Tal como fue antes, así es ahora. El último episodio de desobediencia controlada, el de la inhabilitación del diputado Pau Juvillà, incita a mirar atrás, no con ira, pero sí con desazón. ¿Y si estuviésemos siempre en las mismas, cada vez con menos entusiasmo, cada vez con más resentimiento?
El lunes Laura Borràs fue a Rac1 a contar su versión: «He pensado en dimitir, pero la rendición no es una opción». Un político dimite cuando su mala gestión o sus errores han quedado en evidencia, como es el caso; se rinde cuando cede a las presiones de los que quieren quitárselo de encima, y no parece ser el caso, al menos por ahora.
Una propuesta de resistencia colectiva
En dicha entrevista la presidenta del Parlamento «ha acusado a los partidos independentistas de no haber aceptado una propuesta ambiciosa de resistencia colectiva para mantener el escaño del cupero, que implicaba una desobediencia a varios niveles, también en el Govern». O sea que había una propuesta que implicaba incumplir la ley, paralizar la actividad del gobierno, y quién sabe qué más se esconde detrás de la idea de «resistencia colectiva», sólo porque un diputado ha de cumplir seis meses de inhabilitación por desobediencia. Pues sí que estamos bien.
Y esa ambiciosa propuesta no se materializó por culpa de ERC y CUP, que «no aceptaron asumir un compromiso público» y con quienes «se han roto las confianzas» —pero el gobierno de coalición no se ha roto y la mayoría de la investidura sigue existiendo—, y también por culpa de unos funcionarios que actuaron bajo «la amenaza de la represión española» y «no estaban dispuestos a asumir las consecuencias de tomar ninguna decisión que pudiera interpretarse como una desobediencia». Que un funcionario se atenga al ordenamiento vigente y no se someta a los deseos arbitrarios de su superior es pura normalidad democrática.
Al día siguiente, en la misma emisora, Maiol Roger comentaba la <a target=_blank href=»https://www.rac1.cat/programes/el-mon/20220208/411182666483/jugada-mestra-laura-borras.html»>jugada maestra de Laura Borràs</a>: «A estas alturas uno ya no confía en que un político se explique con claridad, asuma errores, y diga: “Mire, lo de la desobediencia está muy bien proclamarlo, pero a la hora de la verdad hemos hecho postureo y hemos acatado como siempre”. En vez de eso, tenemos a Borràs vendiendo pensamiento mágico y a Esquerra con la patética batallita de quien obedeció antes, si Torrent o Borràs.»
Borràs se ha inhabilitado a sí misma
Antes de que Borràs intentase explicarse, Vicent Partal, en Vilaweb, ya emitió su veredicto: Para evitar una inhabilitación jurídica, Borràs se ha inhabilitado políticamente. «De una inhabilitación jurídica, normalmente sales al cabo del tiempo. Pasan varios meses o unos años, pero acabas volviendo a tener tus derechos electorales intactos. De una inhabilitación política, es mucho más difícil salir: permanece como una marca perenne. Y esto que ha hecho Laura Borràs es inhabilitarse políticamente a sí misma para escapar de una inhabilitación jurídica.»
«El hecho sustancial (…) es que ella y su partido, JxCat, habían dicho y defendido que eran diferentes de ERC y habían proclamado que harían las cosas de una manera diferente, concretamente en el caso de la defensa del Parlamento y de los parlamentarios. Pues bien, estas palabras son las que ahora deben pasar por caja y lo que realmente importa es la explicación de por qué no ha pasado lo que se había prometido.»
Por qué no ha pasado lo que se había prometido, por qué es tan difícil volver a la ética de la responsabilidad, por qué nadie asume el coste político de haber promovido fantasías por encima de sus posibilidades, son preguntas que hace años que nos asaltan. Los fieles que siguen creyendo en el proceso y en la inminencia de la independencia desahogan su frustración acusándose los unos a los otros y los otros a los unos de traición o de cobardía o de ambas cosas. Mientras, la casa por barrer.
Una represión enloquecida
Pilar Rahola reconoce, en su última comparecencia en Youtube —El caso Juvillà: un espejo roto—, que «lo que ha hecho todo el mundo es acatar la sentencia» —como si fuera una afrenta nacional—, ejemplo de una «represión desbocada» —«desbocada», en los subtítulos; en el audio, en catalán, el adjetivo es embogida, es decir «enloquecida»— que se produce «con una indefensión absoluta del pueblo catalán que va viendo lesionados sus derechos». Apocalíptico, y lo grave es que «no hay nadie que esté resistiendo».
Para la hasta hace poco omnipresente tertuliana, «la desunión entre las tres fuerzas independentistas es absoluta, no existe la unidad estratégica (…) y fruto de todo esto hemos dejado de resistir». La vieja idea que el pueblo manda y los políticos obedecen ya parece amortizada. Rahola recomienda encarecidamente «rehacer la unidad estratégica» a los mismos que han renunciado a ella, si alguna vez la hubo. Ni ERC ni la CUP ni buena parte de JxCat dan la talla en su opinión, «sólo Puigdemont mantiene posiciones».
Luego lanza un inquietante aviso, como para ver si espabilan: «Dentro de un tiempo no muy lejano el exilio volverá y nos hará muchas preguntas, y supondrá una sacudida importante para este pais y deberemos estar preparados.» Para los que conocen los Evangelios, es una referencia clara a la parábola de los talentos. ¿Hemos de entender pues que los exiliados volverán a juzgar cómo hemos administrado la hacienda en su ausencia y nos premiarán o condenarán según los réditos que hayamos conseguido? «Porque al que tiene, se le dará más y tendrá de sobra; pero al que no tiene, hasta lo que tiene se le quitará.»
El exilio son tres eurodiputados en Bruselas, que lo serán hasta mayo de 2024: Puigdemont, Comín y Ponsatí; Marta Rovira y Anna Gabriel, en Ginebra, y Lluís Puig, que fue consejero de Cultura durante cuatro meses en 2017. Son seis políticos, más un rapero de poca monta. Como no consigan que Putin les alquile un batallón de cosacos no se les ve capaces de provocar grandes sacudidas.
En la caldeada imaginación de Rahola y demás estrategas de salón, la vuelta de los exiliados y el multitudinario recibimiento que se orquestaría puede parecer la campaña de Napoleón después del destierro en Elba, pero sería más bien la vuelta ciclista a Cataluña que protagonizó el conseller Turull a su salida de la cárcel.
Arrastrados a la indignidad
La idea de hacer una gran demostración de fuerza que permita doblegar al Estado ha sido constante durante una década larga. En el Ara, día 6, Salvador Cardús —El dia en què ens vam equivocar— recuerda el gran momento que no fue, el 27 de octubre de 2017, cuando la aplicación del artículo 155 de la Constitución: «Imaginaba que, al menos los diputados independentistas, se resistirían a la suspensión de la legislatura encerrándose dentro del edificio del Parlamento hasta que la policía les echara de forma violenta. La imagen de los diputados desfilando esposados hacia las furgonetas policiales se habría añadido eficazmente al descrédito internacional por la represión policial del 1-O.»
Muchos son los llamados al martirio, y muy pocos los que lo aceptan con resignación. No sólo no se encerraron en el Parlamento sino que aceptaron presentarse a las elecciones convocadas para el 21 de diciembre del mismo año. Según Cardús, aquella convocatoria tenía «escasa legitimidad democrática», aunque sirviera para revalidar la mayoría independentista, y «no fue una victoria porque contribuyó como nunca a una división del independentismo que no ha dejado de crecer».
Su conclusión es que «la aceptación de un marco político indigno ha arrastrado el independentismo a la indignidad, y no será fácil salir de ella». Una vez más se comprueba la primera premisa del independentismo: pase una cosa o la contraria, la culpa siempre es de los otros.
También es pesimista Agustí Colomines, dia 7 en el Nacional: Con políticos así no lo volveremos a hacer: «Jamás volveremos a hacer nada si, como están reconociéndolo ahora, algunos dirigentes del 1-O declaran que se pusieron al frente de aquel sarao para «renegociar con el Estado una ampliación del autogobierno mutilado por el Tribunal Constitucional». Si ese era el plan, el camino hacia la independencia está cortado.» Si no era ese el plan, si el plan era otro, si no iban de farol, ya tardan en contarnos cuál era realmente.
Imposible hablar claro
Iu Forn, también en el Nacional el mismo día, parece incluso algo mosqueado —¿El 1-O fue consecuencia del tacticismo?—: «Lo que ha sucedido los últimos días en el Parlament, con una sobredosis de posturismo colectivo (…) debería servir para que alguien empezara a hablar claro. Obviando el ruido de los diversos hooligans, unos tamborileros del Bruc del siglo XXI haciendo mucho ruido en las redes pero que no son ningún ejército sino un puto niño con un puto tambor, alguien debería decirnos si realmente hay un proyecto, cuál es y cómo tiene pensado intentar hacerlo posible.»
Reconocer que todo lo sucedido fue fruto del tacticismo, un tacticismo, en palabras de Forn, que «les hizo subir a un tren que cogió mucha velocidad, que no pudieron frenar y del cual tampoco pudieron saltar en marcha porque de haberlo hecho se habrían abierto la cabeza —política—, para siempre», es algo que no están en condiciones de hacer porque sería tanto como reconocer que no había ninguna estrategia y, lo que es peor, que no la habrá. No la habrá porque aquel fue el momento culminante de sus vidas, porque lo hiceron lo mejor que supieron, y cinco años después sólo son cinco años más viejos pero no más sabios.
El separatismo ha perdido (14-F)el 30% (casi 1 de cada 3) de los votos que obtuvo en 2017: de 2.079.000 a 1.456.000, més de 623.000 catalans han dit adéu al prusés, la secesión ya no les ilusiona, no ven necesario movilizarse.En 2019 hubo cuatro elecciones en Cataluña y , en todas, el separatismo perdió más de 300 mil votos.
EL PROBLEMA DE CATALUÑA ES QUE HAY MUCHAS RAHOLA , FORCADELL, FERRUSOLA, DE GISPERT, BORRAS ,PONSATI, ETC. CAUSA DE FRUSTRACION Y VIOLENCIA.