Al fabuloso José Mujica, exterrorista entre otras facetas, las campañas bélicas del ejército ruso le parecen «un disparate», ni más ni menos. Y con su característico estilo, allá en una radio de Montevideo, señalaba asimismo: «Putin advirtió que no se iba a cruzar de brazos si le ponían unos misilitos en las puertas». Tampoco se preocupó en aclarar qué «misilitos» ni dónde estarían si acaso. Al caso, y en su boca sobre todo, el detalle apenas remite a la zafiedad ideológica del personaje en particular, y en general de los populismos.
A Nicolás Maduro, mientras, le faltó tiempo para llamar a Putin y declararle su «más firme apoyo»; faltaría más. Y así, de López Obrador en su México a la Argentina peronista, pasando por las diversas modalidades locales del guevarismo o el castrismo, entre las cuales Mujica, los populismos de la región se han alineado de inmediato en favor del régimen de Putin, a extremos que por escandalosos han alarmado a los grandes media europeos.
Pero Europa tampoco es ajena a la pandemia de los populismos que, aun con sus diferentes signos, cierran filas en defensa del Kremlin o, como José Mujica, lo disculpan entre cuentos comprensivos. Marine Le Pen repite a cada momento que la guerra de Ucrania no es la de Francia. En Italia, los grillini y la Lega de Salvini están a lo Mujica y se expresan como huérfanos de Putin, aunque éste no haya muerto. Y en España, además del «procés», Podemos y Vox marcan agendas, llevan a sus respectivos extremos al PSOE y al PP y, entre otros efectos, propagan antieuropeismo.
La disuasión nuclear no opera ya como en tiempos de la anterior guerra fría
Desde luego, las causas de la guerra en curso no son reductibles a «misilitos», en ese decir tan de José Mujica. La disuasión nuclear no opera ya como en tiempos de la anterior guerra fría. La causa inmediata del actual conflicto radica en la ya imparable integración de Ucrania dentro del espacio económico y político, libre y democrático, de la Unión Europea. El Kremlin no ha podido ni podrá impedirlo, pero sí obstruirlo mediante la guerra, a base de destruir la capacidad productiva de Ucrania, sus infraestructuras y sus recursos.
En efecto, la escalada previa no ha sido de misiles. No se trata de carreras armamentísticas tan solo. La tensión ha crecido, más bien, al ritmo de los flujos de comercio, la generación de riqueza y, en la vida de los ucranianos, les expectativas por niveles de bienestar y libertades que se aproximen más a los propios de la Unión Europea que a los padecidos en los estados postsoviéticos, con el ruso entre ellos. En Ucrania se prefiere a Alemania como modelo, o incluso a Polonia, antes que a Bielorrusia.
En 2020, el comercio con la Unión Europea superó el 40 por ciento de la balanza exterior de Ucrania, con ventaja de las importaciones sobre las exportaciones. Entre grandes convulsiones, de la Revolución naranja al Maidán, la guerra desde 2014 y en tiempos una avasallante corrupción al estilo de Gabón o Angola, el país se encamina hacia otro futuro. El Tratado de Asociación entre la Unión Europea y Ucrania, suscrito en 2014, implicó ya el impulso definitivo a la integración. La Europa libre no hace más que atender sus compromisos.
Lo más esperanzador estos días reluce sobre todo en la alianza entre liberales, socialdemócratas y conservadores al frente de las instituciones europeas
Por contra, más de dos tercios del gas y del petroleo que consume Ucrania proceden bien de Rusia directamente, un tercio, y los otros dos tercios de Asia Central y el Cáucaso, pero a través de rutas bajo control ruso. Y, respecto al conjunto de la Unión Europea, el precio de la dependencia del gas y el petroleo ruso se cifra en nada menos que 800 millones de euros diarios. En efecto, la Europa libre le está costeando así la guerra al Kremlin. Tan grave como cierto. La dependencia energética se ha convertido en una debilidad grave para Europa.
En Bruselas, los liberales sobresalen entre quienes con mayor énfasis lo denuncian, en la voz especialmente del eurodiputado Luis Garicano, cerebro económico de Ciudadanos. Y lo más esperanzador, estos días, reluce sobre todo en la alianza entre liberales, socialdemócratas y conservadores al frente de las instituciones políticas europeas. La encabezan el socioliberal Emmanuel Macron, el socialista Josep Borrell y la democristiana Ursula von der Leyen. En este momento tan crítico, el futuro de Europa depende de la efectividad de este liderazgo.
Nada que ver con las políticas domésticas de España en general y Cataluña en particular. Al socaire de Pedro Sánchez, Miquel Iceta o Salvador Illa, el PSC y su PSOE se han hipotecado a los populistas de Podemos y a los del «procés». Sin duda Putin también tiene motivos para alegrarse de ello. Con cargo al erario público, ahí estuvo el ultra ideológico seminario sobre la guerra que Ione Belarra celebró en su ministerio; en la linea de la «cumbre antifascista» de Maduro. Aunque aquí sin Monedero, sí apareció y pontificó Noam Chomsky, lo más esperado.
En España, PSOE y PP se han lanzado en brazos de Vox y Podemos y con ellos intentan destruir el centro liberal
Tras Ucrania, el mayor peligro para Europa se cierne ahora sobre Francia. La Unión Europea, como realidad y proyecto, pende de la victoria de Emmanuel Macron en la segunda vuelta presidencial. No será fácil. El presidente saliente ha obtenido una victioria peor que ajustada, toda vez que la suma de los votos conseguidos por los candidatos antiliberales, de la nacionalpopulista Marine Le Pen al altermundista Mélenchon pasando por el xenófobo Zemmour, superan el 60 por ciento, más de dos tercios del cuerpo electoral.
El dato resulta terrible. Pero a diferencia de España sucede, sin embargo, que el voto demócrata ha confluido en La République En Marche, la opción creada en su momento por Macron, y también por Manuel Valls, con un perfil político muy afín a los socioliberales del Partido Liberal Demócrata del Reino Unido, los Libdems, y, en un ejemplo más inmediato, Ciudadanos en España, los liberales. Es el bastión que ahora contiene a los populismos. En España, PSOE y PP se han lanzado en brazos de Vox y Podemos, y con ellos intentan destruir el centro liberal.
El «con Rivera no» coreado en Ferraz, y sí en cambio la alianza con Rufián y Podemos, o el maniobrerismo de Díaz Ayuso en Madrid, habrán rendido poder al PSOE y al PP, pero no han hecho ningún favor a la democracia española. La han debilitado precisamente en horas de crisis política para gran parte de las democracias liberales. Las presidenciales francesas aún por resolver no son más que el último exponente al respecto. Por todas partes se da una mayor o menor desafección política debida a causas diversas y a su vez complejas.
La Cataluña del procés, más allá incluso de sus media oficiales y del llamado ‘sistema català de comunicació’, ha sido y es un laboratorio de patologías demagógicas
Los malestares pueden atribuirse a motivos como la insuficiencia en niveles de renta y bienestar, el monto de las cargas fiscales o la calidad de los servicios públicos, temas fundamentales en el debate político. Los populismos, no obstante, los derivan hacia presuntas incapacidades o perversiones del sistema liberal democrático, su estado de derecho y su representatividad política. Y ello lo agrava la vulnerabilidad a la demagogia que caracteriza y malmete este nuevo mundo digitalizado, en la llamada sociedad de la información.
La Cataluña del «procés», más allá incluso de sus media oficiales y del llamado «sistema català de comunicació» ha sido y es un gran laboratorio de dichas patologías demagógicas. La red de propaganda tejida por el régimen de Putin constituye un caso afín, interconectado además. La cobertura de RT, la televisión del régimen de Putin, sobre los episodios golpistas de 2017 en Cataluña, fue tanto o más tendenciosa que la de TV3. De lo local a lo global y viceversa, procesistas y putinistas persiguen la misma finalidad: desvirtuar, si no derribar, la democracia liberal.
En estas, la guerra seguirá mientras a Putin la sirva para ganar popularidad entre los rusos y para destruir tanto como pueda a Ucrania. Salvo las regiones que ya considera suyas y toda la franja ribereña del Mar Negro, con sus puertos clave para el comercio exterior, es probable que no aspire a mayores ambiciones territoriales, sobre todo si por su causa debiera pagar los costes de la destrucción. Pretenderá que sea el mundo libre quien cargue si acaso con ellos, y pondrá a Ucrania de ejemplo hacia otros estados o regiones que tal vez tentarían liberarse de la sumisión ante el Kremlin, como Bielorrusia.
Las cúpulas y alcaldes del PSC claman a favor de una sociovergencia o un nuevo tripartito
Y el «procés» también seguirá, más ahora que el PSC cultiva y mima a los procesistas para que le abran las puertas del gobierno autonómico. El pretendido blindaje de la inmersión lingüística sigue al espacio de impunidad con el cual, indultos y avales mediante, favorece a los culpables de los graves delitos de 2017. Irene Rigau celebra que el PSC haya abandonado «la órbita de Ciudadanos», donde nunca estuvo, y las cúpulas y alcaldes del PSC claman a favor de una sociovergencia o un nuevo tripartito. En el anterior, precisamente, surgió Ciudadanos.
Aquí radica la clave del futuro, de la supervivencia de Cataluña como sociedad política y democrática. Se conseguirá, por experiencia y porque no hay otra alternativa, a partir del espacio liberal que no se reduce a Ciudadanos, pero sí ha tenido y tiene en este partido su mejor expresión electoral. Abarca de la derecha liberal conservadora, el PP, a formaciones que, como el mismo Ciudadanos, llevan años a la izquierda de las prácticas y políticas del PSC, sea en la cuestión de la lengua o las desigualdades sociales y territoriales en Cataluña.
Sociedad Civil Catalana es asimismo expresión del espacio liberal democrático, con mayor amplitud incluso. Pero su sentido consiste más en plantear iniciativas o posiciones a los partidos que en constituirse como plataforma electoral. Ahora mismo lleva a cabo una lucha ejemplar para que se cumpla la sentencia sobre el castellano y el catalán en las escuelas. Pero el momento es aún más grave. Nunca ha dejado de serlo. Y, por ello mismo, la solidaridad con Europa y la democracia ucraniana debe manifestarse y organizarse en el contitucionalismo catalán.
No en vano Josep Borrell, Mario Vargas Llosa o Manuel Valls destacaron como protagonistas en la tribuna que para la ocasión se alzó en el Paseo del Marqués de la Argentera, frente a la estación de Francia, en la primera manifestación de Sociedad Civil Catalana contra el «procés». Ahora ellos mismos, sobre todo Josep Borrell, forman también en la causa en favor de la libertad en Ucrania. Ojalá, cuanto antes mejor, los mismos oradores puedan volver al mismo lugar para celebrar esta vez la adhesión de Ucrania a la Unión Europea, triunfo de la libertad y el derecho.