Hace unos años, la novela Cincuenta Sombras de Grey coló el sadomasoquismo en la cultura popular. Obviamente, para quienes disfrutan del bondage y la disciplina, la dominación y la sumisión, el sadismo y el masoquismo; en definitiva, del BDSM, esta propuesta literaria puede ser un tanto mediocre. La novela de E. L. James no es una representación precisa del BDSM. Pero ese es otro tema. Hoy no vamos a hablar de (mala) literatura erótica.
Ha llegado el momento de apartar las esposas, la indumentaria de cuero, las habitaciones rojas y los collares de perrito para hacer una defensa del sexo vainilla. Puede que para algunas personas, hacer sus pinitos en el mundo del BDSM fuera algo excitante y plenamente satisfactorio. No lo dudo: el placer está hecho de plurales, de una gran variedad de estímulos y sensaciones. Tampoco dudo de que sintieran que ese juego erótico era una oportunidad para lucirse como amantes. Sin embargo, para otras personas el BDSM puede ser algo aburrido, grotesco y demasiado laborioso como para dejarse llevar. Es algo así como demasiada performance y poca garra.
¿Qué sentido tiene probar algo que no te atrae y que incluso te perturba cuando realmente estás disfrutando de tu vida erótica, por más convencional que pueda resultar a determinado público?
El término sexo vainilla se utiliza generalmente para hablar de sexo convencional y diferenciarlo del BDSM. Pero, ¿qué es lo convencional a día de hoy? ¿El sexo oral? ¿La postura del misionero? ¿Un beso negro? ¿Un par de azotes en la postura del perrito? ¿Utilizar un estimulador prostático con tu pareja? Seguramente esto depende de a quién le preguntas. Por no hablar de que el sexo convencional de mi generación difícilmente pueda cumplir el canon de lo que hace 50 años se consideraba sexo convencional. No hay un criterio estándar para establecer los límites del sexo vainilla.
Lo que me llama la atención es que parece que el sexo vainilla se relaciona a menudo con lo aburrido, incluso su disfrute se acompaña de cierta sospecha, como si hubiera adquirido en estos años una mala reputación. Hace unos días discutía este tema con una buena amiga. Llamémosla M. M. me comentaba que en algunas ocasiones se había sentido juzgada por querer experimentar las bondades del BDSM: «Me identifico con el sexo vainilla, pero eso no significa que sea una aburrida. Vestirme de látex para echar un polvo no me parece nada excitante. Lo que siento de imaginarlo es simplemente calor y pereza. ¿Y lo de que te azoten con un látigo? No podría concentrarme. Yo soy más de velitas y aceites de masaje, ¿me entiendes?».
Y claro que la entendía, perfectamente. ¿Qué sentido tiene probar algo que no te atrae y que incluso te perturba cuando realmente estás disfrutando de tu vida erótica, por más convencional que pueda resultar a determinado público? No existe ninguna razón para que una persona se sienta culpable o poco competente sexualmente por el hecho de que disfrute y esté interesada solamente en cosas básicas. El buen sexo se trata de hacer lo que te gusta, no de impresionar al prójimo o tachar opciones en una lista. El problema está cuando una persona, que se siente avergonzada por preferir el sexo vainilla, finge que le gustan las nalgadas, las inmovilizaciones o el sexo duro. Si necesitas fingir, es que la comunicación y el diálogo con tu pareja está fallando.
Es absurdo creer que existe un tipo de sexo más caliente, más correcto o más agradable que otro.
Esto no quiere decir que haya que estigmatizar el BDSM o que esté mal probar algo más pervertido. Experimentar puede ser divertido e incluso útil para descubrir lo que verdaderamente deseamos en el encuentro erótico. Aprender sobre BDSM y explorar la cantidad de fetiches que tienen las personas puede ampliar nuestra cultural sexual, pero también es una forma de comparar y reafirmar aquello que nos gusta. Es decir, la libertad de probar y elegir nos ayuda a comprender lo que queremos en el sexo y cómo comunicarlo a una pareja.
En conclusión, es absurdo creer que existe un tipo de sexo más caliente, más correcto o más agradable que otro. Mientras exista un consentimiento entusiasta, establezcas un diálogo honesto con tu pareja y disfrutes de tu sexualidad, ¿qué más da lo que te guste? Reconoce lo que te excita y aprovéchalo.