Un grupo de políticos catalanes, algunos con cargo, como el vicepresidente del gobierno Jordi Puigneró, el eurodiputado Carles Puigdemont, o el diputado Joan Canadell, se reunieron en cierto lugar —todos los medios coinciden en que fue en la Cataluña francesa— con alegre despreocupación de las normas vigentes. Arreciaron las críticas y las muestras de desagrado: reunión de más de diez personas, que hicieron considerables desplazamientos, no se guardaron distancias, se prescindió de mascarillas, se mezclaron burbujas familiares…
Pilar Rahola, en su papel habitual de anfitriona, prodigó imágenes del evento en las redes sociales. Luego rebatió las críticas: «1º No estamos en el Reino de España. 2º Donde estamos se pueden hacer estas reuniones al aire libre. 3º Todos teníamos que presentar la vacunación y los PCR pertinentes. Quien no tuviese las dos pautas y prueba, no podía venir». ¿Ante quién había que justificarlo, si se trataba de una reunión privada? ¿Y qué más da dónde fuera, si muchos de los asistentes volverían después al territorio que administra la Generalitat de Cataluña?
Desde luego, si imprudencia ha habido, no se trata de los primeros ni de los últimos ni de los más irresponsables; pero la cuestión, cuando se trata de políticos, es la ejemplaridad. Dar ejemplo de prudencia es lo mínimo que se puede esperar de ellos durante el tiempo en que están vigentes las importantes restricciones que nos afectan a todos. Además, en un período en que están aumentando los contagios y las muertes, no es buena idea dejarse ver en público con muestras de jolgorio y regocijo. Pero ni se les ha ocurrido.
Haz lo que digo, no lo que hago
Según Crónica Digital, Puigneró rompió dos restricciones en Francia: «La obligatoriedad de llevar mascarilla si no se puede mantener la distancia de seguridad y la obligación de asegurar el espacio interpersonal». La cuestión es que, aunque no se hubiese vulnerado ninguna restricción, esa reunión hubiera sido legalmente imposible en ningún lugar de estas cuatro provincias, con lo que tenemos a un miembro del gobierno, y a destacadas personalidades que lo apoyan, escaqueándose de la normativa que ese mismo gobierno impone, con la inconsciencia propia de los asistentes a botellones.
Y para más inri, coincidiendo con el festejo, la Generalitat iniciaba una campaña para concienciar a la ciudadanía de la necesidad de reducir la actividad social, ya que la pandemia no para, nos dicen.
¿Qué les pasa por la cabeza?
Lo más curioso es la manera cómo se ha dado a conocer una reunión que no honra precisamente a los asistentes. No ha habido ninguna filtración de algún asistente resentido, ni un trabajo de investigación periodística, ni un seguimiento del CNI para desprestigiar alevosamente al independentismo; la divulgación ha corrido a cargo, en primer lugar, de Pilar Rahola.
Rahola no escarmenta, dictamina Joan Vall Clara en El Punt-Avui. «¿Qué hay en la cabeza de Rahola que le hace poner en las redes fotos que no deberían salir del álbum personal? ¿O no lo hizo por cuenta propia y lo hizo por cuenta ajena, que es a menudo una forma de trabajar de los periodistas, sean freelance o no?».
En El Periódico, Albert Soler —Crónicas del exilio en Cala Montgó (2)— profundiza en el asunto: «Se trata de simular que aquí no ha pasado nada, que ni el independentismo está de capa caída, ni muchos de sus líderes andan reconociendo que la vía unilateral es una vía muerta, ni sus palanganeros en la prensa están plegando velas, ni los condenados deben agradecer al Gobierno español su libertad. Nada, aquí no ha pasado nada, pero para escenificarlo debemos encontrar algo que haya resistido sin resquebrajarse los ataques del maléfico Estado español, algo que simbolice que los lacistas no se rinden jamás, algo que demuestre al mundo que Catalunya es una potencia mundial, un estandarte, un gesto heroico al que los fieles puedan agarrarse mientras piensan que menudos semidioses tienen como líderes: la paella de la Rahola».
Es curioso que, desde una posición visceralmente contraria al proceso independentista, como la de Soler, y desde otra visceralmente favorable, como la de Vall Clara, se coincida en parangonar esa paella con temas clásicos del verano en otros tiempos, como el bikini de la Obregón y el suquet de Portabella. La sensatez, la seriedad y la respetabilidad ya es una batalla perdida en todos los frentes.
Insignificancia y vulgaridad
Rahola no es una adolescente impulsiva y apasionada, aunque ésa sea la imagen que se esfuerza en dar. No podía ignorar el revuelo que causaría la noticia, y es de suponer que no divulgó nada del encuentro sin conocimiento y aquiescencia de los asistentes. De lo que se deduce que están todos convencidos de la trascendencia política de esa especie de cumbre veraniega.
Salvador Sostres, en el Diari de Girona —La fotografia—, va más allá de la anécdota: «Explica perfectamente la decadencia y la derrota del independentismo. Han pasado cuatro años desde aquella otra barbacoa en su casa de Cadaqués. Asistieron presidentes, policías, grandes doctores y en general personalidades que no había que mirar el pie de foto para saber quiénes eran. El triste elenco de este año, de gente anónima y gente de tercera que ya nadie recuerda, hace pensar en la tristeza con que el independentismo ha topado con su insignificancia y su vulgaridad».
Todo el mundo destaca también que este año, a la cita con Rahola, no asistieron el mayor Trapero ni Joan Laporta, porque, según Sostres, «no queda nadie con un poco de prestigio que quiera arruinarlo con perturbados que no sólo no entienden la realidad, sino que sus supuestas heroicidades las han hecho siempre con cargo al sufrimiento de los demás (…) Sólo faltaba este Albano Dante que es a la política lo que las estatuas humanas son a las calles de una ciudad: cuando se instalan en una, sabes que la degradación ya no podrá detenerse».
Sostres extiende el juicio que le merece la fotografía a todo el movimiento independentista: «Es humillante para cualquier causa aceptar el liderazgo intelectual de Pilar Rahola o tomar al inmenso payaso de Puigdemont por un político serio. No es un problema de represión, no es un problema demográfico ni mucho menos democrático. Es un problema de calidad. Es el problema que resume esta fotografía, es el problema que resumían las manifestaciones multitudinarias de la Diada, aquella chulería de medio pelo, aquella ruralidad insultante. Y el terrible desfile de oportunistas y de ignorantes que no entendían qué es un Estado y sólo querían su rato de protagonismo en lo que en ese momento estaba de moda».
El de Salud, contra las cuerdas
Tarde y mal reaccionó el vicepresidente Puigneró, quien admite que la foto genera confusión pero dice que se cumplía la norma en Francia, informa el Ara; pero no ha convencido a nadie. Assumpta Escarp (PSC) afirmó que «la imagen de Puigneró en la paella no ayuda nada porque incumple las normas» y «ha dejado contra las cuerdas al conseller de Salud, Josep Maria Argimon».
La foto no genera confusión, más bien la refleja; refleja la confusión en la mente de un destacado miembro del gobierno, y de las 20 personas que lo acompañan en la foto —es de suponer que había más gente por allí: conductores, asistentes, escoltas, cocineros—, sobre cómo debe uno mostrarse en público. Es la misma mezcla de vanidad y sensación de impunidad que han exhibido todos los líderes del proceso durante años.
Hubo un vicepresidente, Carod-Rovira, que tuvo que dimitir precipitadamente en 2004, dos meses después de tomar posesión del cargo, por su extraña iniciativa diplomática de reunirse con ETA. No parece que vaya a repetirse la historia. El único cambio que ahora va a haber es en la relación de Puigneró con su mascarilla, como ha trascendido gracias a un micro abierto: «Yo no me la quito ahora ni para ir al váter«. A buenas horas.
La mujer del César
Ni siquiera Vicent Partal, en Vilaweb —La dona del Cèsar i la dimissió de Puigneró—, ha podido perdonar el despropósito, y recurre al tópico de la moral de la esposa del César, que no sólo ha de parecer honrada sino también parecerlo. «Cuando vi la fotografía, como supongo que os pasó a muchos, lo primero que me vino a la cabeza fue que se rompía gravemente ese elemento de ejemplaridad, que es lo que ha quedado inscrito en el imaginario popular a partir del episodio mencionado del emperador de Roma.»
«En mi opinión, es secundario si, por estar en la Cataluña Norte, cumplían las normas sanitarias locales. Porque la fotografía, como es obvio, donde ha tenido impacto es en la Cataluña Sur. No digo que el detalle sea indiferente, pero políticamente da bastante lo mismo. Y no hace falta decir que encuentro inaceptable servirse de la excusa que aquello era un acto privado, como si los políticos pudieran desdoblar su personalidad y hacer cosas diferentes como ciudadanos de las que hacen como políticos.»
Quedando escandalosamente en entredicho «la ejemplaridad de la clase política ante los electores» en estos momentos en que «el gobierno envía mensajes crecientes de alarma a los ciudadanos», concluye Partal: «Todos sabemos que en algunos países europeos, sobre todo en ese norte que siempre envidiamos retóricamente, la paella, y la fotografía, habría ido seguida de la dimisión del vicepresidente Puigneró, sin necesidad de que nadie se la pidiera. Por iniciativa propia (…) Pero aquí parece que queremos ser la Dinamarca del sur sólo según para qué.»