La batalla por la lengua, desde el campo independentista, se ve como una oportunidad de reavivar la agitación social, mermada en los últimos tiempos por múltiples razones. Desde el campo antiindependentista, como una manera de recuperar apoyo electoral incentivando un “basta ya” desde las escuelas.Todos sobreactúan, todos exageran, todos van en dirección contraria al consenso que debería prevalecer siempre en cuestiones primordiales, como la enseñanza.
Joaquín Luna, desde la Vanguardia, el día 16 —El niño de Canet y el apartheid—, señala: «No hay apartheid en el sistema educativo catalán —y lo dice un constitucionalista que se tiene por liberal—, pero tampoco estamos ante “un modelo de éxito” sacrosanto. Basta con ver la indignación patriótica que suscita algo tan natural como que unos padres revindiquen un 25% de las clases en castellano —proporción modesta—. Por cierto, se necesita mucho coraje para defender semejante causa en el oasis catalán, donde la discrepancia siempre disgusta y ni siquiera se respeta el derecho a actuar de forma diferente.»
En el mismo diario, Josep Martí Blanch —Los nazis hablan y enseñan catalán— carga contra los políticos que «manejan el discurso con la frivolidad de quien se está divirtiendo con una partida de rol en el comedor de su casa; de tal forma que calles, plazas y ciudadanos no son más que piezas del juego que aspiran a ganar».
«Mala gente», dice. «Los hay en todas las posiciones políticas que se manejan bajo la lógica de ver en el otro un enemigo al que destruir. El independentismo ha abonado esta lógica. En el 2017 había gente —con galones— que imaginaba y consideraba necesaria una buena cosecha de mártires de verdad (de los que se entierran) si servían para decantar la balanza a favor de la independencia. Siguen existiendo. Unos lo creen de verdad, otros de boquilla.»
Haz lo que yo digo, no lo que yo hago
Cuando todo el mundo hace de su capa un sayo y predica lo que no cumple, se producen sorpresas como la que desveló el Confidencial el pasado día 17: el consejero de Educación de la Generalitat, Josep González-Cambray (ERC), lleva a sus hijas a una escuela con 25% de castellano, lo que no le impidió visitar la escuela de Canet para afirmar que las medidas cautelares decididas por el Tribunal Superior de Justicia de Catalunya son un «ataque intolerable al modelo de escuela catalana». Portavoces oficiales no comentan la paradoja, alegan que se trata de «la vida privada del consejero y su familia» y les parece mal que se entre «en terrenos personales por cuestiones políticas». Eso mismo pueden decir todas las familias con hijos, que la consejería entra en terrenos personales por cuestiones políticas, y no todas tienen tanta capacidad de maniobra como la del consejero.
En el diario Ara, David Miró recoge algunas expresiones del debate político para reducirlo a una manipulación de «la derecha política y mediática», que «les está funcionando para desgastar al gobierno español e intentar azuzar un conflicto en las escuelas catalanas: Nazis y racistas contra un niño: así construye la derecha el caso Canet.
Menciona a Pablo Casado, que calificó la inmersión lingüística de «apartheid lingüístico» y afirmó que «están utilizando la lengua como un instrumento de ingeniería social para etiquetar y separar a ciudadanos de primera y de segunda», y le replica: «Un sistema que justamente busca borrar diferencias es acusado de lo contrario.»
Ante la referencia a Ermua que hizo el diputado catalán Carlos Carrizosa, afirma: «Las comparaciones del independentismo catalán con el terrorismo etarra han abundado durante el Procés, sobre todo en el intento de dibujar una especie de coacción ambiental similar, pero nunca se había llegado a comparar un asesinato concreto y su impacto con lo que pasa en Catalunya.» Probablemente, más que comparar el asesinato de Miguel Ángel Blanco con una discusión sobre las horas lectivas de una escuela, lo que tenía en mente Carrizosa era el llamado «espíritu de Ermua», la ola de indignación que abrió un nuevo capítulo en la actitud ante ETA de la sociedad vasca.
Ya el 11 de diciembre, en el Temps, apareció un artículo, Qui hi ha darrere la sentència de Canet contra la immersió?, donde se busca a los culpables de la coacción. En primer lugar, la Asamblea por una Escuela Bilingüe en Cataluña, que «ha dado cobertura legal a la familia de Canet de Mar que exige un 25% de la enseñanza en castellаno», y su portavoz José Domingo, «un veterаno militante de los movimientos contra la inmersión lingüística, fundador de Societat Civil Catalana y ex diputado de Ciudadanos». A partir de aquí, se establecen vínculos con personas y organizaciones que pueden ser calificadas de extrema derecha, y problema resuelto.
Ganas de armar un Ulster
En La inmersión como pretexto Sergi Pàmies advierte que «la defensa del catalán es una necesidad estructural, de supervivencia cultural, que debería interpelar al Estado. Si España no preserva activamente la riqueza de su propia pluralidad, la dejará en manos de un independentismo que la expropiará sin que, ni histórica ni socialmente, le pertenezca en exclusiva». Ésta es una cuestión clave; si, más allá de los detalles del programa escolar de asignaturas, el catalán es considerado una lengua española y por tanto es digna de defensa, o bien es sólo un obstáculo dentro de un proceso de uniformización.
Apunta también al uso desatado de la hipérbole por parte de los políticos de uno y otro signo: «Comparar la inmersión con el apartheid o la Alemania nazi escandaliza porque es injusto, propio de un fanatismo que envenena. Pero, con un nivel de ignorancia similar, estas comparaciones se han aplicado a España, rebozadas con referencias a Franco o a la Turquia de Erdogan.»
Ot Bou, en Vilaweb —Ulster—, recuerda una frase atribuida a Jordi Cañas y siempre rechazada por éste: «Os vamos a montar un Úlster que os vais a cagar».
«Si hay quien teme que nos puedan montar un Ulster, sólo es porque una parte del independentismo progresista, sobre todo Esquerra Republicana, ha seguido el juego a la izquierda española y ha estigmatizado el nacionalismo y la identidad, calculando que era la mejor manera de arrinconar a Convergència (…) Pero es mentira: no pueden montar nada, los padres de Canet son un espejismo. No tienen suficiente gente para hacer un Ulster en Cataluña porque (…) la catalanidad no se puede sustituir todavía sin arrasar la intimidad y el carácter de mucha gente, demasiada gente. Ulster es una amenaza impracticable si no nos abandonamos a nosotros mismos hasta el extremo de una especie de autodestrucción muy personal. La única manera de protegernos es entender lo que nos ocurre como un pulso entre naciones, de tú a tú.»
La búsqueda del conflicto civil, latente durante años, intensa en los meses previos a la declaración de independencia de 2017, persiste en el imaginario independentista.