El secesionismo catalán siempre ha dedicado ingentes esfuerzos a exportar un relato sobre Cataluña en el extranjero coincidente con sus tesis. Sin embargo, no todos fuera de España parecen dispuestos a adquirir de manera acrítica su visión del problema. Este ha sido el caso del prestigioso semanario británico The Spectator, que este lunes ha publicado un tribuna en la que el analista Jim Lawley critica la «cultura del agravio» cultivada por el nacionalismo catalán.
«Escocia, declaraba el Times en 1856, es «manifiestamente un país en búsqueda de agravios». Lo mismo podría decirse de Cataluña, que ha celebrado elecciones regionales esta semana», arranca el artículo de Lawley. Seguidamente explica que, un siglo más tarde, tras la transición, se trató de corregir esos errores históricos otorgando a la región unos poderes de autogobierno sin precedentes. «Desde entonces, la autonomía de Cataluña ha aumentado aún más. Hoy en día, entre otras competencias, tiene poder en educación, su propio cuerpo de policía, servicio de salud y canales de radio y televisión».
Falta de sentido histórico
No obstante, el texto relata que, desde entonces, lejos de disminuir, la lista de agravios no ha dejado de crecer. «Durante las últimas cuatro décadas, tanto los medios de comunicación como los programas escolares han fomentado la sensación de que Cataluña es un país diferente y han promovido una narrativa de victimismo», denuncia Lawley. Se trata, según él, de toda una generación escolarizada exclusivamente en catalán que se ha «empapado de una versión selectiva y distorsionada de la historia catalana». Pese a ello, afirma, la «facilidad con la que algunos separatistas afirman que la España democrática moderna somete a Cataluña a una represión de tipo franquista sugiere el poco sentido histórico que tienen».
Por otra parte, el artículo no olvida criticar el «mensaje subliminal» presente en las previsiones meteorológicas de la televisión catalana, que «muestran el Mediterráneo occidental pero excluyen la mayor parte de la Península Ibérica», dando a entender que Cataluña no forma parte de España. Asimismo, recuerda que los «separatistas se refieren ahora habitualmente al resto del país como «el Estado español» en el mismo tono de voz que los nacionalistas escoceses se refieren a “Westminster”».
Corrupción y cultura clientelar
Lawley también reseña que, aunque Cataluña nunca ha sido un estado independiente, la comunidad ha sido dotado de algunos instrumentos propios de un país soberano, incluyendo varias «embajadas» en capitales extranjeras. Además, «a medida que se ha ido concediendo más autonomía, se han ido añadiendo capas de administración dotadas de un número cada vez mayor de empleados públicos, lo que ha fomentado la corrupción y la cultura de la dependencia».
Finalmente, Lawley se pregunta por el futuro de Cataluña tras las elecciones del pasado domingo. «Si, como parece probable, finalmente surge otro gobierno independentista de las negociaciones postelectorales que ahora comenzarán, ¿qué podrá hacer durante los próximos cuatro años cuando no hay una hoja de ruta que conduzca a la independencia? La respuesta, por supuesto, es que puede ir pasando el tiempo y seguir añadiendo alegremente nuevos agravios a su catálogo de «agravios»», pronostica.