Ecos Independentistas/ Ocho años de Ada Colau, y podrían ser doce

Ada Colau. EFE.

Vienen tiempos de incertidumbre e indefinición. La difícil coyuntura internacional y el desgaste del gobierno central anuncian unos meses de tensión y de algarabía preelectoral.

El año próximo habrá elecciones municipales en mayo, y generales no más tarde de diciembre, con el agravante de que en el segundo semestre de 2023 corresponde a España desempeñar la Presidencia del Consejo de la Unión Europea.

Si España es Guatemala, Cataluña es Guatepeor. El independentismo, aún dominante, sobrevive debatiéndose en la necesidad de enmendar errores, pero sin reconocer que los hubo, y la esperanza de encontrar una ocasión de volver a hacer lo que no hizo.

Si España es Guatemala, Cataluña es Guatepeor. El independentismo, aún dominante, sobrevive debatiéndose en la necesidad de enmendar errores, pero sin reconocer que los hubo.

Francesc-Marc Álvaro, en la Vanguardia el 26 de mayo, definía este tiempo como de impotencia y espera por lo que respecta a Cataluña y en concreto a Barcelona: «Imposibilidad de un diagnóstico compartido de mínimos (…) Imposibilidad de avanzar en una nueva etapa (…) Imposibilidad de escapar del fatalismo que provoca el imperio de la desconfianza entre actores políticos diversos, una desconfianza que se reproduce entre gobernantes y ciudadanos. Imposibilidad de romper una lógica de bloques (…) Imposibilidad de frenar las pulsiones invasivas de algunos poderes fácticos (…) Imposibilidad de separar la política de lo necesario de la política de lo instrumental.

«Imposibilidad de un diagnóstico compartido de mínimos (…) Imposibilidad de avanzar en una nueva etapa (…) Imposibilidad de escapar del fatalismo que provoca el imperio de la desconfianza entre actores políticos diversos, una desconfianza que se reproduce entre gobernantes y ciudadanos».

Francesc Marc-Álvaro

Una encuesta de valores

La conclusión tendría que ser que carecemos de políticos que sean conscientes de lo que nos jugamos todos y sepan estar a la altura del momento. Álvaro dice sólo que «la impotencia confiere a los principales dirigentes políticos catalanes un paradójico aire de provisionalidad perenne». Pues a los otros, a los secundarios cuya carrera política depende del designio de los principales, aún se les ve más desdibujados.

«La impotencia confiere a los principales dirigentes políticos catalanes un paradójico aire de provisionalidad perenne».

Francesc Marc-Álvaro

Efecto de la impotencia es que «todo el mundo está a la espera de un acontecimiento u otro que provoque cambios (…) Esperando el surgimiento de nuevos líderes y proyectos que interesen, especialmente en la capital catalana».

En Barcelona el problema es más clamoroso, pero son muchos los pueblos y ciudades, por no decir todos, que reclaman un cambio decisivo. Nuevos alcaldes y equipos de gobierno que asuman un proyecto municipal —y no estén agazapados en el consistorio esperando si les toca la lotería de un cargo más elevado—, que corrijan la dejadez y la irresponsabilidad de los últimos tiempos en cuestiones vitales como la limpieza, la delincuencia y el tráfico.

En Barcelona el problema es más clamoroso, pero son muchos los pueblos y ciudades, por no decir todos, que reclaman un cambio decisivo.

Sin embargo, la clase política actual es experta en vivir de espaldas a los problemas que crea. Así, el diario Ara informaba el pasado día 22 de una «encuesta de valores» encargada por el Ayuntamiento de Barcelona según la cual hay un «incremento del apoyo a la inmigración», puesto que los inmigrantes que llegan a la ciudad «contribuyen al desarrollo económico» —lo cree el 80% de los barceloneses— y «ayudarán a pagar las pensiones en un futuro» —lo cree el 66,8%—.

El 72% están a favor del feminismo —aunque después de la asunción oficial de la ideología de género, a saber qué entiende cada cual por feminismo—. Sólo el 7,8% tienen confianza en los partidos políticos —lo que contrasta con las cifras de participación en las elecciones, que aunque desciende, no lo hace tanto como se deduciría de ese porcentaje—. «Los que se declaran agnósticos o no creyentes» llegan al 54%, con lo que, dicen, «hay una pérdida muy acelerada del protagonismo de la religión» mientras crece «la confianza en la ciencia».

También, mira por dónde, «llama la atención el crecimiento de la preocupación por la emergencia climática», ante la que «el 71% consideran que hay que actuar urgentemente» y el «26% creen que hay que actuar pero poco a poco». ¿Sólo un 3% cree que se trata únicamente de un pretexto, sostenido desde las más altas instancias, para subirle los impuestos y hacerle cambiar de vehículo, de trabajo y de costumbres?

Jordi Martí, teniente de alcalde y responsable de la Oficina Municipal de Datos, afirma que «los valores son claramente progresistas, inclusivos y tolerantes». Es decir, una encuesta orquestada por el Ayuntamiento llega a la conclusión que los ciudadanos son mayormente como le gusta que sean a quien preside el Ayuntamiento.

«Los valores son claramente progresistas, inclusivos y tolerantes».

Jordi Martí

El populismo lacrimógeno de Colau

Sergi Pàmies, en la Vanguardia el 31 de mayo, en un artículo titulado Punset, el alcalde imposible, aunque lo parezca, no reivindica al director del programa Redes como político sino como partidario de soluciones lógicas y no ideológicas, y retrata así a la actual alcaldesa:

«Con un dominio virtuoso del populismo lacrimógeno, sabe meter dentro del mismo saco la rabia caricaturesca y reaccionaria de tuitero con los argumentos y las críticas racionales y lo transforma todo en una amalgama victimista (de género o de clase) para, alehop , volver a ganar.»

«Con un dominio virtuoso del populismo lacrimógeno, sabe meter dentro del mismo saco la rabia caricaturesca y reaccionaria de tuitero con los argumentos y las críticas racionales y lo transforma todo en una amalgama victimista».

Sergi Pàmies

Hay que matizar que Ada Colau no ha triunfado nunca en unas elecciones: su candidatura fue la lista más votada en 2015, obteniendo 11 concejales, y en 2019 quedó en segunda posición, con sólo 10 concejales, siempre de un total de 41. Eso dice bastante sobre la incapacidad de los demás para articular un gobierno municipal alternativo. Tal vez habría que pensar que ya les está bien el experimento colauense, porque no serían capaces de hacer otra cosa.

Pàmies afirma que «si algo define la Barcelona de los últimos años (también de los años previos a los mandatos de Colau) es la perseverancia frívola, irresponsable e intransigente contra cualquier forma de lógica». Y critica también que todos los partidos aprovechen el último de los cuatro años de mandato para hacer campaña: «una exhibición de desvergüenza y frivolidad que agrava el descrédito de la política».

«Si algo define la Barcelona de los últimos años (también de los años previos a los mandatos de Colau) es la perseverancia frívola, irresponsable e intransigente contra cualquier forma de lógica».

Sergi Pàmies

¿Hay un modelo alternativo?

Entrevistada en la Vanguardia el día 29, la alcaldesa sostiene que las próximas elecciones no son para decidir Colau sí o no, sino el modelo de ciudad. Pues sí: estos ocho años se han hecho interminables; con doce, el daño causado podría ser irreversible.

Como era de esperar, «se muestra confiada en mejorar los resultados del 2019» y le alegra saber que «esta vez el debate no está polarizado en torno al tema nacional». Ya verá como sí, a medida que se acerque el mayo de 2023. Ahora, se muestra desafiante, porque puede: «Me gustaría que las otras fuerzas pusieran sobre la mesa sus modelos alternativos.»

Estaría bien saber si esos modelos alternativos existen. Con los socialistas gobiernan en coalición. Los independentistas, ERC y JxCat, poca oposición han hecho y le reprochan sólo nimiedades como que si obtuvo el apoyo de Manuel Valls o se benefició de las maniobras del CNI. El resto, desaparecido sin combate.

Los independentistas, ERC y JxCat, poca oposición han hecho y le reprochan sólo nimiedades como que si obtuvo el apoyo de Manuel Valls o se benefició de las maniobras del CNI. El resto, desaparecido sin combate.

Colau se muestra también agradecida, porque puede, y distrayendo la atención, como siempre: «En momentos de mucha crispación, con discursos de odio, con crecimiento de la ultraderecha tenemos la responsabilidad de cuidar y conservar esta mayoría de izquierdas que en este mandato ya ha funcionado. El PSC ha gobernado en coalición con nosotros y ERC ha sido un socio estable durante todo el mandato y espero que lo siga siendo hasta el final.»

Sobre la zona de bajas emisiones, «no la he hecho yo. Es una obligación europea y hay una ley estatal que obliga a hacer las zonas de bajas emisiones inspirándose en la de Barcelona. Esta no es una ocurrencia de Ada Colau». Si alguien recurre a los tribunales, pronta tiene la respuesta, siempre hablando de sí misma en tercera persona: «Muchas de esas causas judiciales sólo buscan provocar ruido, manchar la imagen, que pueda decirse que Ada Colau está imputada aunque al final todas las causas queden archivadas (…) Lo estamos viendo en muchas partes del planeta: sectores económicos muy potentes tratan de defender sus privilegios a través de los tribunales para frenar políticas transformadoras.»

Sobre la ampliación del aeropuerto, «es un error (…) Ahora estamos en medio de una emergencia climática, vivimos el regreso del turismo a la ciudad, que todos esperábamos y deseábamos pero que reabre el miedo de la población a que vuelva la saturación turística. Ampliar el aeropuerto hubiera supuesto pasar de 50 millones de pasajeros a 70 millones (…) El turismo es una actividad de éxito en la ciudad pero no puede crecer más porque acaba generando desequilibrios y perjuicios para la ciudad y para la propia actividad. El aeropuerto no puede crecer más.»

Sobre los Juegos Olímpicos de invierno: «Somos una ciudad mediterránea que padece la crisis climática, donde nunca nieva. Pretender hacer unos Juegos de invierno en Barcelona es un contrasentido.» Pero «lo que dije es que si pretendían hacer grandes actividades en Barcelona nos consultaran (…) Hoy por hoy no hay ni siquiera un proyecto sobre el que podamos pronunciarnos».

Ada Colau ya se ve de nuevo en la alcaldía: «Han sido siete años complicados: la tensión política que dificultaba mucho los pactos y la gobernabilidad, dos años de pandemia, la guerra en Europa y a pesar de todo ello todas las líneas estratégicas están en marcha: la transformación verde es muy visible en toda la ciudad.»

No es el verde el color que más reluce en Barcelona. Y menos todavía el verde esperanza.

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