El gobierno de China fue el primero que tuvo que enfrentarse a la epidemia Covid-19 a finales de 2019 y lo hizo adoptando a partir de enero de 2020 medidas muy drásticas de confinamiento, impuestas sin contemplaciones, a fin contener e infección dentro de los límites territoriales de la prefectura de Wuhan (11 millones de habitantes) y de la provincia de Hubei (58,5 millones de habitantes).
Las severas medidas adoptadas por el gobierno lograron su objetivo de evitar que la epidemia se extendiera al resto del territorio nacional y alcanzara a cientos de millones de personas, así como contener primero y revertir después el proceso de contagio en la provincia de Hubei. Para ello fue preciso movilizar los recursos humanos y materiales de otras provincias de la República para atender la emergencia sanitaria y asegurar el abastecimiento de la población en la provincia confinada.
«Las severas medidas adoptadas por el gobierno lograron su objetivo de evitar que la epidemia se extendiera al resto del territorio nacional y alcanzara a cientos de millones de personas»
En ausencia de vacunas para frenar el letal virus, sólo las medidas de confinamiento estricto podían evitar la previsible catástrofe humanitaria que en el caso del gigante asiático podría haber alcanzado dimensiones apocalípticas, y mitigar al mismo tiempo las pérdidas económicas, acortando el tiempo requerido para recuperar cierta normalidad en el ámbito económico.
De hecho, a finales de mayo de 2020, la situación sanitaria en Wuhan y Hubei estaba controlada y aunque el PIB de China registró una caída de 6,8% en el primer trimestre de 2020, empezó ya a crecer en el segundo trimestre (3,2%), ha continuado haciéndolo a tasas cada vez más elevadas (4,9% y 6,5%) en los dos últimos trimestres de 2020 y ha iniciado 2021 con un crecimiento espectacular de 18,3%. No hay ninguna duda de que la estrategia seguida por el gobierno chino a partir de finales de diciembre permitió reducir notablemente el precio pagado tanto en vidas humanas como en pérdidas de producción y empleo.
«No hay ninguna duda de que la estrategia seguida por el gobierno chino a partir de finales de diciembre permitió reducir notablemente el precio pagado tanto en vidas humanas como en pérdidas de producción y empleo»
¿Estamos condenados a sufrir plagas?
Algunos responderán que las políticas profundamente autoritarias seguidas en China resultan inviables en las democracias occidentales. De ser cierta la afirmación, los ciudadanos en estos últimos países, España entre ellos, estaríamos condenados a soportar enormes costes en nombre de una libertad a la postre más nominal que efectiva, porque los ciudadanos occidentales hemos visto desde marzo de 2020 restringidos nuestros derechos y la libertad de movimientos durante períodos de tiempo mucho más prolongados que los ciudadanos de Hubei, y encima hemos registrado muchos más casos y tasas de mortalidad elevadas, así como pérdidas económicas mucho más cuantiosas y prolongadas. Por ello, la pregunta que deberíamos hacernos los ciudadanos en las democracias en Europa y al otro lado del Atlántico, y los españoles en particular, es por qué las limitaciones a la libertad de movimientos en nuestros países han resultado tan ineficaces y los costes medidos en vidas truncadas prematuramente y pérdidas de producción y empleo han sido tan elevados.
«La pregunta que deberíamos hacernos los ciudadanos en las democracias en Europa y al otro lado del Atlántico, y los españoles en particular, es por qué las limitaciones a la libertad de movimientos en nuestros países han resultado tan ineficaces»
Si bien las pérdidas humanas y económicas podrían haber sido sustancialmente menores en la primera oleada, de haber adoptado los gobiernos occidentales medidas preventivas y no haber sobrevalorado la resistencia de sus sistemas hospitalarios, la clave de que las pérdidas hayan acabado siendo tan elevadas hay que buscarla en la mala gestión de los procesos de desescalada.
En tanto que China no ha vuelto a padecer rebrotes generalizados en ninguna parte de su territorio desde finales de la primavera de 2020 y la población pudo retornar a una normalidad vigilada en la segunda mitad de ese año, los países occidentales han sufrido varias oleadas de contagios y sólo el inicio del proceso de vacunación en la primavera de 2021 está logrando reducir sensiblemente las cifras diarias de nuevos contagios y muertes y sentar las bases de una recuperación económica sostenible. En otras palabras, los gobiernos de los países occidentales ni tomaron las medidas preventivas apropiadas antes de la irrupción del Covid-19 tras la experiencia vivida en Wuhan, lo que agravó la letalidad en la primera oleada, ni supieron tampoco gestionar los procesos de desescalada que acabaron más pronto que tarde en nuevas oleadas de contagios.
L»os gobiernos de los países occidentales ni tomaron las medidas preventivas apropiadas antes de la irrupción del Covid-19 tras la experiencia vivida en Wuhan, lo que agravó la letalidad en la primera oleada»
Una lección que convendría extraer es que a la población de una región se la puede mantener confinada durante dos o tres meses, pero no durante un año, de ahí que para doblegar una infección altamente contagiosa y letal, como la producida por el virus Covid-19, resulte esencial aprovechar el período de confinamiento estricto para adoptar protocolos de actuación que permitan a las autoridades detectar con rapidez la aparición de nuevos brotes y adoptar medidas inmediatamente para aislarlos e impedir la transmisión comunitaria.
Ahí reside la clave para poder dar la vuelta a la situación epidémica y poder recuperar la actividad económica en unos pocos meses. Por suerte, parece que esta vez van a salvarnos las vacunas, pero la siguiente pregunta que deberíamos formularnos los ciudadanos occidentales es qué habría ocurrido en caso de que las vacunas hubieran tardado algunos meses más en estar disponibles, porque los costes humanos y económicos podrían haber resultado sencillamente inasumibles para casi todos los países. No hay mejor fórmula para preservar la libertad y minimizar las pérdidas económicas que doblegar la curva de contagios lo antes posible, incluso si ello implica emplear los instrumentos constitucionales disponibles para implementar confinamientos muy estrictos y restricciones temporales muy severas a la movilidad.
Insuficiencias de las instituciones europeas
Otra deficiencia que ya afloró en la UE, cuando nos enfrentamos a la crisis financiera de 2007-2008 y a la subsiguiente Gran Recesión (2008-2014), es la falta de mecanismos de gobernanza que permitan responder a la Unión, ante perturbaciones adversas graves, con agilidad y coordinación.
A diferencia de la Reserva Federal de Bernanke que sí respondió con rapidez y contundencia, ni siquiera el BCE supo calibrar la magnitud del reto al que se enfrentaba y tardó demasiado tiempo en adoptar las políticas monetarias adecuadas para hacerle frente. En todo caso, la epidemia Covid-19 ha vuelto a poner de manifiesto la insuficiencia de algunas de las instituciones de gobernanza de la UE para responder a situaciones de crisis. Cada país adoptó las medidas sanitarias y fiscales que consideró convenientes, y el Consejo de la UE se limitó a aprobar, tras muchos tiras y aflojas, un paquete de medidas denominado Next Generation EU que no puede considerarse un programa de reactivación económica, sino un plan a medio plazo para impulsar la transición ecológica y digital y aumentar la resiliencia de las economías europeas.
«A diferencia de la Reserva Federal de Bernanke que sí respondió con rapidez y contundencia, ni siquiera el BCE supo calibrar la magnitud del reto al que se enfrentaba»
Casi un año después de alcanzarse el histórico acuerdo del Consejo, el 21 de julio de 2020, la Comisión Europea sigue estudiando los planes que han presentado los países miembros para acceder a los 312.500 millones de transferencias y 360.000 millones en préstamos que financiará el Mecanismo Europeo de Recuperación y Resiliencia. Comparado con los multibillonarios paquetes de medidas adoptados por los gobiernos de Trump (Coronavirus Aid, Relief, and Economic Security Act or the CARES Act 2020) y Biden (American Rescue Plan Act 2021) desde marzo de 2020, del plan Marshall europeo cabe decir que llega tarde, es relativamente modesto en relación al tamaño de la economía y población, y su objetivo principal no es sacar a los países de la Recesión Epidémica lo antes posible, como en Estados Unidos, sino propiciar las transiciones ecológica y digital y aumentar la resiliencia de las economías europeas con la mirada puesta en 2030.
Abastecimiento y transición ecológica
Hay otros dos aspectos de la dimensión internacional de la epidemia, ambos relacionados con el papel de China en el mundo, merecedores de una reflexión. Me referiré, en primer lugar, a la imposibilidad de satisfacer las demandas de mascarillas o respiradores mecánicos al comienzo de la crisis sanitaria en muchos países, incluido España, una situación que puso de manifiesto las limitaciones del multilateralismo comercial al que hoy se pretende volver a toda prisa sin extraer conclusiones de la amarga experiencia.
Ningún Estado puede depender para su abastecimiento en situaciones de crisis de las importaciones chinas por al menos dos razones de peso. Primera, China es una república controlada con mano de hierro por el partido comunista que, tanto por el tamaño de su población como por su creciente peso en la economía mundial, aspira a desempeñar un papel hegemónico en el concierto internacional, y sus intereses como potencia mundial no son coincidentes con los nuestros países. Segunda, si China hubiera necesitado destinar su producción a abastecer el mercado interno, la situación podría haber provocado desabastecimiento prolongado de productos esenciales para los países occidentales en un momento crítico. Por ello, resulta indispensable que estos países cuenten con una base industrial propia y relativamente autónoma, y reduzcan su dependencia de la ‘fábrica del mundo’ para asegurarse el abastecimiento ante nuevas situaciones epidémicas o conflictivas.
En segundo lugar, la transición ecológica en que está embarcada la UE -un objetivo deseable incluso admitiendo que existe considerable incertidumbre sobre los efectos del calentamiento global a medio y largo plazo-, se convierte en un auténtico despropósito cuando se realiza de forma unilateral y sin cambiar el paso, incluso cuando se producen perturbaciones tan adversas e intensas como las vividas desde marzo de 2020 en tantos países europeos duramente golpeados por la pandemia.
Los elevados impuestos ‘verdes’, que gravan la utilización de productos fósiles y las emisiones de CO2 en la UE, incrementan los costes de producción de las empresas y el transporte de mercancías y propician la deslocalización de las plantas de producción a países con bajos salarios donde las restricciones medioambientales son mucho más laxas o inexistentes.
«Los elevados impuestos ‘verdes’, que gravan la utilización de productos fósiles y las emisiones de CO2 en la UE, incrementan los costes de producción de las empresas y el transporte de mercancías y propician la deslocalización de las plantas de producción»
A las consiguientes pérdidas de producción y puestos de trabajo en los sectores industriales de los países de la UE, hay que sumar la disminución del poder de compra de los salarios producida por la subida de los precios de la energía y otros bienes en los últimos meses.
De seguir así, el bienestar de los ciudadanos de la UE se va a seguir cayendo por la dificultad para crear puestos de trabajo y la caída de poder adquisitivo de los salarios, condenados a importar productos cuya elaboración y transporte generan más emisiones que si se hubieran producido en la UE con impuestos más bajos y regulaciones algo menos exigentes que las actuales. Dicho de otro modo, la estrategia unilateral para impulsar la transición ecológica en la UE resulta muy costosa a menos que se impongan aranceles a las importaciones para tener en cuenta las emisiones generadas en los países de origen al producirlas.
«De seguir así, el bienestar de los ciudadanos de la UE se va a seguir cayendo por la dificultad para crear puestos de trabajo y la caída de poder adquisitivo de los salarios»
Un horizonte esperanzador
El acceso de Biden a la Casa Blanca no sólo ha acercado las posiciones entre los países desarrollados en relación con las prácticas contables empleadas por las empresas multinacionales para eludir el pago del impuesto de sociedades en los países donde venden sus productos, sino que augura un cambio en la actitud de la presidencia estadounidense en otras cuestiones importantes como el cambio climático y los intercambios comerciales con China y otros países asiáticos.
Como decía hace un momento, impulsar unilateralmente la transición ecológica como está empeñada la UE ha causado ya numerosos problemas en los sectores industriales y ha reducido el poder de compra de los consumidores, problemas a los que hay que suman los efectos de la liberalización del comercio y la reducción de aranceles a las importaciones que han puesto ya contra las cuerdas a sectores industriales enteros a los dos lados del Atlántico.
«Impulsar unilateralmente la transición ecológica como está empeñada la UE ha causado ya numerosos problemas en los sectores industriales y ha reducido el poder de compra de los consumidores»
Ni las prácticas de las empresas chinas y de otros países asiáticos en materia de derechos laborales y respeto a la propiedad intelectual, ni la manipulación de los tipos de cambio para favorecer las exportaciones, ni la necesidad de asegurar el abastecimiento y la defensa de los países desarrollados en tiempos de crisis, aconsejan seguir aceptando pasivamente el desmantelamiento gradual de sus sectores industriales en Occidente. Las posiciones avanzadas por Biden en la sesión conjunta del Congreso y Senado el pasado 28 de abril, y por Yellen desde su nombramiento como secretaria del Tesoro, indican que se está fraguando un cambio de paradigma. Buena prueba de ello es que la nueva Administración estadounidense haya mantenido los aranceles impuestos por el presidente Trump a las importaciones chinas, y en materia de emisiones Biden exija que “todas las naciones deben operar con las mismas reglas, incluida China”. En el caso de la UE, un gigante económico sin gobierno, defensa y política exterior comunes, lo mejor que podemos hacer es apoyar las iniciativas de Biden en ambas materias.
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