El fugado expresidente catalán, Carles Puigdemont, tiene, como se suele decir, la piel muy fina. Tanto como para publicar este jueves un mensaje en su cuenta de Twitter lamentando un titular de El Mundo en el que se emplea el verbo «matar» para referirse al objetivo de ERC y el PSOE de acabar con la influencia del expresidente catalán. La palabra ha sido publicada entre comillas finas, lo que indica que se refiere a una acción metafórica.
Pero el expresidente no lo ha entendido de esta manera y, por ello, ha asegurado que es «una expresión dura» y ha puesto en duda, en un mensaje publicado en inglés, que se trate de «una broma divertida«. «Soy blanco de campañas de desinformación y denigración y de amenazas de muerte», ha añadido, «pero el mejor verbo que decidieron usar es… matar».
Cualquiera podría pensar que el otrora líder absoluto del separatismo catalán está realmente preocupado por el titular de El Mundo. Pero cuesta creer que sea así cuando se trata de alguien que, durante años, ha trabajado como periodista y conoce este tipo de licencias literarias, por muy desagradables que puedan resultar.
La autoridad de Aragonés
Lo cierto es que a Puigdemont le ha salido terriblemente mal su intento de matar a ERC. No solo con el boicot a la mesa de negociación sino con las numerosas trabas que desde Junts, el partido que preside y socio de gobierno de los republicanos en la Generalitat, se ponen a diario a la formación liderada por Oriol Junqueras y Pere Aragonés. Si el residente en Waterloo pretendía dar la estocada final al presidente Aragonés forzando la salida de Junts de la mesa de diálogo, la jugada, de momento, ha resultado desastrosa. El republicano se ha alzado como adalid de la negociación con el Estado y ha mostrado capacidad para dar golpes de autoridad sobre la mesa cuando el sector posconvergente de su Ejecutivo se desmadra. Lo hizo el martes a la hora de no aceptar la lista de participantes de Junts en la mesa de negociación y lo volvió a hacer el miércoles al dejar claro que no piensa permitir que el plazo de dos años impuesto por la posconvergencia y Guanyem-CUP a ERC obstaculicen cualquier acuerdo con el Estado. En ERC conocen bien a los posconvergentes y parecen tener muy claro que ninguno se jugará la posibilidad de ir a prisión o la de acabar en el limbo europeo comiendo gofres y mejillones con patatas fritas.