Desde hace años, un texto de Félix Ovejero sobre la naturaleza reaccionaria del nacionalismo catalán ha circulado con profusión en las redes sociales: Ciudadanos, mestizos de pura cepa. Ahora, el fenómeno se está repitiendo con el prólogo que ha escrito para ¿Somos el fracaso de Cataluña?, un libro en el que el profesor Ivan Teruel narra la historia de los catalanes provenientes de otras partes de España e ignorados por el nacionalismo oficial. Dicha introducción, que ha sido publicada completa en la revista Letras Libres y parcialmente en el blog satírico Dolça Catalunya, es una presentación de la obra de Teruel pero también un contundente análisis de los resortes por los que el separatismo catalán lleva décadas discriminando a la mitad de la población.
«Las vicisitudes que nos cuenta [Teruel]», explica Ovejero, «las han vivido muchos: pequeñas vejaciones, condescendencias, reproches por parecerse a los suyos y elogios por esforzarse en dejar de ser como ellos. La apestosa lluvia fina que sostiene a todos los totalitarismos y que, en Cataluña, ha conseguido algo inaudito: que una minoría privilegiada se presente como víctima de los excluidos, a quienes desprecia y humilla». «Porque esa es la sorprendente realidad», prosigue, «los que mandan se describen como explotados. Y muchos se lo creen. También los humillados y despreciados. Inaudito».
Manipulación del lenguaje
A continuación, Ovejero expone la manipulación del lenguaje practicada por los nacionalistas: «“Emigrantes” era otro más de los productos de la factoría léxica del nacionalismo. Como “normalización”, “lengua propia” o “Estado español”. Ni una puntada sin su hilo. Ninguna palabra era inocente. Se había acabado el trato natural con las palabras y las cosas, el democrático poder del pueblo con el mundo, pues, como nos recordara el autor del Quijote, sobre la lengua “tiene poder el vulgo y el uso”. Una meditada ingeniería cuyo objetivo prioritario era quebrar la fraternidad entre los españoles. Las semillas estaban sembradas. Jordi Pujol sistematizó la doctrina que inspiraba la mampostería palabrera».
Xenofobia recurrente
Es entonces cuando Ovejero recuerda el racismo del expresident: «En 2004 desarrollaría la idea: «Tenemos que cuidarnos [del mestizaje], porque hay gente que lo quiere, y ello sería el final de Cataluña. La cuestión del mestizaje […] para Cataluña es una cuestión de ser o no ser. A un vaso se le tira sal y la disuelve; si se le tira un poco más, también la disuelve. Cataluña es como un árbol al que se le injertan constantemente gentes e ideas desde hace siglos; y eso sale bien siempre que no sea de una manera absolutamente abusiva y que el tronco sea sólido». Sin olvidar que esa xenofobia es también extensible al resto del separatismo. «Otros le ayudarían a perfilar el cuerpo doctrinal racista. Echen un rato en Google y los encontrarán: Heribert Barrera, Oriol Junqueras, Núria de Gispert, Quim Torra. Todos con mando en plaza. No locos tuiteros», explica el filósofo.
Las instituciones al servicio de la construcción nacional
En cuanto al proceso de construcción nacional, Ovejero señala que se llevó a cabo durante décadas gracias al conjunto de las instituciones. «Y así funcionó la maquinaria institucional durante décadas. Lentamente se fue construyendo la nación desde las instituciones, a espaldas de la mayoría de los catalanes realmente existentes. Un día nos dijeron que la identidad nacional de Cataluña nada tenía que ver con la identidad de los catalanes y otro, que la lengua propia de Cataluña no era la lengua de los catalanes», relata. Y añade: «El proceso de exclusión y depuración identitaria se desarrolló sin tregua con la complaciente mirada de los grandes partidos españoles, cuando no con su complicidad: la política catalana era la política de los catalanes fetén, de los nacionalistas».
Una historia sin ficción
Finalmente, Ovejero resalta el carácter verídico y documentado de todo lo que ha expuesto: «No hay sombra de literatura en lo que acabo de contar. Cada afirmación está avalada por solventes estudios. Lo ha documentado uno mil veces. Pero qué quieren que les diga, al final, uno se cansa. Cuántas veces se ha mostrado con argumentos y datos el despropósito moral y clasista de la inmersión lingüística, las mentiras sobre las balanzas fiscales, el funcionamiento de los Estados federales, las sentencias del tribunal de La Haya o las constituciones del mundo que incluían el derecho de autodeterminación. Pero las mentiras y los despropósitos se repitieron una y otra vez».
La falacia del Estatut
En este sentido, recuerda la instrumentalización nacionalista de la sentencia del Estatut: «Ahí sigue, incólume, la más grande de todas, la que ha sellado el guion de nuestra política nacional de los últimos años: el procés como reacción a la sentencia del Constitucional, como justa respuesta al desprecio español a la disposición catalana para el diálogo. A nadie parece importarle que la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatut se dictase en el verano de 2010 y que en la Diada de septiembre de ese año se manifestaran poco más de 14.000 personas y al año siguiente, menos aún, unas 10.000». Y concluye: «Pero, como decía, da lo mismo. Como si llueve. No hay más ciego que quien no quiere ver».