«No conviene que las instituciones que fundamentan el sistema se conviertan en escenario de un vodevil», afirma Francesc-Marc Álvaro en la Vanguardia del día 27 —¿Sede de soberanía o agujero negro?—, comentando asuntos recientes que han centrado la atención en el Parlamento de Cataluña, como las licencias por edad o la política de transparencia.
Si durante el proceso que culminó en octubre de 2017 «las costuras legales de la Cámara sufrieron el tirón de un embate que basculaba entre el simulacro y la exploración indolora de la ruptura» —qué manera más elegante de decir que el bloque mayoritario, independentista, se saltó todas las normas, con premeditación y jactancia—, ahora «el mismo Parlament que debía convertirse en la expresión más genuina de la nueva República independiente aparece como un trasto averiado y notablemente afectado en su reputación».
Abajo el patriarcado capitalista
En el debate sobre la Propuesta de resolución sobre la reparación y la restitución de la memoria de las acusadas de brujería que hubo el día 26 se pudo comprobar hasta qué punto este parlamento es un «trasto averiado», lleno de diputados que viven en un mundo de fantasía, no sólo a espaldas, que ya sería grave, sino decididamente en contra de los intereses de sus electores.
La diputada Basha Changue Canalejo (CUP) manifestó que «las brujas eran perseguidas porque estorbaban el desarrollo del patriarcado capitalista». Y que «la única manera de reparar la memoria de las mujeres insurgentes asesinadas por brujería, a ambos lados de este Atlántico negro [sic], es mantener una práctica anticapitalista, socialista, ecologista, antirracista y feminista». Porque «mientras la heteronorma [sic] siga imperando (…) estaréis convirtiendo su resistencia en folklore, y escupiendo sobre su memoria».
La CUP siempre sigue el mismo método ante cualquier cuestión que se plantee: ellos son los que más. La conclusión de todos sus discursos es que ellos son los más independentistas, o los más ecologistas, o los más antirracistas. O, en este caso, los más vindicadores de la brujería oprimida. Y los otros no son auténticos independentistas, o auténticos ecologistas, o auténticos antirracistas, o auténticos lo que sea. En cuanto se les ve el truco, uno deja de escucharles.
Al menos, Changue Canalejo ha intuido que el tema de las brujas se va a convertir, inevitablemente, en folklore. Algunos consistorios de «pueblos con encanto» ya deben estar haciendo planes para encajar alguna bruja legendaria en su feria medieval.
Brujas somos todas
Susanna Segovia Sánchez (En Comú Podem) se escandaliza de que «si buscamos en el diccionario del Institut d’Estudis Catalans la definición de “bruja”, sigue poniendo: “Mujer vieja, fea, mala.” Por tanto, todavía tenemos una definición que connota a las mujeres con lo que se considera un insulto».
Hay políticos que muestran un ferviente interés en rehacer los diccionarios con criterios doctrinales, ajenos a la tarea lingüística. ¿Qué pasará cuándo Segovia Sánchez descubra que en ese mismo diccionario la palabra “comuna” significa todavía, entre otras cosas, lo que antes los melindrosos llamaban, en castellano, “escusado”?
La diputada quiere dejar bien asentado que «todavía tenemos caza de brujas». Pero, ¿hay brujas? No importa: «Todavía hay mujeres.» Es como aquel candidato que visitaba un pueblo y prometió hacer un puente. Le dijeron que allí no había río. Y prometió hacer un río.
Menciona algunos nombres de mujeres asesinadas recientemente: «Las mujeres víctimas de violencia machista es también un feminicidio que busca atacar a las mujeres.» Más todavía: «En un contexto de caza de brujas, podríamos decir que las atacaron por brujas, porque también estaban contra la norma.»
El primer paso ha sido convertir a las mujeres procesadas por brujería —también hubo algunos hombres, pero no cuentan— en víctimas el patriarcado; el segundo es convertir a cualquier mujer víctima de un delito en una bruja.
Las nietas de las brujas
Aurora Madaula Giménez (JxCat) sienta cátedra de antropología al afirmar que «el nombre de bruja es sólo un genérico que se daba a las mujeres disidentes (…) que se atrevían a disentir, desde el siglo XV al siglo XVII, de algunos aspectos del statu quo de la sociedad de la época».
Fueron acusadas incluso de «desastres de cambios climáticos como la pequeña era glacial que se dio en el siglo XVI». Habría que comprobarlo, pero en todo caso no estamos tan lejos de esa mentalidad. Si entonces se podía considerar causantes de un cambio climático a algunas brujas, ahora nos dicen que podemos impedir algo parecido mediante ciertos rituales mágicos relacionados con el combustible y los residuos.
Madaula anima a cambiar nombres de calles para homenajear a esas mujeres «perseguidas hasta la muerte», porque «¿a quién no le gustaría vivir en la calle Maria Joaneta o Antonia Rosquellas en lugar de en la calle Nicolau Eimeric o Cardenal Cisneros?» —¿en serio? ¿cambiar Cisneros por Rosquellas?—. Y acabó su discurso con la rancia frase: «No olviden que somos las nietas de las brujas que no pudieron quemar.»
Sin caza de brujas no hay capitalismo
Jenn Díaz Ruiz (ERC) intentó bajar aún más el nivel señalando una línea de continuidad y sumándose a las perseguidas: «Antes se nos llamaba “brujas”, ahora nos llaman “feminazis”, nos llaman “histéricas”, nos llaman “mal folladas”; antes lo llamábamos “caza de brujas” y ahora lo llamamos “feminicidios”.»
Cita a la ensayista y activista Silvia Federici, que opina que «la caza de brujas se acaba convirtiendo en la herramienta imprescindible para el capitalismo, para el nacimiento de un nuevo individuo que pone la competencia y el odio al vecino por encima del bien común y de la red comunitaria, pero también crea un nuevo modelo de mujer —sumisa, sexuada y obediente—, un modelo que todavía colea». Por supuesto, todo el mundo sabe que antes del capitalismo las mujeres eran díscolas, asexuadas y rebeldes.
Culminó sus palabras definiendo la sesión —al parecer, sin ironía— «como un gran aquelarre que hacemos en el Parlamento de Cataluña, el aquelarre que merecen, por todas las que pusieron el cuerpo y, sobre todo, por todas las que todavía lo han de poner».
¿Qué cara pondrán nuestros conciudadanos?
Gemma Lienas Massot (PSC) da una de cal y otra de arena, para justificar su voto a favor pero intentando que el aquelarre no la salpique. Después de reconocer que las brujas «forman parte de la mitología de todas las culturas», es decir que no es un fenómeno exclusivamente catalán, intenta buscar en la historia alguna causa próxima de la persecución:
«A partir del siglo XII y XIII, y sobre todo a partir del XIV, existe un estallido de las universidades, y las mujeres son excluidas, por lo que no pueden estudiar medicina, y sus conocimientos de medicina son contemplados con prevención por los hombres.» ¿Tenemos que pensar pues que aquellos procesos fueron consecuencia de una rivalidad farmacéutica? No está de más fijarse en que las universidades estaban en las ciudades y que los casos de brujería se daban mayormente en pequeños nucleos de población —véase el Atlas de la cacera de bruixes en Cataluña, de la revista Sàpiens—.
Por otra parte, sostuvo que «en el Pleno deberíamos centrarnos en encontrar soluciones para los grandes problemas que hay en Cataluña. Nosotros hemos imaginado la cara que deben poner nuestros conciudadanos y conciudadanas al oírnos hablar de brujas del siglo XIV o XV mientras un 26,3 por ciento de la población catalana en el siglo XXI está en riesgo de pobreza y/o de exclusión social».
Un Parlamento degradado
La oposición no brilló especialmente, a pesar de que el tema no requería demasiado esfuerzo. No pasaron del ¡deberíamos estar hablando de otras cosas!
Mónica Lora Cisquer (Vox), después de reclamar «justicia y reparación» para «los niños catalanes que son señalados y perseguidos porque sus padres, sus familias quieren que estudien más horas de lengua castellana», enumeró algunos problemas acuciantes, sobradamente conocidos: vivienda, ocupaciones, inmigración ilegal, menores extranjeros, seguridad, ideología de género y delirios separatistas. Mención aparte merece la alusión que hizo a «las comisiones que cobraba Jordi Pujol a su bruja Adelina», tal vez para dar a entender que las brujas no sufren persecución hoy en día y están perfectamente insertas en nuestra sociedad.
Ignacio Martín Blanco (Ciudadanos) manifestó no tener «objeción material pero sí formal» a la propuesta de resolución, porque «deberíamos hablar de cosas mucho más importantes» y reivindicó la Inquisición española, que «fue probablemente, de acuerdo con uno de los mayores hispanistas, uno de los historiadores más importantes del mundo, Henry Kamen, quizá una de las inquisiciones que persiguió con mucho menor ahínco que otras los delitos de brujería».
Lorena Roldán Suárez (PP) reprochó a los proponentes no tener «la misma sensibilidad con las mujeres constitucionalistas atacadas», aunque se abstuvo de calificarlas de brujas, y resumió perfectamente la sesión con estas dos frases: «A mí me parece una falta de respeto para todos esos catalanes que lo están pasando tan mal. A mí me parece una falta de respeto también para esta institución, porque ustedes continuamente, con este tipo de debates, lo que hacen es degradar el Parlamento de Cataluña.»
Finalmente, la “Propuesta de resolución sobre la reparación y la restitución de la memoria de las acusadas de brujería” fue aprobada por 114 votos a favor, 14 votos en contra —Vox y PP— y 6 abstenciones —Ciudadanos—, quedando confirmado que el Parlamento de Cataluña es «un trasto averiado y notablemente afectado en su reputación».