Hace ya más de cuarenta años del último gobierno de Cataluña que ejerció con indiscutida lealtad constitucional, dicho sea por ir más a los principios que al principio. Fue, claro está, el de concentración democrática presidido por Josep Tarradellas, en la Generalidad recién restablecida. Sobran razones para añorarlo. Baste recordar de entonces al Dr. Ramon Espasa (PSUC) en Sanidad, o al economista Josep Maria Bricall (PSC), en Presidencia y Gobernación.
En estos meses de pandemia habrán evocado para sí, en silencio, aquellos tiempos casi en el olvido, y que sin embargo fueron los suyos. Aun sin recursos ni competencias, por traspasar aún, el gobierno de Cataluña tenía su fuerza en la autoridad moral, la autorictas clásica, fundada en la legitimidad jurídica, democrática e histórica, y con ella la ejemplar calidad cívica y profesional de sus componentes. Si se tratara de buscar modelos, valga aquel.
Con el paso del tiempo llegaron cambios, y no hay que ser viejo para darse cuenta. Pujol, tal como advirtiera Tarradellas hace esos mismos cuarenta años, no cesó en debilitar, a base de demagogia, su populismo y el saqueo —pandemias en la política—, la Generalidad, que mientras tanto crecía en recursos y poder gracias al régimen constitucional. La degradación alcanzada en todo ello, y que pese a ello prosigue, ha tomado así en el procés su expresión definitiva.
El escándalo de estos ocho meses de irresponsable gabinete en funciones, sin proyectos por cumplir ni por tanto cuentas a rendir, con elecciones en medio, incapacidad o mala fe entre los electos para concretar el escrutinio en alianzas y programas de gobierno, y la amenaza consiguiente de nuevas elecciones, resulta ser un cuadro más del retablillo, aleluyas o auca del procés, al estilo de aquellas del mundo al revés o la del Senyor Esteve en los folclores.
Pujol, tal como advirtiera Tarradellas hace esos mismos cuarenta años, no cesó en debilitar, a base de demagogia, su populismo y el saqueo, la Generalidad, que mientras tanto crecía en recursos y poder gracias al régimen constitucional
Sigue, este cuadro, al de las jornadas golpistas verificadas en la cámara autonómica entre el 6 y el 7 de septiembre de 2017, el del subsiguiente 1-O y su «mandat», el de la proclamación secesionista que no fue, el del 155 que ni garantizó neutralidad en TV3, y así sucesivamente. Pero a diferencia de tantos otros, ya pasados, el PSC tiene esta vez en su mano llaves para abrir gobiernos, y además apunta el propósito de alcanzar el volante, a corto o medio plazo.
Porque Illa y con él Pedro Sánchez, o viceversa, tienen la llave del gobierno que ERC desea, sea monocolor o bien con la participación de los comuns en el gabinete, Gabriel Rufián ha acudido al efecto a la Moncloa, estos días, donde le recibió la vicepresidenta Yolanda Díaz (Podemos), y al Congreso de los Diputados, en cuyo hemiciclo interpeló a Pedro Sánchez para pedirle la abstención del PSC a la investidura de Aragonès en solitario o con Comuns.
En el Congreso, y desde su escaño, Pedro Sánchez le remitió a Salvador Illa. Lo que trataron con Yolanda Díaz quedó en la intimidad de la cámara palaciega donde se dió el encuentro; lo propio de los alternes. Rufián, por tanto Aragonès, y Tardà como elemento más locuaz de la idea, propugnan que el PSC se abstenga en caso de investir un gobierno de ERC en solitario, o de ERC-comuns, para el que también persiguen la abstención de Puigdemont y su Junts.
E Illa, además de no atender tampoco la demanda de Rufián, al menos de modo explícito e inmediato, ha insistido en lo del remake de aquel tripartito de cuando Maragall o Montilla y Carod-Rovira. Pero viene a ser una invitación al seismo, cuando no al suicidio. El tripartito liderado por el PSC trituraría el mito del 52%, enésimo invento del procés; relegaría a ERC, y además la hundiría bajo las ruinas y los cascotes que le arrojarian desde Junts y la CUP.
El tripartito liderado por el PSC trituraría el mito del 52%, enésimo invento del procés; relegaría a ERC, y además la hundiría bajo las ruinas y los cascotes que le arrojarian desde Junts y la CUP
Pero Illa, en este tránsito, ha apuntado un gesto mucho más sugerente. Da a entender que no le apetece nada entrar, ni siquiera a replicar, en querellas o debates de independentistas. Allá ellos con lo suyo, sería la actitud, inteligente y a la vez higiénica. Le ahorra tocar temas, tópicos, mitos, marcos, campos, referencias y demás topos del lenguaje, en este caso el del independentismo, tan sobrecargados de trampas ideológicas; más que una baraja trucada.
De entrar en la partida, llevaría las de perder y, lo que es peor, daría por bueno el truco del que habría sido víctima. Asimismo, y más importante, este oportuno silencio de Salvador Illa da valor a aquello de «passar pàgina», «girar full al procés», que tanto repitió en la campaña electoral pasada. Del dicho al hecho. En la nada improbable repetición de las elecciones, el «passar a pàgina» será, más todavía, su voz de orden. También con gestos insiste de nuevo.
Miquel Iceta, mientras, «celebra la fractura del independentismo como un paso en pos de la recuperación de la convivencia», se lee este domingo en el diario bilbaino El Correo. Acto seguido, declara: «Cuando gobernó el PP estuvo a punto de romperse España, y con el PSOE lo que se ha roto es el independentismo». Por tanto, ni Illa, ni Iceta ni Sánchez auguran mayor futuro al gobierno Junts-ERC, el preferido por los independentistas hiperventilados.
«Ni Illa, ni Iceta ni Sánchez auguran mayor futuro al gobierno Junts-ERC, el preferido por los independentistas hiperventilados»
Sería, asimismo, el gobierno que, por «empantanado», Joan Tardà pronostica como «un Vietnam cada día», entre ERC y Junts. Como Aragonès o Junqueras, prefiere un gobierno de ERC en solitario, o de ERC con comuns. Pero éste precisaría la abstención del PSC a la vez que la de Junts, además del apoyo de los comuns y la CUP. Aunque Aragonés lo dio por hecho hace una semana, y Jordi Sánchez lo aplaudió, los socialistas siguen quietos, silentes.
Frente al «unilateral» Puigdemont, con el «mandat del 1-O» y su Consell per la República como suplantación insurreccional o más bien fantasmagórica de la Generalidad, daría un juego a la «bilateralidad» con el Gobierno central, en la «Mesa de Diálogo y Negociación» que, tal como acordó este febrero el Congreso de los Diputados a propuesta de ERC apoyada por el PSOE, Podemos y los diversos separatistas tratará de «la Amnistia y la Autodeterminación».
Pero todo ello abruma, asimismo en sus lenguajes. A lo malo siempre le puede suceder lo peor, como recuerda Jordi Cañas a propósito de aquel tripartito. Entre lo elusivo en Pedro Sánchez y la conclusión de Miquel Iceta que tampoco no es tal, porque el PSOE no ha roto el independentismo, ni menos aún romperá con él, tal vez el silencio de Illa sea esperanzador en estos días de incertidumbre. Se trata de no hacer más caso a ciertos juegos, tramposos.