El victimismo se ha convertido en la seña de identidad de la Cataluña nacionalista hegemónica. Somos los mejores, para algunos somos superiores, pero el enemigo exterior, España, y el interior, cualquiera que no comulgue con ruedas de molino, son la causa de todos nuestros males. En el caso Messi algunos tratan de repetir el esquema. Pero la realidad es tan apabullante que sólo los muy tontos o muy cínicos, Rahola y otros hiperventilados, mantienen la tesis contra viento y marea. Ni el propio Laporta se ha centrado en esta cuestión. Sólo la ha utilizado de forma instrumental pero sin basar toda su autojustificación en complots anti catalanes, lo que es de agradecer.
El problema de fondo es que la decadencia azulgrana es un reflejo de la decadencia de Cataluña. El deterioro de la clase dirigente catalana, la económica y la política, viene de lejos. Sólo así se explica un procès autodestructivo, alentado por políticos oportunistas, y muy poco patrióticos, y permitido por una burguesía parasitaria del poder político, incapaz de ver más allá de intereses cortoplacistas y de comprometerse con un proyecto de país abierto, que no se mire el ombligo y que represente al conjunto de la sociedad catalana sin sectarismos políticos.
En lugar de afrontar los problemas se buscan estratagemas para ignorarlos. Artur Mas inicio el ciclo con su apuesta independentista para salvar su gobierno de la desafección producto de la crisis económica y los recortes. Pero los que pudieron evitarlo, instituciones financieras y empresarios, le siguieron el juego financiando el independentismo, hasta que la situación se les fue de las manos. Y aparecieron los Puigdemont, Torra o Junqueras. Con el Barça ha pasado algo parecido. Desde luego es difícil encontrar un presidente peor que Bartomeu. Pero tampoco Laporta es un presidente para una institución como el Barça.
Sin duda, Victor Font era una opción más sería y con mucha mayor solvencia económica que, quizás, hubiera podido salvar la situación. Pero los culés, como muchos catalanes, prefirieron apostar por el showman, por el pícaro que ponía un gran anuncio en el Bernabéu o se abrazaba a un maniquí con la camiseta de Messi. Pero en un mundo tan competitivo como el futbol y con una crisis como la provocada por la pandemia, hace falta mucha capacidad de gestión y mucha solvencia económica para superar los problemas. Virtudes de las que no va sobrado Laporta. Fue precisamente la falta de solvencia económica la que provocó la dependencia de los avalistas a los que tuvo que recurrir Laporta ‘in extremis’ y que pueden haber sido determinantes para acabar con la huida hacia adelante de los últimos meses y finiquitar el culebrón del verano.
Parece que desde el Govern y desde el propio Laporta, sin abandonar del todo la gesticulación y el victimismo, hay indicios de cambio de ciclo. Se abordan problemas en vez de ignorarlos y profundizarlos. De confirmarse, no soy optimista pero la esperanza es lo último que se pierde, sería una buena noticia. No hay peor paciente que el que no quiere reconocer su enfermedad.