La libertad de expresión es un derecho que los fundamentalistas no entienden. Ellos confían en el autoritarismo y en el miedo para imponer sus histéricas demandas. Lejos de cultivar un clima de respeto y tolerancia, donde se pueda establecer un equilibrio entre la libertad de expresión y el pluralismo, aprovechan las tensiones socioeconómicas para reforzar sus prejuicios e intereses ideológicos. En esta dinámica, también cobra especial valor la pugna por controlar e influir en la guerra cultural. Imponer la propia versión sobre los hechos difícilmente se puede disociar hoy de la obsesión por determinados marcos de discusión.
La libertad de expresión es un derecho que los fundamentalistas no entienden. Ellos confían en el autoritarismo y en el miedo para imponer sus histéricas demandas.
Hoy, las redes sociales facilitan la expresión de los impulsos morales de cualquier fundamentalista y con ello, la convicción de que nuestra sociedad camina hacia el apocalipsis. Precisamente, bajo la idea de que el caos constituye una seria e inminente amenaza, algunos partidos políticos señalan a los medios críticos y defienden abiertamente el veto de determinados periodistas. En este contexto, es triste observar cómo muchas personas caen cada vez más en esta trampa y prefieren ser fiel al partido con el que simpatizan antes que proteger sus libertades como ciudadanía.
Bajo la idea de que el caos constituye una seria e inminente amenaza, algunos partidos políticos señalan a los medios críticos y defienden abiertamente el veto de determinados periodistas.
La estrategia de cuestionar la labor de los medios de comunicación constituyó una de las principales bazas políticas de Donald Trump en sus años de mandato. Sin embargo, el ex presidente de EE.UU no ha sido el único que ha contribuido a popularizar y reforzar este fenómeno. Algunos de los principales representantes de la derecha populista como Viktor Orban en Hungría o Jair Bolsonaro en Brasil también se han propuesto desmantelar la libertad de expresión y con ello, dos importantes facciones de la misma: la libertad de pensamiento y la libertad de prensa.
La estrategia de cuestionar la labor de los medios de comunicación constituyó una de las principales bazas políticas de Donald Trump en sus años de mandato. Sin embargo, el ex presidente de EE.UU no ha sido el único que ha contribuido a popularizar y reforzar este fenómeno
En España, el discurso político de formaciones como Podemos y Vox ha asumido asimismo esta tendencia. Así, los señalamientos públicos a medios, programas y periodistas se han convertido en un ejercicio ciertamente preocupante para la libertad de expresión y la convivencia democrática. Sin ir más lejos, hace apenas unos días, Vox utilizó su cuenta oficial en Twitter para señalar a Ricardo Rodrigo Amar, presidente de RBA y editor de la revista satírica El Jueves. El partido de ultraderecha afirmó que ‘Su revista difunde odio contra millones de españoles a diario’, animando a sus seguidores a exigirle responsabilidades ‘cuando le vean salir de su despacho’. Estas palabras se acompañaron con la dirección de la oficia e imagen personal del ya mencionado editor.
Hace apenas unos días, Vox utilizó su cuenta oficial en Twitter para señalar a Ricardo Rodrigo Amar, presidente de RBA y editor de la revista satírica El Jueves
El señalamiento de Vox responde a una publicación de El Jueves, en concreto, a las viñetas de La pandilla Voxura, donde el medio caricaturiza a diferentes miembros del partido, entre ellos Rocío Monasterio, Ignacio Garriga o Ortega Lara. Este último, secuestrado durante 532 días por ETA en un minúsculo zulo, fue caricaturizado sobre una tumbona, achicharrado bajo el sol y con el siguiente texto: “Ortega tiene el cuerpo lleno de quemaduras, no es sano estar cara al sol tras tanto tiempo a oscuras”.
En diferentes plataformas, diversas figuras de la política y voces anónimas han defendido que los dibujos son irresponsables, insensibles y suponen una supuesta vejación a las víctimas de ETA. En un tono menos exaltado y extremista, hay quien incluso se ha preguntado si es realmente inteligente u oportuno echar leña al fuego publicando este tipo de viñetas. A tenor de esas reacciones, parece que nuestra sociedad todavía no ha comprendido que la sátira es imprescindible para hablar de libertad. El derecho a ofender es básico en un orden liberal y a su vez, la ofensa, puede ser criticada como innecesaria, cruel o estúpida. Es decir, las objeciones a las ofensas o la petición de moderar las mismas son compatibles e intrínsecas a los valores liberales.
Parece que nuestra sociedad todavía no ha comprendido que la sátira es imprescindible para hablar de libertad.
Seguramente muchas personas vieron las viñetas y se sintieron incómodas, considerando los dibujos de mal gusto. Sin embargo, evitaron señalar de forma directa al editor y animar la censura de la publicación. Dicho de otra forma, pese a la indignación que pudo sentir una parte del público ante las viñetas, se prescindió de una respuesta extremista e intimidatoria que socavara las libertades de una sociedad abierta.
La sátira y la parodia han funcionado durante siglos como un recurso para criticar a las figuras públicas, exponer sus contradicciones o señalar su responsabilidad ante las injusticias. Se trata de expresiones artísticas que deben existir en la teoría y en la práctica. Si bien, la defensa de las mismas no significa que cualquier ofensa deba ser elogiada. En ese sentido, la pandilla Voxura se deleita con la provocación y la polémica. Se regocija en el humor y busca la ofensa. El Jueves quiere reírse de los pensamientos extremistas que, en diferentes foros públicos, difunden los representantes de Vox. Señalan la hipocresía, el odio y la falta de ética de las figuras del partido de Abascal, y facilitan la reflexión de la ciudadanía ante el creciente clima de polarización e intolerancia.
La sátira y la parodia han funcionado durante siglos como un recurso para criticar a las figuras públicas, exponer sus contradicciones o señalar su responsabilidad ante las injusticias. Se trata de expresiones artísticas que deben existir en la teoría y en la práctica.
No debería sorprendernos que quienes apuntan a la ‘dictadura de lo políticamente correcto’ señalen ahora la sátira y la parodia como el nuevo enemigo a batir. A través de su publicación, Vox aspira a matar una idea, a controlar el pensamiento de todo aquel que no esté de acuerdo con ellos. A mi juicio, cabría no pasar por alto que esa reacción es consecuencia de un éxito: el objetivo de la sátira funcionó. Los dibujos expresaron con rotundidad la podredumbre del partido y sus ideales. El desafío, a continuación, es que este ataque contra la libertad de expresión no empuje a ningún medio a la autocensura. Al fin y al cabo, censurar semejantes dibujos o ceder a las amenazas, es una forma de decirle a la ultraderecha: sois intocables y tenemos miedo.