De la estrofa del tango que he tomado para el título de este artículo puede predicarse que resulta perfectamente aplicable –perdón por descubrir el Mediterráneo- a ese individuo tan singular que es el militante, con mayor o menor protagonismo en la vida del correspondiente gremio, de un partido político. De cualquiera de ellos, sin discriminación de credos.
Chistosa organización esa, sí, a la que la sociedad exige una cosa –que sean como un ejército y que nadie rechiste- que al tiempo le reprocha. Una auténtica contradicción. Para reflexionar.
Por un lado, sucede que a los votantes no les gusta nada que dentro de su partido favorito haya peleas de gallos, entre otras cosas porque dan munición al adversario, que por supuesto se recrea contemplando el espectáculo.
«A los votantes no les gusta nada que dentro de su partido favorito haya peleas de gallos, entre otras cosas porque dan munición al adversario».
El caso más sangrante fue el de UCD (para decirlo con la letra de otro tango, la inolvidada Melodía de arrabal, perdonad si al evocarte se me salta un lagrimón), pero en la historia de la democracia española se encuentran otros muchos ejemplos.
La sociedad espera del que se mete en una lista electoral que se olvide de lo que son sus ideas –mejor incluso si no tiene ninguna- y se comporte como es propio de una organización donde rige la implacable ley de hierro de la oligarquía, para decirlo con la conocida expresión, hace casi un siglo, de Robert Michels : no solo hay que obedecer siempre al jefe –eso se da por supuesto-, sino que la disciplina se muestra en anticiparse a los designios del líder y, sobre todo, en estarlo aplaudiendo con carácter permanente. No hacerlo constituye un signo de tibieza que puede merecer el calificativo de traidor o maquiavélico.
La sociedad espera del que se mete en una lista electoral que se olvide de lo que son sus ideas –mejor incluso si no tiene ninguna-
Pero también sucede lo contrario: que, cuando contempla esos vasallajes, rayanos en la autoflagelación de los conventos de monjas (incluso por parte de personas con capacidad para estar bien comidas y bien bebidas si acaso salieran a la vida secular), es esa misma sociedad que castiga las disidencias la que, de súbito, pasa a condenar también lo que entiende como excesos innecesarios, propios de chaqueteros, pesebristas y gentes del peor pelaje moral. Lo que después del verano hemos contemplado en la ciudad del Turia, la tierra de las flores, de la luz y del amor, unos en la plaza de toros y poco después los otros en un auditorio, se ha visto como sendas manifestaciones de un éxtasis rayano en la demencia colectiva. Casi diríanse escenas como las del famoso suicidio de Guayana.
O sea, que sí: de una parte, pedimos a los partidos que sean monolíticos y al mismo tiempo les afeamos que en efecto lo sean. Resulta casi increíble, en ese contexto, que haya personas que se presten al papelón de formar parte de organizaciones que, hagan lo que hagan o lo que no hagan, van a merecer un inmisericorde veredicto de condena.
De una parte, pedimos a los partidos que sean monolíticos y al mismo tiempo les afeamos que en efecto lo sean. Resulta casi increíble, en ese contexto, que haya personas que se presten al papelón de formar parte de organizaciones.
Del libro de Piero Ignazi sobre la realidad actual de los partidos se acaba de publicar la versión española. Vale la pena. Son criaturas muy diferentes a los seres arcangélicos a los que se refiere la Constitución en el Art. 6 y en los ingenuos preceptos sobre la representación. 1978 es, a estos efectos, como 654, año del Liber judiciorum.
Por supuesto que nadie ignora -vuelve a ser un secreto a voces- que todo eso tiene mucho de teatro, porque los que aplauden hasta inmolarse por la causa, casi como posesos –los agradaores, como los llaman en Jerez de la Frontera-, son los que en el bolsillo llevan el puñal para asesinar al jefe a las primeras de cambio. Igual es que los ambientes de histeria grupal son los más propensos a los magnicidios. Quizá sea eso.
«Por supuesto que nadie ignora -vuelve a ser un secreto a voces- que todo eso tiene mucho de teatro, porque los que aplauden hasta inmolarse por la causa, casi como posesos –los agradaores, como los llaman en Jerez de la Frontera-, son los que en el bolsillo llevan el puñal para asesinar al jefe a las primeras de cambio».
Cuando Gardel, con tono de denuncia, decía lo de “hoy un juramento, mañana una traición”, se estaba refiriendo a las veleidades de los sentimientos de los jóvenes. De hecho, el tango se llama Amores de estudiante (que “flores de un día son”). Pero, vistas las cosas aquí y ahora, se confirma lo dicho al inicio: el esquizofrénico retrato puede afirmarse que se ajusta a la vida y andanzas de los llamados militantes –vaya un palabro- como el guante a la mano. La mano con la que hoy te aplaudo a rabiar es la misma que mañana empleo para apuñalarte con saña.