Santi Vila, a fuerza de querer quedar bien con todo el mundo, no ha quedado bien con nadie. Los independentistas no lo ven como uno de los suyos, si alguna vez lo han visto. En la mejor de las opiniones, fue un agente doble que se mantuvo en el gobierno de la Generalitat que acabó declarando la independencia hasta el minuto antes de que se produjera; concretamente, el 26 de octubre de 2017.
Salvar al soldado “botifler”, pedía Josep Martí Blanch desde la Vanguardia, el pasado día 7: «Por no ayudarle, a Vila, el Govern ni tan siquiera le ha facilitado asistencia jurídica ni cobertura moral y anímica. Nadie, del Departamento de Cultura, ni un triste subdirector, le acompañó cuando declaró ante el juez en el 2018 o cuando se desplazó a Huesca para entregar las escrituras de su piso. El propio Govern tratando a uno de sus exintegrantes como un apestado. Roma no paga traidores, aunque caigan en combate ejerciendo sus competencias y defendiendo hasta el límite los intereses de la institución para la que trabajan.»
Por no ayudarle, a Vila, el Govern ni tan siquiera le ha facilitado asistencia jurídica ni cobertura moral y anímica (…) El propio Govern tratando a uno de sus exintegrantes como un apestado. Roma no paga traidores, aunque caigan en combate ejerciendo sus competencias y defendiendo hasta el límite los intereses de la institución para la que trabajan.
En cambio, para los no independentistas no es fiable. Esperó demasiado, se le pasó el arroz, perdió la ocasión de reconducir a su partido, o a una parte significativa del mismo, al terreno democrático, conciliador y pactista de donde no debía haber salido nunca.
En su libro de memorias, De héroes y traidores, publicado en marzo de 2018, declara haber estado «absolutamente convencido de que el desastre en el que nos hallábamos podía haberse evitado»; denuncia el «panorama maniqueo, emocional y simple, casi infantil (…) entre españolistas y catalanistas», y también el «tronado sesgo izquierdista» que adoptó el proceso.
Para los no independentistas no es fiable. Esperó demasiado, se le pasó el arroz, perdió la ocasión de reconducir a su partido, o a una parte significativa del mismo, al terreno democrático.
Conllevancia o no
Por ahora, a falta de mayor protagonismo político, escribe de vez en cuando artículos en la Vanguardia y sigue apostando por una improbable tercera vía, centrada y centrista. En El fin de la conllevancia, publicado el día 14, aplaude la «senda de diálogo que han inaugurado los dos Pedros» y advierte contra dos errores que hay que evitar:
Por ahora, a falta de mayor protagonismo político, escribe de vez en cuando artículos en la Vanguardia y sigue apostando por una improbable tercera vía, centrada y centrista.
«En primer lugar, por parte del nacionalismo español, la renovada tentación de hacer de España una mala copia del modelo de Estado francés, centralista en lo político y sólo descentralizado en lo administrativo. Ya lo advirtió Francesc Pujols cuando afirmó que “els catalans sempre sobreviuen als seus il·lusos enterradors”. Dicho esto, igual de importante, el nacionalismo catalán también se equivocará si, desleal, acude a la negociación pensando en cómo arañar un poco más de autogobierno, si plantea esta etapa como una fase más hasta conseguir su anhelado Estado-cortijo particular.»
Tampoco es lo mismo «arañar un poco más de autogobierno» —algo a lo que estamos acostumbrados desde 1980 y sucede a lo largo y ancho del estado autonómico— que adoptar un perfil bajo en espera de una mejor ocasión para volver a intentar un asalto al Estado. Si es ésta la tendencia que prevalece, ninguna mesa de diálogo va a llegar a nada.
Es más fácil predicar la necesidad de acuerdos que ofrecer soluciones que puedan satisfacer a las dos partes. El modelo francés está muy bien instalado en la mentalidad española y volver a un modelo austracista parece imposible a estas alturas.
Ya era así hace casi un siglo, cuando Ortega y Gasset sentenció, en 1932: «El problema catalán no es un problema para resolver, sino para conllevar, y sólo conociendo la autenticidad del problema se le puede aplicar un contraveneno eficaz.»
«El problema catalán no es un problema para resolver, sino para conllevar, y sólo conociendo la autenticidad del problema se le puede aplicar un contraveneno eficaz»
Ortega i Gasset
A pesar de que el título del artículo apunte en la dirección contraria, la postura de Vila siempre ha sido moderada y propensa a sostener la conllevancia. Aquí afirma que «los catalanes no necesitamos más sino mejor autogobierno». El problema es que, durante la última década, se ha instalado en más o menos la mitad del electorado la convicción que la única mejora posible del autogobierno se llama independencia.
«La postura de Vila siempre ha sido moderada y propensa a sostener la conllevancia. Aquí afirma que los catalanes no necesitamos más sino mejor autogobierno»
Y dicho sea de pasada, la célebre frase de Francesc Pujols no es la que dice Vila sino ésta, como se puede leer en una placa ante el Museu Dalí de Figueres: «El pensamiento catalán rebrota y siempre sobrevive a sus ilusos enterradores.» No es lo mismo enterrar el pensamiento catalán que enterrar a los catalanes. Esto último situaría la cuestión en términos genocidarios, que son los que más aprecian los independentistas inflamados.
Los hiperventilados en su burbuja
Desde el independentismo conciliador o tacticista se suele descalificar con el término «hiperventilados» a los independentistas que lo quieren todo para ayer, ningún proyecto les satisface y siempre están a punto para llamar traidores a sus compañeros de causa.
Ejemplo reciente, los que acusan a la consejera de Exteriores de matar la lengua catalana por haberse dirigido en castellano al cuerpo consular acreditado en Barcelona.
Ejemplo remoto, el tweet de Rufián que decía «155 monedas de plata», en referencia a la posible traición del presidente Puigdemont en octubre de 2017. Esto demuestra que la hiperventilación de alguien depende de la temporada y de las ganas de chinchar al socio; en definitiva, que es una pose.
Ahora, cuando ya muchos ven que crispar los ánimos en tiempos de turbación no lleva a ninguna parte, Josep Costa i Rosselló, diputado que fue de JxCat, sale en defensa de los hiperventilados turboindepes en un artículo en la República el pasado día 11:
«Menospreciar, estigmatizar o criminalizar “la burbuja turboindepe” de Twitter supone desterrar el grueso de activistas que ha defendido las urnas, se ha movilizado siempre que ha sido necesario, ha participado en cenas amarillas [sic] o ha puesto dinero para pagar fianzas.»
Más todavía: «Sin los activistas y militantes que dominan las redes se puede ganar unas elecciones, pero no se puede hacer la independencia.» El buen entendedor entiende que esto no «va de democracia», como decían antes al invocar las urnas, sino de otra cosa.
«Sin los activistas y militantes que dominan las redes se puede ganar unas elecciones, pero no se puede hacer la independencia»
Josep Costa i Rosselló
«Los militantes y activistas más movilizados, que nunca son representativos del conjunto de los votantes de una opción o de la sociedad en general, son siempre los más dispuestos a asumir riesgos y sacrificios.»
La querencia por la agitación es bien manifiesta. Para Costa y sus camaradas, que tal vez no sean todos los de JxCat, la tranquilidad social y el sosiego en las calles es una mala noticia.
«Los políticos y opinadores que ahora construyen su discurso en contraposición a los “hiperventilados” de “la burbuja” deberían explicar por qué actúan como si nunca más hubiera de necesitar a esta gente para nada. ¿Cómo piensan “volverlo a hacer” sin ellos? ¿O es que acaso han renunciado a cualquier vía independentista que los necesite? La respuesta que se intuye es preocupante.»
Lo preocupante, pensando en el país en su conjunto, es que los espacios donde habita la conllevancia sean cada vez más pequeños, y las voces que la reclaman, cada vez más silenciadas. La conllevancia no es romántica ni heroica, y suena a rendición vista desde cualquier extremo, pero es una condición indispensable para vivir en paz.