Coordinador de Estrategia Política del PP catalán, el politólogo Juan Milián (Morella, 1981) es también un prolífico articulista cuya firma podemos disfrutar en cabeceras como The Objective, El Debate de Hoy o ABC Cataluña. Aún así, ha encontrado tiempo para escribir un ensayo, El proceso español (Deusto), en el que —además de desgranar una reflexión sobre la naturaleza del populismo— advierte de que el Ejecutivo de Sánchez no solo ha reforzado al secesionismo en Cataluña, sino que ha plagiado sus peores técnicas para retener el poder en el conjunto de España.
Todos sabemos —o creemos saber— lo que fue el procés catalán. Pero, ¿en qué consiste lo que usted llama el proceso español?
Es la réplica por parte del gobierno de Pedro Sánchez de algunos de los elementos más perniciosos del procés independentista, a saber, el sacrificio de la verdad, el exceso de propaganda para esconder una gestión deficiente, el uso excesivamente partidista de las instituciones públicas, el desgaste del Estado de derecho y la separación de poderes y cierta pulsión contra la libertad individual y el pluralismo.
Esta manera de gobernar tiene consecuencias. Lo hemos sufrido en Cataluña y se reproducirá en toda España. Se desprestigia las instituciones, se acrecienta la crisis económica y se fractura la sociedad. Como el independentismo, el sanchismo y la nueva izquierda española inventa enemigos antes que aportar soluciones, y todos definen como fascismo —facha, trifachito— a la oposición democrática. Todo ello con el único objetivo de mantenerse en el poder y evitar la alternancia.
El libro arranca recordando la manifestación en contra de los atentados terroristas de las Ramblas, que el separatismo instrumentalizó en contra de España. ¿Qué nos dice que así ocurriese?
El separatismo superó todo límite moral aquel día. Instrumentalizó el dolor provocado por los atentados, lo manipuló para estimular el resentimiento contra España. Incluso la prensa extranjera se hizo eco. «Il nazionalismo senza solidarietà» titulaba el diario italiano La Repubblica. No respetaron ni a los vivos, ni a los muertos. Todo estaba al servicio de una única causa. Fue un día terrible, ya que supuso una auténtica ruptura moral entre los catalanes. El odio subvencionado estaba desatado. Los medios de comunicación públicos jugaron con fake news y teorías de la conspiración. Aquel día el nacionalismo demostró que era capaz de supeditar cualquier consideración moral a su objetivo final.
«Como el independentismo, el sanchismo y la nueva izquierda española inventa enemigos antes que aportar soluciones, y todos definen como fascismo —facha, trifachito— a la oposición democrática. Todo ello con el único objetivo de mantenerse en el poder y evitar la alternancia»
También rememora lo ocurrido durante los días 6, 7 y 8 de septiembre de aquel año. ¿Se ha hecho hincapié lo suficiente en la gravedad de aquellas jornadas?
El nacionalismo intenta que olvidemos lo que ocurrió aquellos días, porque fue entonces, en aquellos plenos del Parlament, cuando mostraron su auténtica cara antidemocrática. Pisaron los derechos de la oposición tratando de imponer un régimen que no cumplía la separación de poderes, una república más bananera que europea. Además, aquellos días surgió en el constitucionalismo un espíritu que, lamentablemente, fue fugaz; un espíritu de fraternidad. Los partidos constitucionalistas, independientemente de su ideología, fueron capaces de trabajar unidos, coordinados, defendiendo los valores de la democracia liberal. Ojalá el espíritu de aquellos días hubiera perdurado.
En una conversación con Arcadi Espada, Manuel Valls se refirió a la catalana como una «sociedad contaminada». No obstante, usted defiende que lo ocurrido en Cataluña no es tan distinto de lo que ocurre en otras partes del mundo…
La fractura social se produce en otras sociedades occidentales, también el auge de los populismos durante los últimos años. Es una diferencia de grado. En Cataluña estamos sufriendo más populismo del asumible en democracia. Además, son ya demasiados años. El nacionalismo político ha acabado generando un cambio cultural en una parte de la población. La obsesión identitaria provoca que un elemento fundamental para la libertad y el progreso, como es la verdad, no se valore. La mayoría de los votantes nacionalistas ya saben que sus líderes mienten compulsivamente, pero transigen con ello. Hay una deriva cínica. Y, así, el diálogo es imposible.
La esperanza son los jóvenes. Están menos contaminados por los medios de comunicación controlados por la Generalitat. Les preocupa Europa y la pérdida de oportunidades económicas que supone el nacionalismo.
«El separatismo superó todo límite moral el día del atentado en las Ramblas. Instrumentalizó el dolor provocado por los atentados, lo manipuló para estimular el resentimiento contra España»
Advierte de que cierta izquierda, como los independentistas en Cataluña, se ha acostumbrado a etiquetar como fascista o facha a cualquier crítico. ¿Por qué son tan eficaces estos señalamientos?
El discurso de la izquierda en la campaña madrileña se asemejó mucho al que sufrimos en Cataluña. Ellos se autodefinen como demócratas —y necesitan repetirlo constantemente— y califican de fascista al otro. Todo lo que había a la derecha del PSOE era el «trifachito». Tratan de establecer una corrección política. Así, con la etiqueta, ya no será necesario argumentar. Solo con el miedo al otro, y mostrándose como víctimas, creen que se garantizarán el apoyo de un parte importante de la sociedad sin que esta les exija una rendición de cuentas por la gestión.
En Cataluña estos marcos mentales están más asentados. De ahí la mayor fractura y la amarga decadencia; pero la campaña guerracivilista del PSOE y Podemos en Madrid fracasó. Quizá la eficacia de esa etiqueta, de ese señalamiento, esté menguando. Al final, las sociedades también se cansan de odiar y acaban buscando políticos con discursos más integradores.
Cuenta que es imposible entender el procés sin el papel de los medios de comunicación públicos en Cataluña. Pero, ¿qué papel han tenido estos en el proceso español?
El control de los medios de comunicación ha sido una prioridad de los actuales gurús monclovitas. De alguna manera, Pedro Sánchez adopta las ideas que tiene Pablo Iglesias sobre los medios de comunicación. A los privados e independientes, los considera una amenaza. Y los públicos, y los concertados, deben repetir el argumentario. Con la pandemia fue un escándalo. Periodistas con experiencia podían decir una cosa y la contraria según la conveniencia del Gobierno. Se pasó del «sologripismo» a la necesidad imperiosa de un mando único en un suspiro. Un día aseguraban que «no se podía saber» y, al otro, que llevaban meses trabajando contra la pandemia.
«Los indultos despertarán a un nacionalismo que estaba de capa caída por sus contradicciones y sus enfrentamientos internos. Ahora el nacionalismo ve una oportunidad real de rearmarse y volverlo a hacer, como promete, a medio plazo»
¿Y en qué medida la pandemia ha sido determinante en este segundo proceso?
La pandemia ha acelerado algunos fenómenos previos. Hemos visto al Gobierno de Sánchez más ocupado en la propaganda que preocupado por la gestión. Trató de limitar el control de las Cortes Generales y la libertad de prensa. Purgó a personas que habían advertido sobre el riesgo del coronavirus. La mala gestión era muy evidente. España lideró los peores rankings económicos y sanitarios de todo el mundo desarrollado. Primero escondieron deliberadamente la gravedad de la situación y, después, no supieron gestionarla. Los cambios continuos sobre las mascarillas, las compras de material defectuoso… Acabaron por seguir criterios más electoralistas que sanitarios. Se pasó del mando único al sálvese quien pueda. La negligente y nefasta gestión de la pandemia solo podía ser tapada exacerbando la deriva populista.
El Gobierno pronostica que los indultos a los presos del procés mejorarán la «concordia y la convivencia en Cataluña». ¿Acertarán?
Estos indultos son lo contrario de la concordia. Son su antónimo. No hay concordia sin Justicia. Despertarán a un nacionalismo que estaba de capa caída por sus contradicciones y sus enfrentamientos internos. Ahora el nacionalismo ve una oportunidad real de rearmarse y volverlo a hacer, como promete, a medio plazo. Además, el Gobierno de España ha abandonado a los catalanes constitucionalistas. Nos ha dejado a los pies de los caballos estelados. Cuando lo vuelvan a hacer, como prometen, el nacionalismo tendrá más instrumentos y, si la situación no cambia, el constitucionalismo está más débil y desmotivado.
«Quienes defienden los valores constitucionales en Cataluña son héroes sin capa ni recursos, pero, si el Gobierno de la nación sigue despreciándoles, se cansarán. Y la mancha nacionalista se extenderá aún más»
El Ejecutivo, sin embargo, acusa al PP de no ofrecer ninguna alternativa a la situación en Cataluña. ¿Por dónde pasa la solución, si es que la hay?
La solución pasa por refundar democráticamente la Generalitat, es decir, por un Govern que gobierne para todos los catalanes. Solo se conseguirá si hay un refuerzo del constitucionalismo a todos los niveles —político, económico, cultural y social—, si los partidos constitucionalistas se coordinan estratégicamente para llegar al mayor número de catalanes posibles y convertir la mayoría social en una mayoría parlamentaria, y si hay políticas de Estado para revertir la situación, para revertir el plan de Pujol. La solución pasa por un cambio metodológico: que el gobierno de España deje de equiparar políticos independentistas con Cataluña e integre, de una vez, al constitucionalismo catalán en la ecuación.
Quienes defienden los valores constitucionales en Cataluña son héroes sin capa ni recursos, pero, si el Gobierno de la nación sigue despreciándoles, se cansarán. Y la mancha nacionalista se extenderá aún más.
En el último capítulo, distingue entre nacionalismo y patriotismo, que considera un antídoto del primero. ¿Se equivocan, entonces, los que ven en el patriotismo otra forma de identitarismo nocivo?
Sí. El nacionalismo coge una única pertenencia de nuestra identidad múltiple y la convierte en un elemento beligerante y excluyente. El nacionalismo empobrece culturalmente, y ahora vemos que también económicamente. El nacionalismo es la imposición de la homogeneidad, mientras el patriotismo es el amor por la realidad plural de una nación. Al nacionalista le preocupa el pluralismo, lo percibe como un obstáculo para sus objetivos.
Sin embargo, al patriota le preocupa aquello que atenta contra la libertad de sus conciudadanos. El nacionalismo culpabiliza a los otros. El patriotismo es responsabilidad. En el libro defiendo un patriotismo de la libertad, porque la libertad no solo funciona generando prosperidad, es también moralmente superior a la no libertad del nacionalismo. Frente a los radicalismos identitarios, debemos fortalecer el alma de la libertad.