Quienes ya tenemos una cierta edad, hemos vivido a lo largo de nuestras vidas momentos históricos muy distintos, ilusionantes y esperanzadores unos, decepcionantes y descorazonadores otros. En los años 60 y comienzos de los 70, la mayoría de los españoles sentimos como el crecimiento económico aliviaba los estómagos y mejoraba nuestra salud gracias al rápido crecimiento económico que nos acercaba a otras sociedades avanzadas y cambiaba a mejor para siempre nuestras vidas. Al fallecimiento de Franco en 1975, se inició la difícil Transición Política (1975-1982) que alcanzó un hito asombroso al aprobarse la Constitución de 1978 que sellaba la voluntad casi unánime de acabar con aquellas trágicas dos Españas que a tantos españolitos habían helado el corazón durante demasiado tiempo, y culminó con la victoria en las urnas de un renovado PSOE liderado por González y Guerra en octubre de 1982.
La Década Negra (1976-1985) asestó un duro golpe a nuestra economía y vimos cómo se desmoronaban sectores económicos completos y el paro y la inflación asomaban al unísono y con gran ímpetu su fea cabezota. La ilusionante entrada de España en la Comunidad Económica Europea en 1986 culminó una vieja aspiración, largamente acariciada por las minorías ilustradas, para anclar a la sociedad española en el seno de la Europa democrática, y la adopción del euro en 1998 confirmaba la irreversibilidad del proyecto europeo de aquellos países que adoptaron la moneda única. El largo período de prosperidad vivido entre 1995 y 2007 se vio truncado por la Gran Recesión (2008-2013) y cuando parecía que se empezaba a enderezar la situación económica irrumpió en escena el Covid-19 en el primer trimestre de 2020. La pésima gestión de la crisis sanitaria realizada por el gobierno Sánchez ha provocado la recesión económica más intensa desde la Guerra Civil en el pasado siglo.
La igualmente nefasta gestión por otros gobiernos de la pandemia en la UE y Norteamérica no excusa a nuestros gobernantes del dolor, muerte y pobreza en que han sumido a la sociedad española, porque con algo más de previsión y una gestión eficaz, no sólo podrían haberse evitado varias decenas de miles de muertes, sino que la economía española habría iniciado ya la recuperación, en lugar de estar pendiente de agarrarse a la tabla de salvación de las transferencias de la UE. No tengo ninguna de duda de que al igual que la sociedad española dejó atrás la Década Negra, volveremos a salir del profundo agujero en que estamos ahora sumidos. Pero conviene saber bien dónde estamos y a dónde queremos llegar y si contamos con líderes al frente del gobierno y de la UE capaces de comprender la gravedad del momento y la necesidad de establecer objetivos claros y políticas apropiadas para alcanzarlos.
El termómetro de la economía española
Las últimas cifras publicadas sobre empleo, desempleo y PIB de la economía española indican que la recuperación económica prevista inicialmente por el gobierno para el segundo semestre de 2020 se ha relegado al segundo semestre de 2021. El Gráfico 1 muestra la evolución del PIB desde 1995 y ya me dirán ustedes si la situación no es para preocuparse. El PIB de la economía española en el primer trimestre de 2021 (100,97) es 3,6% inferior al que teníamos en el primer trimestre de 2017 (104,78) y 3,2% inferior al del primer trimestre de 2008 (104,31). Podría decirse que, en cinco trimestres, desde el cuarto trimestre de 2019 hasta el primer trimestre de 2021, hemos perdido todo lo ganado desde el final de la Gran Recesión en 2013 hasta 2019 y volvemos a estar en la casilla de salida esperando, como en el parchís, que la suerte nos favorezca con un 5 para empezar a avanzar. El 5 en este caso son los 69.567 millones de transferencias que el gobierno Sánchez espera como agua de mayo conseguir de Bruselas para insuflar algo de aliento a un enfermo con encefalograma plano.
Los datos de empleo y desempleo que proporciona la EPA son sólo aparentemente algo más alentadores. El Gráfico 2 muestra la evolución del empleo desde 1995 hasta el primer trimestre de 2021 y como el lector puede comprobar el número de ocupados, tras el desplome registrado entre 2008 y 2013, estaba en el cuarto trimestre de 2019 (20.413.700) todavía bastante lejos de recuperar el nivel que tenía en el primer trimestre de 2008 (21.548.300).
Como el Gráfico 3 muestra con toda claridad, la caída de la ocupación (línea azul) en la Recesión Epidémica ha sido, a diferencia de lo ocurrido en recesiones anteriores, menos pronunciada que la del PIB (línea roja), pero la explicación de esta aparente anomalía hay que buscarla en que la EPA considera ocupados a todos los trabajadores que no han trabajado por enfermedad o han estado incursos en expedientes de regulación de empleo, así como a los ocupados subempleados que desean trabajar más horas y no han podido hacerlo. Pues bien, todas estas categorías han registrado aumentos notables a lo largo de los cinco últimos trimestres. Por otra parte, también ha registrado un aumento apreciable el número de inactivos potenciales, esto es, personas que no están ocupadas ni paradas, pero a las que les gustaría tener un puesto de trabajo.
No vamos a salir más fuertes
Como hemos visto al examinar los Gráficos 1 y 2, nunca se sale más fuerte de una recesión y cuanto más se prolonga esta en el tiempo más se tarda en recuperar los niveles de producción y empleo perdidos. Las políticas fiscales expansivas ayudan a paliar las consecuencias de las recesiones, pero el margen de la política fiscal para incurrir en déficits no es ilimitado y el nivel de deuda pública es sin duda una restricción importante. El Gráfico 4 muestra el déficit de las Administraciones Públicas en porcentaje del PIB desde 1995 que como puede observarse presenta dos simas notables: la primera en 2009, cuando el presidente Rodríguez Zapatero lo llevó hasta 11,28% del PIB y la segunda en 2020 con el presidente Sánchez que con 10,97% se quedó a 3 décimas des superar a su antecesor.
Los gobiernos españoles han incurrido en déficit en 23 años de los 26 años incluidos en el Gráfico 4 y el resultado ha sido un aumento imparable de la deuda pública en términos absolutos y en porcentaje del PIB que supone un lastre para la política presupuestaria de los últimos años y para la política fiscal como instrumento para combatir nuevas recesiones en el futuro. El Gráfico 5 muestra el dramático aumento que ha registrado la deuda pública expresada en porcentaje del PIB, esto es, cuánto debemos en relación con lo que producimos. Como puede verse hemos pasado en 12 años de un porcentaje de 34,91% del PIB a 122,93% en el primer trimestre de 2021, aunque la cifra será algo más alta ya que sólo disponemos de la deuda hasta finales de febrero de 2021.
El aumento de la deuda pública supone una limitación importante a la política fiscal en dos sentidos que todo el mundo puede comprender. En primer lugar, limita las opciones presupuestarias a corto plazo por la obligación de hacer frente al pago de los intereses que la deuda genera, como le ocurre a cualquier hijo de vecino cuando se endeuda para comprar una vivienda o un automóvil. El Gráfico 6 muestra la evolución de los intereses de la deuda de las Administraciones entre 1995 y 2021. Obsérvese que, en los últimos años, pese al crecimiento de la deuda, la carga de los intereses se ha reducido en términos absolutos gracias a los bajos tipos de interés y la política de compras de activos que ha mantenido el Banco Central Europeo. Pero esa situación cambiará a lo largo de esta década y el pago de intereses puede resultar insoportable. De momento, entre 1995 y 2020, las Administraciones Públicas han desembolsado 619.611 millones para pagar los intereses que ha generado, Para hacerse una idea de la magnitud de estas cifras, basta con reparar en que el esfuerzo realizado por el conjunto de las Administraciones Públicas en inversión pública (formación bruta de capital fijo) fue 28.228 millones en 2020. Díganme ahora si hace falta cobrar peajes a los usuarios de las autovías o son otros los gastos que hay que recortar para cuadrar las cuentas de las Administraciones. Algo está claro: la situación resulta insostenible.
En segundo lugar, la economía española, hipotecada por esta enorme deuda acumulada desde 2008, va a tener serias dificultades para implementar políticas fiscales anticíclicas en futuras recesiones. Estamos a merced del aire que sople en los mercados financieros y de las ayudas que pueda prestarnos el BCE para frenar vendavales en los mercados de deuda como los vividos en 2012. En un contexto en que los tipos de interés de los bancos centrales sólo pueden subir, se puede afirmar que estamos jugando con fuego sobre una pila de heno.
Con respiración asistida
La economía española está en la UCI y sobrevive gracias al respirador del BCE y la esperanza de que lleguen las transferencias de la UE para impulsar la recuperación. Esperemos con estas ayudas y las vacunas dar la vuelta a una situación sanitaria y económica gravísima, como espero que este repaso de la situación económica a comienzos de 2021 nos haya permitido constatar. Varías cosas deberían quedarnos claras:
- Primera, los españoles no vamos a salir reforzados de la Recesión Epidémica sino muy debilitados y altamente hipotecados.
- Segunda, conviene tener muy presente que las ayudas de la UE son transitorias y que una subida de tipos de interés de los bancos centrales en los próximos años puede dejar la economía española expuesta a nuevas turbulencias en los mercados de deuda.
- Tercera, las cuentas de las Administraciones Públicas son insostenibles y el asunto no es culpa sólo de la Recesión Epidémica, sino que viene de largo.
El gobierno de España debería tener tres objetivos centrales en este momento. Primero, acelerar el proceso de vacunación para posibilitar la normalización de la vida social y de la actividad económica lo antes posible. El Reino Unido ha dejado a España fuera de la lista de destinos seguros para sus ciudadanos. Segundo, gestionar eficazmente las ayudas de la UE, y para ello hace falta, por las razones que expuse en mi artículo de la semana pasada en este diario, revisar a fondo y precisar el Plan de Recuperación, modernización y resiliencia enviado a Bruselas. Y, tercero, resulta indispensable reducir el gasto de las Administraciones Públicas, así como su composición, para lograr que las cuentas públicas sean sostenibles a medio plazo, y el gasto público sirva también para aumentar la productividad y la competitividad de las empresas. Tiene el gobierno Sánchez abundante trabajo por delante, pero a la vista del Plan enviado a Bruselas no sabemos si le faltan conocimientos o ganas de trabajar. Quizá ambas cosas.
[…] ANÁLISIS / La economía española está también en la UCI […]