Gabriel Rufián ha inaugurado una nueva fase del declive independentista, la de las palabras malsonantes. Hasta ahora los líderes mantenían en público unas maneras, si no exquisitas, en general amables y respetuosas. No puede decirse lo mismo de sus correveidiles en las redes sociales, que se levantan cada día buscando alguien a quien llamar traidor; pero ya se sabe que Twitter es como Las Vegas: lo que allí pasa, allí se queda. Nadie de una cierta importancia había caído nunca en el exabrupto ni en el menosprecio de los compañeros de causa, pues las discrepancias estratégicas, tácticas e ideológicas, desde que empezó el proceso, se habían tratado con guante blanco. Pero aquí está Rufián para romper la baraja.
Ya empezó a finales de mayo espetándole a Jaume Asens, diputado catalán de Podemos: «Venga, deja de viajar tanto a Waterloo», como viniendo a decir que su buen criterio está influido por malas compañías. Que un independentista reproche a un no independentista tener contactos con otro independentista es como mínimo una singularidad.
Que un independentista reproche a un no independentista tener contactos con otro independentista es como mínimo una singularidad
Rufián ha rematado la jugada afirmando ahora en TV3 que «el tarado es quien la proclamó», la independencia. Por más vueltas que uno le dé, y ahí está el fragmento incriminatorio, Rufián dice lo que dice, y está seguro de lo que dice. Como Planta baixa no es Sálvame, el presentador, en lugar de dar saltos de alegría, le ofrece gentilmente a Rufián la posibilidad de matizar lo que acaba de decir, a lo que éste renuncia gallardamente.
Esto no se aguanta
Luego vinieron los quebraderos de cabeza, el desasosiego y la reconvención del lenguaraz diputado. Al fin y al cabo ERC necesita a JxCat para ostentar la presidencia y el gobierno de la Generalitat, y así seguir sosteniendo mal que bien un proyecto independentista. Sin embargo, la palinodia de Rufián es cualquier cosa menos convincente.
La palinodia de Rufián es cualquier cosa menos convincente
Pide «disculpas a quien haya podido sentirse ofendido», pero cuando a alguien le llaman tarado abiertamente, ofenderse no es una posibilidad, es un hecho consumado. Y no ha lugar a echar balones fuera diciendo que en 2017 fue el «pueblo de Cataluña» quien proclamó la independencia y «salió con todo su valor, con toda su fuerza»; parece que está leyendo, con escasa convicción, la chuleta que le han pasado.
Y por cierto, si el presidente que proclamó la independencia, Puigdemont, es un tarado, ¿qué es Junqueras, quien era vicepresidente del mismo gobierno y tenía como misión preparar las tan mencionadas como desconocidas «estructuras de Estado»?
Si el presidente que proclamó la independencia, Puigdemont, es un tarado, ¿qué es Junqueras, quien era vicepresidente del mismo gobierno y tenía como misión preparar las tan mencionadas como desconocidas «estructuras de Estado»?
Pilar Rahola, en Youtube, se pregunta qué está pasando con Gabriel Rufián</a> —ella dice «Grabiel»— y se responde que sufre de «enamoramiento del poder», del de Madrid, o que «es esa voz un poco más valiente, un poco más lanzada, que dice en voz alta todo lo que piensan en el fondo los de ERC».
«Síndrome de Estocolmo» u «órdenes del partido», «sea lo que sea, ha llegado un punto en el que ya todo esto no se aguanta». Desde luego, con un gobierno así en la Generalitat, la oposición tiene el trabajo hecho.
Más o menos lo mismo piensa Joan Vall Clara en el Punt-Avui —Tarados acabaremos todos—: «Ahora se trata de saber si, en el descontrol que demuestra, [Rufián] actúa por libre o actúa teledirigido. ¿Y si actúa teledirigido, al servicio de quién? Del republicanismo y de la independencia, seguro que no (…) No sé si la palabra es “tarado”, pero Rufián está algo que se le parece bastante. De momento han salido rápidamente a hacerle rectificar, y lo ha hecho, pero no cuela.»
¿Maniobra de distracción?
José Antich, en el Nacional, pregunta ¿por qué tiene bula Rufián? y, ahondando en la herida, recuerda que «aunque el insulto tenía como destinatario, y sobre eso no cabe duda alguna, al president Puigdemont», Rufián también «ha disparado contra todos los actores independentistas», pues «los tres partidos proclamaron la independencia» y «fue la cámara catalana, como fiel reflejo de la soberanía popular, la instancia que hizo la declaración de independencia».
Y para que quede claro que vamos a seguir dando vueltas al tema hasta convertirlo en una ofensa nacional, afirma: «Son muchos independentistas los que se han sentido ofendidos directamente ya que en aquella revuelta popular participaron cientos de miles de personas, hasta dos millones que votaron en el referéndum de independencia. Por ello no sorprende que también se consideren tratados de “tarados”. No recuerdo un precedente de un ataque de esta naturaleza en la política catalana entre aliados que comparten un Govern y entre socios que llevaron hacia adelante un proyecto de la envergadura de intentar la independencia de Catalunya.»
Jordi Galves, también en el Nacional, se manifiesta a favor de Gabriel Rufián porque «es un político que no engaña a nadie» y «no te hace dudar, ahora sí, ahora no, sobre su posición política», al contrario de «nuestros políticos separatistas», que «no están dispuestos a arriesgar nada por el país ni por la gente que les ha votado».
En opinión de Galves, Rufián «demostró ser un buen manipulador porque consiguió desviar la atención sobre lo auténticamente importante. La mayoría de los votantes sólo se queda con la anécdota del insulto y se despista fácilmente. Y de lo que no hay que hablar demasiado, precisamente, es de la claudicación de los partidos independentistas, de la renuncia del gobierno de Pere Aragonès a proteger la inmersión lingüística y la escuela catalana».
También ofrece su testimonio personal sobre la clase política que nos ha tocado sufrir: «Sí, para muchos políticos independentistas, de Esquerra y de Junts, la proclamación de la independencia de los ocho segundos de Carles Puigdemont es el ejercicio de un tarado. Si ustedes hablaran con políticos todo el día como hago yo no les sorprendería ese tipo de lenguaje áspero. Cuando no hay micros cerca hablan así. Hablan de hostias, de cojones, de subnormales, de dar por el culo, de tetas grandes y de otros conceptos primarios y patriarcales.»
Puigdemont, el revolucionario
Vicent Partal, en Vilaweb, quiere entender qué hace Rufián más allá de sus insultos: «Rufián es el escaparate y la punta de lanza mediática de un sector muy concreto de Esquerra que no ve ni ha visto nunca la independencia de Cataluña como un objetivo liberador de país, sino sólo como un instrumento ideológico —temporal, por lo tanto—. Y que por eso mismo puede entusiasmarse tranquilamente con otro instrumento ideológico si le conviene y cuándo le conviene (…) Puigdemont representa hoy el extremo más alejado posible de cualquier hipotética confianza en nada que venga de España. Y en cambio ellos ahora se sienten más cómodos al lado de los comunes y del PSC que de Junts y la CUP, porque ven en una hipotética España republicana un instrumento ideológico factible para prosperar en la lucha por la hegemonía en Cataluña.»
O sea que habría una facción de ERC que no es, o no ha sido nunca, o ya no es, realmente independentista, sólo lo parecía. Ahora están más interesados en forzar una alianza estable con la izquierda socialista y republicanista española.
Para Partal, «no puede haber nada más reaccionario que intentar disolver y frenar una revolución desde dentro» —entiéndase la revolución independentista catalana—, y ahora mismo «es indiscutible que Carles Puigdemont es mucho más revolucionario, en cualquier sentido, que Gabriel Rufián».
Esta va de democracia, decía; en realidad, siempre ha ido de revolución.