Llegó a Cerdeña, estuvo detenido unas horas, fuese y no hubo nada. Por el momento. Ferran Cases, en Nació Digital — El Suprem contra l’Estat —, lo ve así: «Los poderes del Estado, sometidos a fuertes tensiones internas por la lucha partidista, no van a la una y de nuevo chocan con los sistemas judiciales del resto de Europa, que no aceptan las razones del Tribunal Supremo.»
Luego aporta una solución bastante imaginativa: «Si el PSOE, el PP y los poderes duros del Estado apostaran por un diálogo sincero y para atender la voluntad de los catalanes, las cosas serían más fáciles de explicar y el gobierno español y su sistema judicial pasarían menos vergüenza.» Como si las leyes pudieran cambiarse tan fácilmente mediante una reunión de políticos.
En El Món, Quico Sallés hace una crónica del episodio sardo —con un título exageradamente sensacionalista: El dia que l’Alguer es va fer independentista, donde revela que al final «la situación era mucho mejor que las mejores expectativas de la defensa de Puigdemont, que anoche [jueves 23] no las tenían todas».
Así veía el partido del exiliado lo que pasaría según cuál fuese la resolución del tribunal italiano: «El algoritmo era un win-win, si Puigdemont salía en libertad, batacazo para España y vitamina para el independentismo. Si en cambio Italia hacía un intento de extradición, se podría comprobar empíricamente la respuesta en la calle y la fuerza de la llamada confrontación. Además, la jugada deja en mala situación la Mesa de Diálogo y eran puntos extras para JxCat.» Optimismo a raudales.
‘Bella Ciao’ en Barcelona
En opinión de Salvador Sostres, en Abc, Puigdemont está viviendo Como cualquier chorizo: «Acabe como acabe lo de Cerdeña, estos días habrá aprendido que hasta que se entregue será un fugitivo y no podrá vivir tranquilo. Es una dura condena para un padre de familia y todo el mundo puede ver la angustia de destino que te espera si desafías a un Estado democrático y de derecho.»
Pero sus seguidores, los que creen que Puigdemont es un brillante estratega, aunque no puedan presentar pruebas que lo demuestren, están siempre dispuestos a ver una «jugada maestra» en cualquier cosa que haga o le suceda. Así pronto se vertieron algunas opiniones en las redes sociales insinuando que la detención la había provocado él mismo. Y en una fecha tan señalada como la fiesta mayor de Barcelona, a siete días del primero de octubre: un buen momento para movilizar al buen pueblo catalán.
Quim Torra, experto en momentos —aunque no encontró ninguno durante su breve mandato—, el mismo jueves, recién detenido Puigdemont, declaró por Rac1, con la solemnidad que le caracteriza: «Si fuera extraditado, pido una respuesta política de primerísimo nivel y una reacción popular a la altura. Extraditar al presidente Puigdemont es una línea roja y el pueblo de Cataluña debería plantarse». Por suerte no hizo falta.
Como siempre, no había nada preparado y la manifestación del día 24, festivo en Barcelona, no fue precisamente una exhibición de masas: Unas 600 personas se concentran cerca del consulado italiano, aunque contó con la participación estelar de Pilar Rahola cantando Bella Ciao, a ver si los italianos se dan cuenta de que aquí también estamos luchando contra una dictadura fascista. Se han visto escenas que hacen dudar si los manifestantes estaban protestando o celebrando la detención de Puigdemont.
Incomprensible imprudencia
El editorial de La Vanguardia sentencia que «la detención no favorecía prácticamente a nadie. Ni a Puigdemont, ni —visto lo visto— a la justicia española, ni al clima de entendimiento, ni a ERC ni al PSOE». Y recuerda que «el independentismo, que a menudo gusta de presentar los tres poderes del Estado como uno solo, ha calificado este arresto como otra muestra de la represión constante que dice sufrir a manos del Estado español. Pero también cabría definirlo como la consecuencia perfectamente previsible de unos procedimientos judiciales que siguen su curso inexorable, sin estar acreditado, pese a lo que diga el soberanismo, que los teledirija el Estado».
También en La Vanguardia, Jordi Juan —Otra vez Puigdemont— apunta que «hay que esperar hasta el 4 de octubre y que la justicia italiana acabe de dictaminar qué hacer con Puigdemont, pero parece difícil que decida extraditarlo a España». En cuanto a las repercusiones políticas en Cataluña, subraya que «la detención de Puigdemont se convirtió durante unas horas en la excusa perfecta para hacer astillas la mesa de diálogo aunque no tenga nada que ver la acción de la justicia con la voluntad de acuerdos del Gobierno».
En El Periódico, el catedrático de Derecho Jordi Nieva-Fenoll se pregunta ¿Qué va a pasar con Carles Puigdemont? y fríamente recuerda que «la orden de detención está vigente, y pudo haber sido activada en cualquier país de la Unión Europea toda vez que Puigdemont, aun siendo europarlamentario, ya no goza de inmunidad».
¿Puede haberle perdido una cierta sensación de impunidad? «Lo que ni por un asomo se pudo imaginar el Tribunal General [de la Unión Europea], ni el Gobierno español ni nadie, es que el “expresident”, ya sin inmunidad, cometería la incomprensible imprudencia de viajar fuera de Bélgica, o incluso de Francia, país que decidió sabiamente no activar la orden de detención para así favorecer la presencia de Puigdemont en el Parlamento Europeo, dado que su sede está en la misma Francia.»
Existe la creencia de que el exiliado sabe muy bien lo que hace, entre otras cosas porque está muy bien asesorado. ¿Y si no fuera así? «Al ir a otro país, el riesgo para el “expresident” era inminente. Su situación ahora es muy delicada, y su única oportunidad es que suceda el milagro de que el tribunal italiano comparta la tesis de la defensa de que la inmunidad de Puigdemont esté vigente, aunque no sea así. Y ese milagro se ha operado —por ahora— porque el fiscal del caso y el juez lo han creído provisionalmente así. Que acabe decidiendo lo mismo el Tribunal de Apelación de Cagliari (Sección Sassari), está por ver. Quedan 10 días para la vista en los que el Tribunal Supremo se comunicará constantemente con el tribunal italiano, y las cosas pueden cambiar. Está por ver. Si rechazan directamente la petición del Tribunal Supremo, las cosas quedarán como estaban y Puigdemont volverá a Bélgica. Pero si entran en el fondo del asunto, la entrega de Puigdemont podría producirse. Cuando fallaron los jueces alemanes no había una sentencia firme del Tribunal Supremo calificando los hechos como delito. Ahora sí existe.»
El mismo Jordi Nieva-Fenoll, en el Ara —Mala peça al teler per a Puigdemont—, hace un poco de historia: «Cuando fue detenido en Alemania, jugar la carta de aceptar su entrega habría sido una buena idea (…) La idea era que volviera para que el Tribunal Supremo dejara de ver riesgo de fuga en el resto de imputados y los pusiera en libertad, como hizo Pablo Llarena con la mayoría durante meses. A la postre, el impacto mediático internacional del caso Puigdemont, aunque en ese momento era fuerte, se desvanecería como ha ocurrido a pesar de todos los esfuerzos y no haría ningún servicio político a nadie. Finalmente, así la sentencia del Tribunal Supremo era mucho más probable que no fuera ni mucho menos tan dura como fue. E incluso, en el peor de los casos —que es lo que sucedió—, podría producirse un indulto en un plazo relativamente breve, como sucedió. Sin embargo, la actuación procesal de Puigdemont frustró todas estas intenciones y favoreció una actitud reactiva absolutamente desproporcionada por parte del Tribunal Supremo. Al final, ni se logró impacto internacional, ni se consiguió nada para los presos, hoy indultados, ni las condiciones de Puigdemont mejoraron, condenado al exilio.»
Nieva-Fenoll confiesa su perplejidad ante el personaje: «Siempre me quedará la duda de por qué Carles Puigdemont decidió viajar a Cerdeña, porque, aunque no lo sé, estoy seguro de que alguien se lo desaconsejó. Al igual que nunca entendí cómo decidió irse al exilio después de declarar la independencia sin un plan mínimamente razonable para favorecer su retorno.» ¿Tal vez porque es un buen táctico pero sólo a cuatro días vista?
Imponer la legalidad europea
Como siempre que vienen mal dadas, Vicent Partal desde Vilaweb