ERC y JxCat han llegado a un acuerdo al cabo de tres meses de las elecciones. Si se tiene en cuenta que se trata de dos partidos que ya gobernaban antes en coalición, dedicarle tanto tiempo es como una broma de mal gusto.
Según el Nacional —Nuevo Govern ERC-Junts—, la hoja de ruta queda así: «Dos años de margen a la mesa de diálogo preparando en paralelo el nuevo referéndum unilateral si el Estado no responde a la amnistía y la autodeterminación.» Y subraya —Junts investirá a Aragonès…— que «el acuerdo con ERC no cierra, tal como reclamaba JxCat, la estrategia a seguir para impulsar el procés. No obstante, sí que se propone la creación de un espacio a cinco de las tres formaciones independentistas y las dos entidades».
El gobierno de España no va a ir más allá de plantear indultos, ni pensar en la amnistía, y siempre que la idea, tan repetida por los reos, de «volverlo a hacer» quede descartada por una buena temporada. Y la autodeterminación va a seguir siendo un tema de debate únicamente en artículos de fondo. De la mesa de diálogo, pues, no va a salir nada parecido a los acuerdos de Évian, con que Francia empezó a reconocer en 1962 la independencia de Argelia. Los dos años de margen no anuncian sino que dentro de dos años tendremos que volver a votar, sea en unas elecciones autonómicas, sea en otro referéndum fuera de la ley, más probable lo primero que lo segundo.
La confianza brilla por su ausencia
En el Ara aparecen cinco claves del acuerdo. El primero es que, «como hasta ahora, cada partido tendrá libertad para designar a todos los cargos de sus departamentos sin compartirlos con el socio», con lo que tendremos otro presidente que renuncia a su competencia de nombrar y cesar consejeros según su propio criterio.
«Como hasta ahora, cada partido tendrá libertad para designar a todos los cargos de sus departamentos sin compartirlos con el socio»
La evaluación sobre los resultados de la mesa de diálogo «se hará estableciendo unos criterios que, de momento, no se han pactado entre los socios», es decir que se reservan este tema para futuras controversias. «Al cabo de dos años se decidirá si ha dado suficientes frutos para mantenerla o si, por el contrario, el Proceso vuelve a entrar en una fase en la que se priorice la confrontación.» Es decir, dos años necesarios para ver si se supera la pandemia y entonces vuelven a ser posibles las grandes movilizaciones de otro tiempo.
Los tres partidos independentistas con representación parlamentaria siguen sometiendo su actuación política a dos organizaciones, ANC y Òmnium, que sólo representan a sus asociados. Los cinco se reunirán en algo llamado «Espai de coordinació, consens i direcció estratégica» y tratarán de crear un nuevo «Acord Nacional per l’Autodeterminació». Vistos desde fuera, ANC y Òmnium no pasan de ser el movimiento de masas que comparten los tres partidos, su correa de transmisión de consignas y de agitación callejera; desde dentro, en cambio, prefieren considerar que es este movimiento quien condiciona la política de gobierno.
Los tres partidos independentistas con representación parlamentaria siguen sometiendo su actuación política a dos organizaciones, ANC y Òmnium, que sólo representan a sus asociados
Siguiendo la costumbre de multiplicar los organismos y las palabras vacías, habrá una «comisión interdepartamental para “velar por la cogobernanza”, pero la última palabra la tendrá Elsa Artadi, que es quien se perfila como vicepresidenta económica de la Generalitat».
Y finalmente, en cuanto a la relación con la CUP, que no puede ser más que conflictiva, el presidente se compromete a someterse a una cuestión de confianza dentro de dos años, con lo que un mecanismo excepcional y voluntario se convierte en obligado y a fecha fija.
Guerra fratricida
Salvador Sostres, en Abc, lo llama El pacto del odio: «Era tan evidente que cualquier otro escenario resultaba catastrófico para ambos, que Junts y Esquerra no han tenido más remedio que entenderse», básicamente «por la evidencia de que en caso de repetición electoral, los resultados iban a ser muy parecidos».
«Era tan evidente que cualquier otro escenario resultaba catastrófico para ambos, que Junts y Esquerra no han tenido más remedio que entenderse»
Salvador Sostres
«No existe ningún propósito político claro en estos partidos que si aún se llaman independentistas es mucho más por el sentimiento que porque tengan alguna idea concreta de cómo conseguir la independencia.»
En otro artículo —La pequeña gente es un problema—, Sostres sostiene que «todo dependía del reparto de dos cargos muy concretos. La consejería de Economía y la secretaría de Difusión, encargada de repartir las subvenciones a los medios de comunicación. Las dos las tenía Esquerra y las dos se las ha quedado Junts». Tener la llave del dinero siempre es decisivo, pero los hay que disimulan más.
En su opinión, ERC sale perdiendo y JxCat sale ganando: «Pere Aragonès, pequeño en todos los sentidos de la palabra, (…) ha negociado al por menor (…) Con la pequeña ambición de amarrar su presidencia a cualquier precio, la ha vaciado de contenido y de recursos, sirviéndole en bandeja el Govern a Puigdemont (…) El futuro presidente ha renunciado a las carteras más importantes y se ha reservado patochadas simbólicas de nuevo cuño, como las nuevas consejerías de Feminismo y Acción por Clima.»
«Pere Aragonès, pequeño en todos los sentidos de la palabra, (…) ha negociado al por menor (…) Con la pequeña ambición de amarrar su presidencia a cualquier precio, la ha vaciado de contenido y de recursos, sirviéndole en bandeja el Govern a Puigdemont»
Salvador Sostres
Sostres augura que ERC y JxCat «irán a la guerra fratricida y a hacerse quedar mutuamente mal desde el primer instante». Nada nuevo pues: un gobierno de continuidad.
Nada del otro mundo
Joan Vall Clara, en el Punt-Avui —Si cou, cura, unionistes—, confiesa que «ni sé ni quiero saber por qué se ha tardado todos estos días en llegar adonde hemos llegado, que tampoco es nada del otro mundo». Pues si en un medio alineado con el independentismo se considera que la dilación no tiene relevancia periodística, apaga y vámonos.
«Me intriga cuántos días estará en silencio el fuego amigo, quién de los tres investidores lo abrirá primero y quién será el primero en registrar desperfectos considerables.» Da lo mismo. Esto es como la guerra fría: destrucción mutua asegurada.
«Me intriga cuántos días estará en silencio el fuego amigo, quién de los tres investidores lo abrirá primero y quién será el primero en registrar desperfectos considerables»
Joan Vall Clara
De pasada, también confiesa las ganas que tiene de ver desaparecer de la escena a los seis diputados de Ciudadanos: «Estoy entre Carrizosa, Ana Grau y Nacho Martín Blanco. ¿Ustedes les tienen la misma tirria a todos o alguno les motiva más?»
La difícil convivencia
José Antich, en el Nacional, ha quedado satisfecho, más que nadie: Un buen pacto, un buen Govern, que «restituye la confianza perdida por parte del mundo soberanista en los partidos independentistas después de un espectáculo durante estos más de tres meses que ha tenido momentos, ciertamente, esperpénticos y dignos de ser olvidados».
Aunque no puede dejar de constatar que «llama poderosamente la atención los numerosos mecanismos de coordinación y de seguimiento». ¿«Una prueba de madurez», como dice, «ante los desencuentros que necesariamente vendrán», o una muestra más de la desconfianza recíproca entre ambos partidos, que lastrará de nuevo el gobierno de coalición?
También Jordi Barbeta ve el acuerdo con buenos ojos —Un Govern vacunado—, «ciertamente podía haber ido todo mucho más rápido, pero como todo está bien si termina bien, ahora parece que, excepto los que están en la oposición, todo el mundo está contento».
«Ciertamente podía haber ido todo mucho más rápido, pero como todo está bien si termina bien, ahora parece que, excepto los que están en la oposición, todo el mundo está contento»
Jordi Barbeta
Concede que «con razón hay un cierto escepticismo con respecto a la convivencia de ERC y Junts en el Govern, teniendo en cuenta los precedentes» pero «no tendrán más remedio que acostumbrarse a convivir y a trabajar juntos». Si no lo han hecho todavía, no van a empezar ahora.
Ninguna ilusión
En el Ara, Vicenç Villatoro considera que «el soberanismo ya tiene experiencia en acuerdos in extremis» —Tancar en fals—, pero que esto suceda periódicamente significa que «las crisis se han cerrado mal»: «Dicen que al soberanismo le convendría sumar más gente. Estoy de acuerdo. Pero a veces me conformaría con que dejara de restar.»
«Dicen que al soberanismo le convendría sumar más gente. Estoy de acuerdo. Pero a veces me conformaría con que dejara de restar»
Vicenç Villatoro
Según Sebastià Alzamora —No fer-se cap il·lusió ni una—, «si algo no se desprendía de la rueda de prensa en la que Pere Aragonés y Jordi Sánchez dieron a conocer el acuerdo de gobierno entre sus respectivos partidos era ilusión», lo que no deja de ser «paradójico, tratándose de un gobierno que promete algo tan inaugural como la construcción de una nueva República (aunque es cierto que no se usó esta palabra, sino la perífrasis “pleno ejercicio de la autodeterminación”)».
Si el nuevo gobierno no es capaz de despertar ilusión ni en los medios afines, cómo debe sentirse la ciudadanía en general.
¿Y la unilateralidad?
Decepcionado está Vicent Partal, en Vilaweb —Un acord prim, dels pragmàtics, que allunya la unilateralitat—, lo que no es ninguna sorpresa desde el momento en que el normal funcionamiento de la administración autonómica es visto como un obstáculo para llegar a la independencia.
Ve el acuerdo como el resultado del «acercamiento de los sectores más pragmáticos de ambas formaciones», cuyo «objetivo evidente es evitar nuevas eleccions». Al cabo de dos años de diálogo con Madrid, «no está claro qué pasará, ni quién decidirá qué pasa». Partal no percibe ninguna «estrategia común que se pueda reconocer en el abstracto concepto de embate», lamenta que se prescinda del «mandato del Primero de Octubre» y de la unilateralidad, y que no conste «qué papel tendrá el Consell per la República». Su conclusión es que «Waterloo está más lejos que Lledoners».
«Waterloo está más lejos que Lledoners»
Vicent Partal
Le consuela, por una parte, que el pacto «en España no ha caído nada bien» y «vuelven a ponerse nerviosos», y por otra, que «la presión de la calle ha funcionado», intepretando que una conferencia de Òmnium la semana pasada y una concentración de la ANC el domingo «han creado un clima de presión sobre los partidos» que ha sido decisivo para «obligarlos a pactar».
También se puede ver de otra manera: la vuelta a escena de las, así llamadas, «asociaciones soberanistas» se ha producido cuando el gobierno de coalición ya estaba decidido, por lo que su protagonismo es más una consecuencia del pacto que su causa.
Las mismas caras, la misma competencia
En la Vanguardia, Jordi Juan —Ha costado Dios y ayuda— reconoce que «el pacto nace con un gran escepticismo por parte de la opinión pública a causa de la larga lista de enfrentamientos y agravios entre ambas partes, pero hay que conceder al nuevo gobierno el beneficio de la duda».
Lo dar cien días de gracias a un nuevo gobierno puede ser una buena costumbre en democracias más solventes que esta, pero aquí no nos podemos permitir un solo día de mirar a otro lado porque, como recuerda el mismo Jordi Juan, «Aragonès y Sànchez no renunciaron en sus discursos al objetivo final de la implantación de la República catalana».
«El pacto nace con un gran escepticismo por parte de la opinión pública a causa de la larga lista de enfrentamientos y agravios entre ambas partes, pero hay que conceder al nuevo gobierno el beneficio de la duda»
Jordi Juan
Además, porque los cien días ya casi los han gastado todos desde las elecciones del 14 de febrero. Y porque no es un nuevo gobierno sino la continuación del anterior, no corregido pero sí aumentado.
Javier Melero —¡Vivan los novios!— aporta algunas ideas para, si no entender, al menos no morirse de aburrimiento con todo el serial de discrepancias insalvables, negociaciones agotadoras y feliz acuerdo final.
Una es que el tan traído y llevado Consell per la República es «un órgano con menor legitimidad democrática que el Club Super3», otra que «empiezo a pensar que estar sin gobierno es lo mejor para el país, con infinidad de altos cargos con menor propensión de la habitual a meter la pata o a la incontinencia verbal», y finalmente que «algunos ciudadanos tenidos por sensatos (…) no acababan de ver razonable que surgieran discrepancias de entidad entre unos políticos que, se diga lo que se quiera, se parecen tanto como un atún a otro».
«El tan traído y llevado Consell per la República es un órgano con menor legitimidad democrática que el Club Super3»
No le vamos a discutir que «cuando se forme el Govern, veremos exactamente las mismas caras rotando por las conselleries y ejecutando el mismo tipo de política inflamada y de discutible competencia al que ya estamos más que acostumbrados».