El escritor, periodista y traductor catalán Ignacio Vidal-Folch no solo es uno de los intelectuales más respetados del panorama patrio, sino también uno de los que menos reparos ha tenido en mostrarse abiertamente crítico con la dimensión reaccionaria del nacionalismo catalán. Este rechazo al separatismo volvió a quedar ayer de manifiesto en una extensa entrevista publicado en el diario El Mundo y llevada a cabo por el también periodista catalán Iñaki Ellakuría. En ella, pese a que abordan numerosos asuntos, destaca el análisis de Vidal-Folch sobre la situación catalana.
Así, el escritor recuerda el temprano desagrado que le produjo escuchar a Jordi Pujol en los años 80. «Yo por primera vez vi y escuché a Pujol cuando gobernaba Arias Navarro, los partidos aún eran ilegales pero ya se veía que el Régimen no se podía sostener. Había tremenda efervescencia e ilusión. Pujol se presentaba, clandestina pero toleradamente, en un piso abarrotado de la Diagonal de Barcelona. Le escuché. Le comprendí. Me espantó. Mucha gente salió encantada pero ya en ese momento inicial vi en él el chovinismo cutre, el complejo de superioridad por haber nacido en un sitio determinado, esa falta de aire, esa pequeñez», relata.
La necesidad de un «psicoanálisis colectivo»
Y es que, a su juicio, «había y hay en el nacionalismo un componente psicopatológico, un complejo de superioridad y de inferioridad, al que se suma el resentimiento que ha impuesto la crisis del 2008 y la cancelación de un futuro mejor». ¿Cómo solucionarlo? Pues, dado que ello requiere un «psicoanálisis colectivo», Vidal-Folch cree que «habría que enviar trenes llenos de psiquiatras a Cataluña». «Por ejemplo», aclara, «para entender cómo y porqué la idea, tan simple, tan tonta, tan carpetovetónica del nacionalismo ha afectado también a personas inteligentes y cultivadas, no sólo a los ignorantes y necios».
Pese a todo, el escritor piensa que ha sido interesante asistir al procés «para ver físicamente lo que ya sabíamos por los libros de Historia: lo extraordinariamente fácil que es manipular a una sociedad adulta y madura». Y es que solo se necesitan «cuatro mensajes bien repetidos» y un «poco de dinero bien repartido». «Pero al mismo tiempo», matiza, «es una aventura condenada al fracaso, porque aunque España sea un país tan tonto que financia generosamente a quienes se declaran sus enemigos…aunque sea una casa de tolerancia en ambos sentidos de la palabra, no es tan tonto que vaya a permitirse perder el 20 por ciento del PIB».
Barcelona pierde frente a Madrid
Finalmente, subraya que, pese a que el separatismo mantenga el poder en Cataluña, no es un modelo de éxito pues ha acarreado «pérdida de prestigio, pérdida de empresas y decadencia cultural». «Es un fracaso, pese a que intente ocultarlo todo su espacio mediático. El mundo de la cultura es otro ejemplo, es muy raro encontrar en Madrid a nadie que te diga que desearía vivir hoy en Barcelona, cuando a la inversa sucede continuamente. Tenemos muchos ejemplos», resume.