El sábado 30 de octubre Jordi Cuixart visitó por primera vez a Carles Puigdemont en Waterloo. Ambos se conjuraron para volverlo a hacer, hacerlo juntos y no desfallecer hasta conseguir la República catalana». Cuixart destacó «la importancia que ha tenido y sigue teniendo el exilio en la internacionalización del conflicto» y manifestó «la intención de colaborar estrechamente con el Consell per la República».
Esto fue precisamente durante el fin de semana en que se celebraron elecciones a la «Assemblea de Representants del Consell per la República». Vilaweb publica la lista de los 121 elegidos, con una escueta referencia a su oficio o a su mérito político. Son dignos de mención: un «payaso represaliado el Primero de Octubre», un «miembro de un CDR», una «rapera de Besalú», y el «único representante electo que no se declara hombre ni mujer». Más conocidos son: Pere Cardús, director de la oficina del president Torra; el cómico Toni Albà, y Josep Guia, líder PSAN. También hay economistas, abogados y médicos, y hasta reconforta que haya un ingeniero de caminos, canales y puertos.
Y el martes 2 de noviembre se ha puesto a la venta el nuevo libro de Cuixart, Aprenentatges i una proposta, con el objetivo de que «nuestros errores no sean repetidos y los aciertos sean detectados y mejorados».
Grandes actos masivos, de nuevo
En declaraciones al Punt-Avui —Referèndum. Sense adjectius—, expone cuál es el reto principal del independentismo:
«Aceptar que habrá que llevar a cabo grandes actos masivos en el marco de la lucha no violenta. Y que estos actos pondrán en juego la estabilidad, también emocional, de la sociedad. Porque quien no se mueve no siente las cadenas y porque si éste no es el precio que estamos dispuestos a pagar no hace falta que le dediquemos más tiempo: asumamos vivir al baño maría, resignémonos a contemplar el statu quo y quejémonos amargamente de vez en cuando.»
Ya lo sospechábamos, y aquí nos lo confirma. Volverlo a hacer significa volver a hacer lo mismo; es decir, una sucesión de actos masivos con objeto de desestabilizar la sociedad. La estrategia de la tensión a que sometieron a los catalanes durante una década sigue siendo el camino a seguir, porque aprender del fracaso no es una opción. Al menos esta vez no afirma que la victoria será fácil y rápida sino que hay un precio a pagar.
Califica el frustrado referéndum del 1 de octubre de 2017 como «el mayor acto de desobediencia civil de las últimas décadas en Europa» y afirma que «el país vivía en estado de shock» (cierto) y «sin saber qué hacer con el 1 de Octubre» (falso). Los que no sabían qué hacer fueron los organizadores del desafío, no el país, ni todos los ciudadanos que siguieron la consigna de votar o al menos intentarlo.
Cuixart, resume el cronista, «exige y se autoexige lo que no se hizo al día siguiente, porque fallaron los líderes políticos, pero también la sociedad civil, que, sin consignas de aquéllos, se encontró perdida y se fue a casa». Ya se sabe que la «sociedad civil» es el seudónimo usado por los militantes y simpatizantes del proceso independentista, pero es verdad que, en el momento decisivo —no el 2 de octubre sino el 28, después de la declaración de independencia—, esperaban unas consignas de movilización que no llegaron.
Todos los seguidores de sectas milenaristas a quienes han anunciado el fin del mundo para determinada fecha saben qué es eso, como los que creyeron en el colapso informático al empezar el año 2000, o los que escrutan las profecías de Nostradamus o el calendario maya. El presidente Puigdemont, no sin dilaciones y vacilaciones, declaró al fin la independencia; luego fuese y no hubo nada.
Los fieles han de asumir luego la decepción. Algunos cambian de tema, otros persisten y se consuelan buscando herejes y culpables de que el advenimiento no tuviera lugar. Los profetas anuncian nuevas fechas, con la condición de que la fe no se marchite, de que se repitan idénticos ritos. La cosa tiene un aspecto cómico cuando se trata de los mismos profetas que provocaron la decepción, los mismos responsables del fracaso anterior, los mismos que fueron acusados de no haber estado a la altura, los que pretenden revivir la ilusión.
Tal vez sólo quiere superar los marcos partidistas vigentes, pero son inquietantes estas palabras del líder de Òmnium: «Quizás una de las primeras tentaciones que necesitamos vencer es la extraña necesidad infantil de que alguien nos haga llegar una consigna a seguir. Mientras esperamos el dedo que nos muestre el camino, no hacemos más que eso: esperar. Que la voz de nuestra conciencia sea nuestro líder, y la voluntad insobornable de no asumir más renuncias en aras de la normalidad.»
En todos los movimientos de masas, la existencia de una dirección no cuestionada y de unos seguidores disciplinados garantiza al menos un desarrollo racional de los acontecimientos. Si cada cual se cree con derecho a seguir su propia inspiración y se desentiende de la estrategia común, nos podemos encontrar con células aisladas sublevándose cuando mejor les parezca. (Recordemos el discurso de Tamara Carrasco, la primavera de 2018, en que, de pasada, decía que los de «nororiental van a su puta bola».)
El hijo es el mensaje
En la presentación que hace la Vanguardia del libro de Cuixart, ante esta nueva fase de desobediencia civil no violenta, se destaca la referencia a Henry David Thoreau, considerado el padre intelectual de la desobediencia civil moderna: Cuixart ha puesto los nombres de Camí y Walden a su segundo hijo.
Si sólo se arrepiente de «haber renegado de la unilateralidad y, por lo tanto, del referéndum del 1-O cuando declaró en enero del 2018 ante el juez instructor, Pablo Llarena, para tratar de salir de prisión como habían hecho algunos de sus compañeros días antes», y define la consigna de volverlo a hacer enunciada en su alegato final ante el tribunal, en junio de 2019, como «una pequeña bomba de relojería dialéctica lanzada en medio de aquella pomposa sala del Supremo (…) para que petara pasado un tiempo», ya tenemos enmarcado el proyecto que Cuixart parece querer liderar.
Un proyecto que se parece tanto al anterior que por ahora no hay manera de distinguirlo: un referéndum «sí o sí», impuesto a partir de grandes movilizaciones de masas. En el Nacional destacan —Un referéndum sin adjetivos y pronto— esta idea: «Me parece que podemos decir claramente ahora que la respuesta de las instituciones no estuvo ni mucho menos a la altura de la hora grave.» Pues desde la Generalitat se organizó todo, y consiguieron la aplicación del artículo 155 de la Constitución. ¿Qué más podrán hacer la próxima vez?
Y a partir de la distinción que hace Hannah Arendt entre fuerza y poder, Cuixart entiende que «el Estado tiene en Catalunya la fuerza de la policía, el ejército, los tribunales, las empresas del Ibex y tantos medios de comunicación, pero ha perdido el poder que surge de la gente reunida tras un objetivo» y que «la sociedad catalana, a pesar de acumular un poder insólito, no ha sido capaz de traducirlo en fuerza».
Pues cometería un grave error —volvería a hacerlo— si finge ignorar que el Estado español tiene en Cataluña un apoyo que va mucho más allá de sus medios de coerción; que existe una identificación identitaria, sentimental, con España que supera el rechazo que eventualmente pueda despertar una determinada política de un determinado gobierno.
¿Cuántos catalanes están dispuestos a ir a la cárcel?
En el diario Ara la iniciativa no despierta mucho entusiasmo. David Miró enmarca La fórmula Cuixart per sortir de l’atzucac en el conjunto de posturas que manifiestan los partidos independentistas:
«La propuesta de Cuixart choca ahora con tres posicionamientos distintos de ERC, Junts y CUP, aunque al que más se acerca es al de la CUP.
»ERC considera que la pantalla del referéndum unilateral está pasada y que es necesario forzar una negociación con el Estado para que el próximo sea vinculante y reconocido internacionalmente, y por tanto debe ser pactado con el Estado.
»Para Junts, aunque Quim Torra hizo una propuesta similar cuando era presidente, el referéndum válido en estos momentos sigue siendo el del 1-O, y cualquier propuesta para hacer otro implica deslegitimar lo que se hizo en el 2017.
»La CUP sí quiere hacer otro referéndum unilateral, pero concreta más que Cuixart y lo sitúa en el 2023, coincidiendo con el que prepara Escocia.»
Antoni Basses se pregunta si hay 50.000 catalanes dispuestos a ir a la cárcel: «El problema de la propuesta de Cuixart es que el tiempo de las 50.000 personas dispuestas a ir a la cárcel puede que ya haya pasado. Seguramente las había en octubre del 2017, pero ahora, tras la represión, la desunión y la crisis, ¿esta generación está dispuesta la desobediencia masiva?»
Habría que preguntarse también si realmente había tantas personas dispuestas a ir a la cárcel, o más bien eran, no 50.000, tal vez 500.000 que decían que había que arriesgarse a ir a la cárcel pero que fueran otros.
A Joan Vall Clara, en el Punt-Avui —Tu també, Cuixart?—, no le ha gustado el libro.
«El caso es que Cuixart, con esta manía de la autocrítica, hace un giro algo peligroso. No sólo fueron los políticos quienes se quedaron quietos. A su juicio, tampoco la sociedad civil supimos qué hacer. Todos desbordados por el mayor acto de desobediencia civil de los últimos años en Europa. Puedo entenderlo, pero no lo comparto. Se espera de los liderazgos que lideren (…) Al final la culpa será de los que salíamos [a manifestarse].» Pues haber pensado antes en manos de quién ponían su destino. En cuanto al destino del país, ya se han podido comprobar las lamentables consecuencias de toda índole que tuvo el desafío y por las que ni Cuixart ni ningún otro líder ha manifestado el más mínimo remordimiento. Ahora falta que cada cual, individualmente, sin escudarse en el pretencioso título de representante de la sociedad civil, recapacite sobre su destino particular y si quiere volver a arriesgarse en una aventura que tiene, no más, sino menos posibilidades de triunfar que la anterior.
El separatismo ha perdido el 30% (casi 1 de cada 3) de los votos que obtuvo en 2017: de 2.079.000 a 1.456.000, més de 623.000 catalans han dit adéu al prusés, la secesión ya no les ilusiona, no ven necesario movilizarse.Y JORDI C. (OMNIUM) Y PUIGDEMONT DICEN :» VICTORIA HISTORICA.»NO COMMENTS!