En la manifestación del 11 de septiembre estuvieron 108.000 personas según la Guardia Urbana, 400.000 según la ANC. No vale la pena discutir unas cifras que nadie ha pretendido nunca que sean exactas sino simbólicas. Está claro que hubo bastante gente, pero mucha menos que en las grandes convocatorias de otros años. El temor pandémico a la concentración en espacios reducidos debió influir lo suyo, y no lo conjuró la burda maniobra del gobierno de la Generalitat de levantar algunas restricciones cuatro días antes —Cataluña suprime el límite de reuniones de diez personas a las puertas de la Diada—; pero el hecho incontestable es que el desencanto ha hecho mella en las bases independentistas. Y eso se nota, más que en la asistencia, en las muestras de desunión que se produjeron.
«El desencanto ha hecho mella en las bases independentistas. Y eso se nota, más que en la asistencia, en las muestras de desunión que se produjeron».
Desde que empezó el llamado proceso, los actos de este día significaban una exhibición de unidad, por encima de opciones partidistas, en torno a un proyecto que se suponía compartido. El año pasado fue un mero trámite —un centenar de pequeñas manifestaciones por toda Cataluña— debido a la excepcionalidad del momento; pero en éste las tensiones acumuladas y las discrepancias acalladas a partir del desenlace de la declaración de independencia han estallado a la luz del día. Que llamen traidor a Oriol Junqueras o botifler al presidente Pere Aragonès no es una anécdota insignificante. Como dice Montserrat Nebrera en Nació Digital, «si antes se había criticado la Diada por ser de parte, ahora incluso se podría decir que se trata de la Diada de parte de la parte».
«Que llamen traidor a Oriol Junqueras o botifler al presidente Pere Aragonès no es una anécdota insignificante».
Alerta los tres días de octubre
La dimensión del descontento por la ausencia de una estrategia definida —«hoja de ruta» era el término más usual— se medirá en votos, no en número de manifestantes ni mediante el griterío de Twitter. Mientras tanto, los voceros de la causa persisten incansables en ver el vaso medio lleno aun cuando sólo hay un culín. Afirma Joan Puig en la República que el independentismo está más vivo que nunca a pesar de la política: «La manifestación de este 11-S ha sido un éxito» a pesar de que «los partidos políticos independentistas se encuentran todavía en estado de shock producto de la represión y de la falta de voluntad de afrontar el embate con el estado, suplicando una mesa de diálogo en la que el gobierno español nunca concederá ni amnistía ni referéndum. El día que los partidos políticos acepten este principio de realidad podrán trabajar para pactar una hoja de ruta rupturista que derrote a España. Sólo de esta manera haremos realidad una negociación política de estado a estado.»
El editorial del Punt-Avui del mismo día 11 afirmaba que sería una Diada para seguir avanzando, que Cataluña está «inmersa en un proceso irreversible de recuperación de su soberanía», y que «el sacrificio de los que cayeron defendiendo el país, la tierra, la personalidad política, la cultura, la manera de vivir y de ver el mundo» en 1714 es equiparable al «de los líderes políticos y sociales que se han pasado más de tres años en prisión, de los que continúan en el exilio y de los miles que todavía están siendo hostigados por la persecución judicial, por haber hecho esencialmente lo mismo, seguir el mandato democrático de los catalanes». Todo un ejemplo de proyección hacia atrás del conflicto presente, sin el más mínimo escrúpulo histórico.
Y al día siguiente Joan Vall Clara, bajo el esclarecedor título Que se jodan, confirmaba que «habrá sido una buena reanudación de la movilización, objetivo cumplido». Una advertencia: «Que se preparen para los tres días de octubre. Este 11-S era para probar qué brazo de palanca tenemos a pesar de de todo, y tenemos un señor brazo de palanca. Sabiendo como sabemos algo de física, ya descubriremos el punto de apoyo que necesitamos para mover el mundo.» Para el fin de semana 1, 2 y 3 de octubre, viernes, sábado y domingo, algún alboroto debe estarse preparando, no para mover el mundo, ni mucho menos; tal vez sólo para hacer imposible cualquier cualquier mesa de diálogo un par de años más.
«Habrá sido una buena reanudación de la movilización, objetivo cumplido»
Joan Vall Clara
En busca de la confrontación
El editorial del Ara —En la calle, a pesar de todo— celebra la «capacidad movilizadora» demostrada pero lamenta que «ninguno de los dos líderes, Jordi Cuixart (Òmnium) y Elisenda Paluzie (ANC), hizo referencia explícita en su parlamento a la mesa de diálogo. El primero se limitó a poner énfasis en el espíritu unitario, la persistencia reivindicativa y el espíritu cívico, sin, eso sí, poner hitos. Por su parte, Paluzie hizo una implícita enmienda a la totalidad en la estrategia gubernamental pactada por ERC y JxCat (con poca o ninguna convicción de los segundos) —con el apoyo externo de la CUP— de darse dos años para intentar la negociación política con el Estado desde la defensa de la autodeterminación y la amnistía. La ANC presiona, pues, para cambiar el rumbo del pacto de mínimos estratégico y para traer de nuevo el movimiento hacia la confrontación.»
Pues pronto habrá que ver si esto que llaman impropiamente «sociedad civil» deja de ser un instrumento del gobierno y se reinventa como organización política autónoma, o bien si consigue reconducir el gobierno al plan original, es decir a «volverlo a hacer».
El editorialista entiende que «la mesa de diálogo no mueve masas» pero recuerda que el independentismo «tiene también la responsabilidad nada menor de gobernar pensando en el día a día de todo el país, y pensando en fortalecer y volver a prestigiar las instituciones de autogobierno».
José Antich, en el Nacional, se pregunta, pero no contesta, ¿cómo se gestiona el éxito de la Diada?, «cómo canalizar acertadamente una ciudadanía que reclama a los políticos “no afluixeu”, pide unidad a los partidos, rebosa un cierto hartazgo cuando se practica una política de mirada corta y se siente engañada en ausencia de una hoja de ruta».
Pues es imposible: esa ciudadanía seguirá sintiéndose engañada hasta que de sus mismas filas salga alguien lo bastante lúcido y lo bastante valiente como para decir públicamente que el discurso que han mantenido durante años tenía truco, muchos trucos, que no existe el derecho a decidir, que la independencia no estaba ni está al caer, y que el mundo no nos mira.
Antich dice que «el independentismo vuelve a tener buenas cartas para no equivocarse y hacer creíble su triple compromiso: amnistía, referéndum y autodeterminación», porque es lo que quieren oir sus lectores, pero lo que debería decirles es que se trata de una exigencia que al otro lado nadie va a considerar seriamente, ni como entretenimiento intelectual.
«El independentismo vuelve a tener buenas cartas para no equivocarse y hacer creíble su triple compromiso: amnistía, referéndum y autodeterminación».
José Antich
Rechazo a los políticos
Vicent Partal, en el colmo del optimismo, sentencia que la gente ha dado un puñetazo magnífico sobre la mesa. La gente: esos «cientos de miles de ciudadanos anónimos que no quieren saber nada de peleas partidistas nefastas»; el puñetazo: reconducir el proceso a «la vía que nunca debería haber abandonado».
Da por cerrado el «paréntesis de la pandemia», durante el cual «los partidos, sin ninguna presión de la calle, han acaparado todo el espacio de la política, reduciendo las reivindicaciones populares a sus intereses»; se siente reconfortado al haber visto en las caras de los manifestantes «de nuevo aquella sensación de poder, de poder popular, de fuerza indestructible, que teníamos antes de 2017 y que perdimos después en la lucha a favor de los presos», y celebra que la ANC sea el «pilar fundamental del país».
«De nuevo aquella sensación de poder, de poder popular, de fuerza indestructible, que teníamos antes de 2017 y que perdimos después en la lucha a favor de los presos», y celebra que la ANC sea el «pilar fundamental del país».
Vicent Partal
Un rechazo en toda regla de las instituciones y de la democracia representativa, que hace extensivo a «los partidos políticos o el gobierno mismo de ERC y JxCat». Al contrario de otros años, cuando se veían «grandes bloques de manifestantes organizados», esta vez «no se han querido arriesgar a ser silbados y rechazados por los manifestantes. El hecho, impresionante, que algunos de nuestros políticos hayan participado rodeados no de la gente sino de policías, para su protección, lo dice todo. Saben lo que han hecho».
Y anuncia, para antes de «las movilizaciones del Primero de Octubre», «unas semanas políticamente muy interesantes que pueden cambiar de nuevo el rumbo del país». El país no sigue ningún rumbo; va a la deriva a manos de demagogos de distinto pelaje, y aún hay que se felicita de ello.