora presenta con más descaro incluso datos parciales que dan una imagen distorsionada de lo que está sucediendo en sus países, con la complicidad todo sea dicho de los medios de comunicación tan dados a dar por buenas las noticias de las agencias gubernamentales, y de la pasividad de los ciudadanos supervivientes, hartos de los malos tiempos, y preocupados por rehacer sus negocios para recuperar el tiempo perdido y retomar sus rutinas de ocio, fiestas y vacaciones previas a la pandemia como si nada hubiera sucedido.

No crean que exagero. De los cuatro grandes países europeos de la UE que sigo día a día desde el inicio de la pandemia, sólo Francia e Italia continúan publicando cifras homologables y lo hacen sin importarles si se trata de fin de semana o día festivo. La tan alabada sistematicidad alemana deja, sin embargo, mucho que desear y a veces pasan un par de días sin que conozcamos las cifras. España hace tiempo que dejó de recoger información sobre casos entre la población menor de 65 años y las Administraciones dejan de publicar sus parciales cifras de viernes a lunes por la tarde, así como en las fiestas de guardar. Entre los países más pequeños, Holanda proporciona sus datos casi con total puntualidad, mientras que Bélgica puede pasar una semana sin que nada sepamos sobre lo que allí ocurre. Fuera de la UE, dos países tan emblemáticos como Reino Unido y Suiza pasan también muchos días sin ofrecer datos de casos y fallecidos.

España hace tiempo que dejó de recoger información sobre casos entre la población menor de 65 años y las Administraciones dejan de publicar sus parciales cifras de viernes a lunes por la tarde.

De las dos grandes potencias mundiales, Estados Unidos produce datos diarios con absoluta regularidad que revisa generalmente al alza pasados algunos días, prueba evidente de que los sistemas de recogida y tratamiento de datos dejan bastante que desear, un problema atribuible en este caos al marcado carácter federal del país. Según las últimas cifras disponibles, cerca de 96 millones de estadounidenses han padecido la infección y en torno a 1.067.000 personas han fallecido. China tampoco falla un solo día a la cita informativa y sus cifras no se revisan posteriormente, si bien el número oficial de casos totales, 241.000 en números redondos, y fallecidos, 5.226, infravaloran con toda seguridad la tragedia allí vivida desde que se detectó el primer fallecido en Wuhan el 11 de enero de 2020. Aunque la política de cero-covid seguida con firmeza por el gobierno chino desde entonces ha salvado a millones de ciudadanos de padecer un final trágico, las cifras oficiales son demasiado bajas y el hecho de que el número de muertos pase semanas y semanas sin alterarse resulta inverosímil.

La falta de fiabilidad de las cifras publicadas en la mayoría de los países de la acomodada y democrática UE, una dejación que bien podría calificarse en su caso de escandalosa, ha sido la norma en otras zonas del planeta menos afortunadas y peor gobernadas. Por falta de medios, por insuficiencias administrativas o corrupción gubernamental, las cifras de casos y fallecidos contabilizadas a partir de fuentes gubernamentales constituyen una grosera infravaloración del impacto de la pandemia en otros territorios. Que, por ejemplo, de las 602 millones de casos y 6,6 millones de muertos contabilizados, 315 millones de casos y cerca de 3 millones de muertos se hayan registrado en Estados Unidos y Europa dan una idea de la escasa confianza que pueden asignarse a las cifras publicadas en muchos países de Asia, África y algunos países de América. El pasado 5 de mayo, la OMS estimaba entre 13,3 y 16,6 millones el número de fallecidos por Covid-19 en el mundo, cifras que duplicaban holgadamente el número oficial de fallecidos en ese momento y siguen duplicándolo en la actualidad. Resulta poco creíble, por ejemplo, que India con 1.400 millones de habitantes, niveles de salubridad y sistemas sanitarios menos universales y eficaces, se hayan registrado menos de la mitad de casos (44,3 millones) y fallecidos (527.000) que en Estados Unidos (95,36 millones y 1.066.762 fallecidos).

La falta de fiabilidad de las cifras publicadas en la mayoría de los países de la acomodada y democrática UE, una dejación que bien podría calificarse en su caso de escandalosa, ha sido la norma en otras zonas del planeta menos afortunadas y peor gobernadas.

¿Qué pasa en España?

En un país donde las televisiones controladas por el gobierno o afines al mismo se atreven a informar de que las reformas gubernamentales en el sector eléctrico han reducido el precio de la electricidad en España, cabe esperar cualquier barbaridad informativa con tal de dejar en buen lugar a un gobierno al que primero la gestión de la crisis pandémica y ahora la gestión de la crisis energética ha puesto al descubierto sus vergüenzas: incompetencia cum laude. Ya hemos indicado que España tomó la insólita decisión de dejar de contar casos de personas menores de 65 años por la dificultad de hacerlo, claro que, contando con profesionales tan poco fiables como Fernando Simón, director del Centro de Alarmas y Emergencias Sanitarias, que llegó a afirmar que en España no tendríamos más de unos pocos casos de Covid-19, quizá lo mejor sea que dejen de contar casos y hasta muertos.

El Instituto Nacional de Estadística, un organismo independiente contra el que este gobierno tan democrático ha dirigido sus iras por publicar datos sobre la evolución del IPC y el PIB contrarios a las eufóricas expectativas de recuperación económica gubernamentales, continúa elaborando la estadística experimental de estimación de funciones semanales puesta en marcha a raíz del brote de Covid-19. Gracias a los datos que nos suministra cada cuatro semanas podemos calcular el exceso de mortalidad registrado a partir de marzo de 2020, en 2021 y hasta julio de 2022, comparando los datos de mortalidad en cada semana con los fallecidos en 2019, o con la media de los fallecidos en los años 2016-2019. El Gráfico 1 muestra el exceso de mortalidad registrado semana a semana en los tres años citados. Tres son las conclusiones que me gustarían destacar.

Primera, el pico de mortalidad registrado en la primera oleada en 2020 (línea morada), muchísimo más acusado que cualquier otro registrado antes de descubrirse las vacunas e iniciarse el proceso de vacunación masiva, demuestra que de haber adoptado el gobierno medidas preventivas en los meses de enero, febrero y primera quincena de marzo de 2020, se podría haber mitigado considerablemente la mayor catástrofe sanitaria padecida en la historia reciente de España: 50.000 personas es la cifra de exceso de mortalidad registrada en las nueve semanas comprendidas entre el 9 de marzo y el 10 de mayo de 2020 (semanas 11 a 19 en el Gráfico 1). Pero el gobierno estaba muy ocupado preparando la ‘ochomarzada’ y desplegando sus políticas populistas.

Segunda, el tercer pico más importante se registró a comienzos de 2021 (línea roja) antes de iniciarse el proceso de vacunación, pero a partir de la semana undécima, las cifras de exceso de mortalidad se mantuvieron relativamente bajas, si bien se detectan otros dos picos notables al final del verano y en diciembre de 2021 a resultas de la quinta y sexta oleadas. Gracias a las medidas individuales de protección adoptadas y al progreso del proceso de vacunación en el segundo semestre del año se pudieron mitigar los estragos de la epidemia, sin necesidad de recurrir a medidas extremas como la paralización de todas las actividades económicas no esenciales decretada por Sánchez el 14 de marzo del año anterior.

Gracias a las medidas individuales de protección adoptadas y al progreso del proceso de vacunación en el segundo semestre del año se pudieron mitigar los estragos de la epidemia, sin necesidad de recurrir a medidas extremas como la paralización de todas las actividades económicas no esenciales.

Tercera, el Covid-19 sigue estando muy presente en la sociedad española, aunque el gobierno haya decidido que es mejor dejar de contar los casos y no ofrecer datos de mortalidad los fines de semana y fiestas de guardar. Como puede observarse en 2022 (línea beige), se han producido varios picos semanales con un exceso de mortalidad superior a 1.000 personas y a lo largo del segundo trimestre y comienzos del verano, la línea beige se ha mantenido siempre por encima de la línea roja correspondiente al exceso de mortalidad en 2021, alcanzando el segundo pico más importante de exceso de mortalidad en julio.

Más muertos en la mochila

Quisiera antes de finalizar asegurarles que los resultados que acabo de destacar no dependen de que el cálculo de exceso de mortalidad se haga comparando los fallecidos en cada semana con los fallecidos en 2019, porque los resultados apenas varían si la comparación se hace con la media de fallecidos en los años 2016-2019. El exceso total de mortalidad en los aproximadamente dos años y medio de pandemia asciende a 148.412 personas cuando se calcula con relación a los fallecidos en 2019 y a 146.550 cuando se compara con la media de fallecidos en 2016-2019. En 2022, sin embargo, la situación es justamente la inversa: el exceso de mortalidad se cifra 29.363 en el primer caso y en 30.284 en el segundo caso. Si extrapolamos estas cifras al conjunto del año, el exceso de mortalidad podría situarse entre 40.000 y 45.000 personas en 2022, una cifra muy inferior a la de 2020, pero similar a la de 2021.

Pese a la existencia de algunas discrepancias sobre la conveniencia de inocular una cuarte dosis de refuerzo, las agencias ECDC y EMA de la UE recomiendan hacerlo para los grupos de población más vulnerables, los mayores de 80 años. De momento, la reducción de la mortalidad pese a los numerosos contagios viene a respaldar que los efectos beneficiosos de las vacunas superan ampliamente los adversos. Por otra parte, se están probando nuevas vacunas que permitirán afinar los tratamientos y reducir los efectos nocivos de algunas variantes del virus. Es muy posible que la Covid-19 se convierta en una enfermedad con la que, como en el caso de la gripe, tendremos que convivir de aquí en adelante, sin necesidad de tomar grandes medidas de seguridad, al menos en los grupos de población más jóvenes.

Es muy posible que la Covid-19 se convierta en una enfermedad con la que, como en el caso de la gripe, tendremos que convivir de aquí en adelante, sin necesidad de tomar grandes medidas de seguridad, al menos en los grupos de población más jóvenes.

Lo que como científico social más me preocupa es que los gobiernos occidentales, con el español a la cabeza, hayan decidido pasar página rápidamente sin extraer ninguna lección tras su lamentable gestión de la pandemia, especialmente en su fase inicial. Ningún gobierno parece estar interesado en diseñar planes de actuación más eficaces para detectar la irrupción de un nuevo virus, en tener listos protocolos de actuación para frenar su expansión incontrolada, y, en fin, evitar el caos administrativo, social y económico vivido con especial intensidad en la primavera de 2020, pero que se prolongó hasta la puesta en marcha de los procesos de vacunación masiva. Da la impresión de que nuestro gobierno, con su presidente a la cabeza, pretende pasar de puntillas sobre los 147.000 muertos recién enterrados, como si nada tuvieran que ver ello con su inacción e improvisación de que hizo gala. Y me preocupan esas ansias de dar carpetazo a lo ocurrido porque nadie sabe si un virus más letal y contagioso puede irrumpir en un futuro que podría ser mañana mismo.

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