La pandemia ha afectado nuestras vidas durante los dos últimos años y de qué manera. A los confinamientos obligatorios y a las restricciones a la movilidad impuestas por las autoridades, hay que sumar, por una parte, las limitaciones autoimpuestas por los más prudentes o expuestos a nuestra vida social en un intento de reducir el riesgo de contraer la enfermedad, y, por otra parte, el empobrecimiento generalizado de una fracción social de la población que ha visto reducidas sus rentas y patrimonios al tiempo que veía cómo se disparaban los gastos asociados con la salud y los precios en general. Una nadería, sin embargo, cuando se compara con la situación de quienes han padecido la enfermedad con especial virulencia y la de aquellos a los que el Covid-19 les ha dejado secuelas crónicas importantes. Claro que la peor parte se la han llevado los millones de personas que nos han dejado antes de hora, como solía decirse antaño cuando la vida de algún familiar o simple conocido quedaba truncada por una enfermedad repentina e inesperada.
En el artículo publicado en The Lancet el pasado 18 de mayo, el Panel Independiente de Preparación y Respuesta Pandémica (Independent Panel for Pandemic Preparedness and Response, IPPPR) cifraba en 352 millones el número de infectados y en 2,8 millones el número de víctimas por Covid-19 entre mayo de 2021 y mayo de 2022, y estimaba que “el exceso de muertes por Covid-19 se encuentra en el rango 14-21 millones desde la irrupción del SARS-CoV-2” en 2020. El límite inferior de esta horquilla duplica holgadamente los registros basados en fuentes oficiales que sitúan el número de muertos en torno a 6,32 millones a comienzos de junio de 2022.
Una vez completadas las campañas de vacunación masiva en la mayoría de los países con niveles de renta altos, la mayoría de los gobernantes ha decidido prestar cada vez menos atención si cabe a contabilizar el número de casos, con la secreta esperanza de que las vacunas hagan su trabajo y la mayoría de los nuevos infectados padezcan síntomas leves y puedan sobrellevar la enfermedad sin colapsar los sistemas hospitalarios. Pero como nos recuerda el director general de la Organización Mundial de la Salud (OMS) en el último informe del IPPPR (Transforming or tinkering? Inaction lays on the ground for the next pandemic, p. 9) “el virus no desparecerá simplemente porque los países dejen de buscarlo. Está todavía extendiéndose, está todavía mutando y está todavía matando”. ¿Acaso cuando las consecuencias de la pandemia son bastante menos letales cabía esperar una actitud más diligente de unos gobernantes que nada hicieron para prevenir la irrupción del virus en los primeros meses de 2020?
Incluso en la mayoría de las economías más avanzadas, entre las que se cuenta España, la pandemia se ha llevado por delante antes de hora un gran número de personas, y la mayoría de quienes estamos todavía entre los vivos nos encontramos bastante más debilitados y empobrecidos. ¡Quién no recuerda con tristeza aquella predicción indecorosa de que “en España no vamos a tener, como mucho, más de allá de algunos casos diagnosticados”! Sólo a unos gobernantes descerebrados, faltos de sensibilidad y tacto, se les podía ocurrir decirnos que ‘salimos más fuertes’ de esta tremenda crisis humanitaria y económica, y dilapidar recursos públicos en obscenas campañas publicitarias de autopropaganda para tratar de convencernos de semejante disparate. Así de tontos nos consideran algunos gobernantes occidentales a los ciudadanos ‘libres’ de a pie.
Prevenir mejor que curar
En ese mismo último informe, el comité de expertos reconoce que las pérdidas personales e impactos económicos sobre familias, comunidades y países “podían prevenirse y no se previnieron… [porque] no pocos países retrasaron o politizaron la puesta en marcha de medidas para proteger a la gente de la infección y la enfermedad”. Asimismo, señala que los avances en materia de prevención que reclamaba en su informe anterior han sido muy tímidos e insuficientes para evitar “picos en infecciones y muertes que causaron disrupciones masivas en los centros de trabajo y escuelas, y riesgo de Covid-persistente con consecuencias en la salud a largo plazo para una proporción de los infectados”.
Gráfico 1. Casos y muertes registrados entre el 1 de enero de 2020 y el 2 de mayo de 2022
Fuente: Transforming or tinkering? Inaction lays on the ground for the next pandemic, IPPPR p. 8.
Como los porcentajes que aparecen en el Gráfico 1 revelan con toda claridad, la incidencia de casos y muertes en el último año alcanzó porcentajes muy elevados, 69% y 45%, respectivamente, de las cifras totales desde el inicio de la pandemia, una clara indicación de que la crisis humanitaria y económica están muy lejos de haberse controlado. Cinco son las áreas donde el panel de expertos internacionales focaliza la atención para dar por concluida la pandemia actual y mejorar la prevención de las pandemias en el futuro:
- Acceso justo y equitativo a los instrumentos de prevención y tratamiento
- Financiación adecuada para cubrir a todos los países
- Una OMS reforzada en sus medios e independencia y un nuevo sistema de vigilancia, detención y alerta
- Liderazgo político y responsabilidad
- Estar preparados
(Subrayados míos.)
Gráfico 2. Porcentaje de personas que completaron el protocolo de vacunación inicial
Fuente: Transforming or tinkering? Inaction lays on the ground for the next pandemic, IPPPR p. 10.
Se trata de un programa de máximos que a la luz de lo ocurrido en los últimos años bien podría calificarse como utópico. Responde eso sí a la idea revalidada por la experiencia reciente de que sin una planificación a nivel global y un aumento en los recursos destinados a prevención, desarrollo y distribución de vacunas a nivel planetario, la población mundial está expuesta a que una crisis similar pueda producirse en cualquier momento con resultados quien sabe si todavía más mortíferos y desastrosos. Entre otras cosas, el plan pretende evitar que, como el Gráfico 2 muestra, el porcentaje de personas que han completado el protocolo de vacunación inicial sea tan bajo en los países con renta per cápita baja y media baja.
Dificultades de implementación
No hace falta insistir demasiado en que cuando irrumpió el coronavirus SARS-CoV-2 a comienzos de 2019 y pese a conocerse desde mediados de enero la alta letalidad del virus, la mayoría de los gobiernos optaron por no hacer nada e ignoraron las advertencias y recomendaciones de la OMS publicadas en enero y febrero. Los sistemas de detección fracasaron estrepitosamente incluso en los países más avanzados y la mayoría de los gobiernos se limitó a adoptar medidas improvisadas una vez iniciada la crisis, dando palos de ciego que no respondían a ningún plan coherente para mitigar la tragedia humana y las severas consecuencias económicas de la pandemia. La única respuesta que estuvo a la altura de las circunstancias en las economías avanzadas fue la investigación farmacológica que permitió desarrollar y desplegar varias vacunas en un tiempo récord. Gracias a ellas, se han reducido ostensiblemente el sufrimiento y las pérdidas humanas y se ha propiciado la recuperación económica.
La impresión es que la mayoría de los gobiernos y la población parecen estar empeñados en dar carpetazo a la traumática experiencia vivida y recuperar las rutinas y patrones de vida anteriores a 2020, como si nada hubiera sucedido entretanto o como si un episodio similar no pudiera volver a producirse mañana mismo. No veo a los gobiernos de las principales potencias dispuestos a anteponer los intereses generales de la población mundial a los estrechos intereses geopolíticos de cada una de ellas, ni tampoco inclinados a ceder cotas de poder a organismos supranacionales con capacidad para establecer sistemas de vigilancia, detección y alerta. Como tampoco observo que los gobiernos de las economías más avanzadas hayan tomado nota de lo ocurrido y estén poniendo en marcha planes para mejorar los mecanismos de detección temprana y establecer protocolos de actuación en materia de salud pública más eficaces. Quizá está en la naturaleza humana tropezar dos veces en la misma piedra.
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