Advertía la filósofa Simone de Beauvoir que ‘bastará una crisis política, económica o religiosa para que los derechos de las mujeres vuelvan a ser cuestionados’. Sus palabras parecen casi una radiografía de la situación actual. La pandemia ha impactado fuertemente en la economía y el empleo, ha puesto al límite la salud pública y ha provocado desgraciadamente, una reducción de los servicios públicos. Además, ha reforzado las situaciones preexistentes de marginalidad e injusticia.
«Durante la pandemia, muchas mujeres se han visto sobrepasadas por el trabajo ‘invisible’ del hogar y han tenido que hacer, no pocos malabarismos, para mantener la productividad en un contexto donde la conciliación sigue siendo un mito y cuando no, simplemente, un privilegio».
Los escasos apoyos por parte del estado y la inflexibilidad de muchas empresas ha situado a las mujeres en una encrucijada que, pese a no ser desconocida, sí que emerge en un nuevo contexto. Durante la pandemia, muchas mujeres se han visto sobrepasadas por el trabajo ‘invisible’ del hogar y han tenido que hacer, no pocos malabarismos, para mantener la productividad en un contexto donde la conciliación sigue siendo un mito y cuando no, simplemente, un privilegio.
Es evidente que reducir el discurso a una ‘cuestión de mujeres’ no es del todo exacto. En términos de igualdad de género, el siglo XXI no es perfecto, pero es más que obvio que muchos roles se han flexibilizado y que también existen hombres que están afrontando situaciones similares. Es difícil estimar cómo será la vida después de la COVID-19, sin embargo, atisbo alguna sospecha: la libertad de la ciudadanía disminuye mientras el estado no es capaz de cumplir con sus obligaciones.
A vísperas del 8 de marzo, es normal que estas reivindicaciones se quieran trasladar a las manifestaciones del movimiento feminista. Entiendo la rabia y comparto parte de las reivindicaciones. Sin embargo, creo que obviar el contexto sanitario actual no otorgará al movimiento feminista mayor coherencia y credibilidad en sus demandas y recorrido social.
«Participo en las manifestaciones del 8M desde hace varios años y este año he decidido que no lo haré. Al igual que otras feministas, soy consciente de que hay muchas vidas en juego»
Participo en las manifestaciones del 8M desde hace varios años y este año he decidido que no lo haré. Al igual que otras feministas, soy consciente de que hay muchas vidas en juego, de que no todas las personas tienen una atención médica adecuada en estos momentos y de que la COVID-19 es letal también para el empleo, la educación y el progreso social. En este sentido, no es necesaria la sospecha de que todas las feministas sean unas imprudentes. A lo largo de estos meses, como otras personas, he sido testigo de los esfuerzos de multitud de mujeres para sostener el mundo, su trabajo, sus familias… Muchas de ellas eran afines a los valores feministas y otras, en cambio, nunca han pensado en definirse como tal.
Independientemente de su militancia, han resistido los embistes del virus y han fomentado algo tan extraordinario como es la solidaridad.
«El agradecimiento a todas las mujeres que han estado sosteniendo la vida, se seguirá haciendo desde casa. Esa será mi manera de reivindicar que no quiero mujeres con miedo, solas, precarizadas y sumisas».
Considero que en un momento donde se están descongestionando las UCIs, las residencias de mayores empiezan a recibir visitas, los centros de día recuperan su normalidad y muchos negocios han vuelto a abrir, hay que seguir resistiendo, hay que seguir siendo generosas. Para mí, esa resistencia y generosidad, así como el agradecimiento a todas las mujeres que han estado sosteniendo la vida, se seguirá haciendo desde casa. Esa será mi manera de reivindicar que no quiero mujeres con miedo, solas, precarizadas y sumisas.
No hay que perderse en apariencias. Debemos ampliar la discusión y evitar los intereses identitarios y partidistas que planean sobre las manifestaciones del 8 de marzo. Hay una ruptura en el movimiento feminista y dos visiones enfrentadas, más ideológicas que generacionales. Unas y otras requieren de la univocidad para salvaguardar la idea de un feminismo puro, verdadero, auténtico… Y sí, este 8M parece la fecha indicada para batirse en duelo, para sacar pecho y mostrar hacia donde giran los apoyos.
«Nadie será peor feminista por quedarse en casa en plena emergencia social».
Hay quien calienta la calle para no responsabilizarse de sus propias competencias. Esa hilaridad moviliza, pero también condena al movimiento feminista al fanatismo. Así que, por si alguien no lo tiene aún claro ahí va un pequeño recordatorio: nadie será peor feminista por quedarse en casa en plena emergencia social.
No falta tampoco quien instrumentaliza a los colectivos bajo fines partidistas, trazando absurdos criterios de inclusión y exclusión. Carmen Calvo es una fiera en esto. Es bastante ridículo ver a sus seguidoras responder a posicionamientos dogmáticos con argumentos igualmente doctrinarios. Es necesario apostar por métodos más didácticos y coherentes para incrementar el interés y la confianza por el feminismo, al margen de otros intereses. Necesitamos dar ejemplo y no hacer perder el tiempo haciendo el ridículo.
«Es necesario apostar por métodos más didácticos y coherentes para incrementar el interés y la confianza por el feminismo, al margen de otros intereses. Necesitamos dar ejemplo y no hacer perder el tiempo haciendo el ridículo».
Y bueno, para qué engañarnos, también existe una respuesta reaccionaria al feminismo. Resulta difícil entender cómo mientras se coarta el derecho a manifestación de la ciudadanía a propósito del 8M, se permitan concentraciones fascistas o manifestaciones negacionistas de la COVID-19, donde algunos manifestantes acudían sin mascarilla y no respetaban la distancia de seguridad. Si los llamamientos a la responsabilidad no son objetivos y se prestan a cuestiones ideológicas, asistimos entonces a un ejercicio de antidemocracia.