El nivel más bajo del humor es la transgresión inofensiva, como la del niño que se tira un cuesco en la mesa familiar y se parte de risa. Sabe que no está bien, pero aun así intenta explorar sus límites. No hay que darle demasiada importancia, no es un delito ni un pecado mortal, pero sus padres están obligados a reconvenirle. Si todos se ponen a reír, el niño verá avalada su conducta y se sentirá legimitado a reincidir. Algo así debió sucederles de pequeños a presuntos humoristas como Lluís Jutglar, alias Peyu, y Jair Domínguez, que ejercen en TV3.
La última de sus hazañas consistió en decir, el primero, que si fuera rico le gustaría «que me la chupase Leticia Ortiz», y replicar, el segundo, que eso «es poco de rico, me hubieras dicho la hija», riéndose ambos como locos, como para ahorrarse la risa en off, a ver si al espectador se le contagia. El gag no apareció en TV3, pero fue divulgado por sus protagonistas en las redes sociales. La supresión les permitió hacerse la víctima y hablar de censura. Envidiable su éxito: han conseguido ganarse la vida con poco esfuerzo y un uso muy limitado de la imaginación.
La última de sus hazañas consistió en decir, el primero, que si fuera rico le gustaría «que me la chupase Leticia Ortiz», y replicar, el segundo, que eso «es poco de rico, me hubieras dicho la hija»
¿En qué mundo esta escena puede considerarse una broma que incita a la hilaridad? No hay más que substituir a las personas aludidas por otras cualesquiera para comprobar que hace la misma gracia, es decir que sigue sin hacer ninguna gracia. Pero el programa aspira a conectar con un sector ingenuo del público al que puede parecer transgresora una alusión obscena que implica a miembros de la familia real, pasando por alto que el mal gusto no es delito y que no ofende quien quiere sino quien puede.
«El programa aspira a conectar con un sector ingenuo del público al que puede parecer transgresora una alusión obscena que implica a miembros de la familia real, pasando por alto que el mal gusto no es delito».
El mal gusto no es delito, pero no ha de ser estimulado en el ámbito familiar ni desde una televisión pública. En cambio, hemos podido ver como, pocos días después del gag en cuestión, lo que cobran Lluís Jutglar y Jair Domínguez de los medios públicos catalanes Catalunya Ràdio puja un 30% els honoraris de Peyu per la seva secció ‘Un bon dia de merda’ al matinal de Laura Rosel ha aumentado considerablemente. La pedorreta infantil recibe la aprobación de los mayores.
Jair Domínguez, muy encendido
Jair Domínguez, que también es escritor —empezó el 2009 con un libro de narraciones titulado Jesucristo era marica—, ha concedido una entrevista a Nació Digital cuyo título es toda una hoja de ruta: Las independencias se consiguen con bombas y machetazos. El pretexto es hablar de su reciente novela Estructures profundes.
Jair Domínguez, que también es escritor —empezó el 2009 con un libro de narraciones titulado Jesucristo era marica.
Después de unas banalidades sobre lo mal que va el mundo, interrogado sobre la situación política de Cataluña, afirma: «Veo que nos manda gente muy anodina, muy mediocre. No me generan nada. Hay políticos que me han generado frustración, que me han enfadado. Ha llegado un punto en el que no me dicen absolutamente nada. Son gente que hace monólogos vacíos sobre cualquier cosa. Todo es: haremos tal y cual, si no ocurre no sé qué. Todo está en condicional. Hablar en condicional es el refugio de los cobardes. “Vamos a intentar hacer…” Han encontrado las excusas para poder alargar la comedia, y hace falta gente mucho más loca. La política necesita a gente mucho más loca. Tú, si te metes en política, es porque estás como una cabra, porque tienes la esperanza de cambiar algo.» En un país donde el erario público te paga, no precisamente mal, para decir tonterías desde los medios públicos, hay que estar como una cabra para intentar cambiar nada.
En cuanto a la mesa de diálogo, ésta es su documentada opinión: «Cero optimismo. Cero esperanza. No servirá para nada. Prefiero que estemos sometidos por un ejército a que todo se demore y todo sea inocuo. Prefiero el conflicto con el PP y Vox que no esa relación con Pedro Sánchez, ese señor que parece que venda camisas en Cortefiel y tenga que perdonarnos la vida. Es lo peor que podía ocurrir: estamos colonizados por gente mediocre.»
«Prefiero el conflicto con el PP y Vox que no esa relación con Pedro Sánchez, ese señor que parece que venda camisas en Cortefiel y tenga que perdonarnos la vida».
Jair Domínguez
Sobre lo que pasó cuando la declaración de independencia, sostiene Domínguez: «Fuimos valientes y lo seguimos siendo. El pueblo fue valiente. Pero ocurrió algo que ya sabremos tarde o temprano, y nos dejaron huérfanos de liderazgo (…) Alguien se cagó encima. En ocasiones tendemos a infravalorar el poder de España. Durante aquella época yo hice muchas tonterías y me fui a cortar carreteras a La Jonquera. Era emocionante. El pueblo sigue siendo valiente pero está en stand by.» «El pueblo» propiamente dicho deben ser sólo aquellos centenares, pongamos generosamente algunos miles, que fueron a cortar a la autopista en la frontera, hasta que la policía francesa dijo basta.
«Fuimos valientes y lo seguimos siendo. El pueblo fue valiente. Pero ocurrió algo que ya sabremos tarde o temprano, y nos dejaron huérfanos de liderazgo (…) Alguien se cagó encima».
Jair Domínguez
Sobre cómo volverlo a hacer: «Las revueltas y las declaraciones de independencia, históricamente, se han conseguido con bombas, explosiones y machetazos. Y esto es muy difícil que se logre de otra manera. Podemos decir que hemos avanzado mucho, que somos un país 2.0. Pero si España te envía un tanque a la Diagonal, acaba la tontería (…) Estamos tan enfrentados entre nosotros, es tan absurdo…» Disgusto y melancolía por lo que pudo ser y no fue, o mejor dicho, por lo que algunos imaginaron que podría ser y no fue.
No parece que sea otro chiste malo, ni se refiere a tiempos remotos, cuando dice: «Viví un tiempo en el que estaba muy encendido y con muchas ganas de lanzar cócteles molótov a la policía nacional.» Finaliza con un ataque de lucidez: «Esto ya no se llevará dentro de cinco años y nosotros seremos los raros.» Al cabo de cinco meses ya no se llevaba, pero que le quiten lo bailao, que parece que no tiene consecuencias.
Lluís Llach: a la confrontación
Una de las virtudes de la democracia es que la gente puede cambiar de opinión. Incluso, debe cambiar de opinión. Sólo las dictaduras pretenden que la gente sostenga siempre las mismas ideas. El independentismo, legítimamente, aspira a lo que llama «ampliar la base», es decir que más ciudadanos asuman el proyecto independentista; pero no concibe la idea que alguien deje de serlo. Tal vez no hay muchos que hayan dejado de ser independentistas, tal vez ninguno, pero sí que buena parte de ellos ven la confrontación de una manera bastante diferente a como les contaron que seria.
Una de las virtudes de la democracia es que la gente puede cambiar de opinión. Incluso, debe cambiar de opinión. Sólo las dictaduras pretenden que la gente sostenga siempre las mismas ideas
Lluís Llach, entrevistado en el Punt-Avui, afirma: Estoy decepcionado. Se nos ha querido desmovilizar. En la visión del mundo que Llach transmite, la gente no cambia de opinión, no se desmoviliza sola, sino que hay unos culpables:
«Más que adormecidos, lo que mucha gente estamos es decepcionados, cabreados o desmovilizados. Desmovilizados porque han querido desmovilizarnos. Se ha dejado de lado, por parte de algunos partidos muy importantes, la confrontación. Yo no he visto ningún partido, fuera de la CUP, que haya dicho a sus bases: oíd, confrontaos en la calle. Ningún partido lo ha hecho; lo hacen las entidades. Nos han hecho creer que no podemos. No he visto a ERC ni tampoco a Junts diciendo a su militancia, que son unos pocos miles: confrontaos. Se nos ha querido desmovilizar. Pero la gente está ahí. Soy testigo. He ido por todas las comarcas y todas las ciudades de Cataluña. Y la gente está ahí. Está.»
«Más que adormecidos, lo que mucha gente estamos es decepcionados, cabreados o desmovilizados. Desmovilizados porque han querido desmovilizarnos. Se ha dejado de lado, por parte de algunos partidos muy importantes, la confrontación».
Lluís Llach
La vieja contraposición entre los partidos y las «entidades» cada vez da menos de si, pero Llach, ahora entretenido con el Debat Constituent, insiste. «El pueblo manda, el gobierno obedece», decían en los buenos tiempos; pero día tras día se demuestra o que era al revés, el gobierno convocaba y el pueblo —una parte considerable del pueblo— obedecía, o bien que la mayoría ha cambiado de opinión y no se siente convocada a lo que llaman la confrontación.
«Si no hay confrontación, el Estado continúa con la eliminación de todas nuestras libertades de forma tozuda y demostrada; hace años que nos lo demuestran.» Es difícil demostrar al mundo que los catalanes han perdido más libertades, más derechos o más poder adquisitivo que sus conciudadanos, o que sufren un apartheid, pero los activistas que Llach quiere volver a convocar necesitan creerlo. «Me estremece ver cómo estos argumentos que yo defiendo, que son los mismos que antes defendían secretarios generales y presidentes de partidos de un lado y de otro, ahora estos digan todo lo contrario. Me estremece. No es racional.» Tal vez lo irracional era aquello y no esto.