El efecto Illa en medio del caos

El candidato socialista a la presidencia de la Generalitat, Salvador Illa. EP.

No pienses en un elefante, dicen, y te viene a la mente. Cuidado con el efecto Illa, dicen, y ya crees que el efecto se va a producir.

«Desde el día que anunció su candidatura se ha convertido en el centro de la política catalana», decía Salvador Sostres en el Abc el jueves 28 —Midnight Illa—. El único efecto por ahora es el golpe de efecto que ha producido su presencia en la carrera por la presidencia de la Generalitat.

«Es la primera vez desde la recuperación de la democracia que la mayoría independentista está, por lo menos, en el alambre.» Tal vez es pecar de optimismo, porque si está en el alambre, y lo está sin duda, es más debido al hartazgo por el proceso que a una alternativa antiindependentista que haya convencido a una mayoría de electores.

En el mismo sentido se expresó Sostres en el Diari de Girona el 31 de diciembre —Tornar a començar—: «Illa es la primera oportunidad seria que Cataluña tiene de salir del deprimente lodazal donde agoniza de decadencia y asco.» Aunque también reconocía que «es poco probable que un pueblo tan vencido y extraviado como el catalán demuestre de golpe alguna voluntad de salir adelante y alguna inteligencia».

Sobre el carácter del hasta ahora ministro de Sanidad, ofrecía esta observación: «Los socialistas pueden tener muchos defectos y pueden haber cometido muchos errores, pero lo que nunca han hecho es poner un secretario de organización que no sepa cortar todas las cabezas que haga falta y sin salpicar.»

Puede haber bastante de cierto en este elogio: «Illa, con sus formas amables y su fondo de dureza, tiene la habilidad de saber fluir en medio del caos, de infundir confianza sin generar rechazo y de que nadie pueda verlo como un enemigo.» Pero no será suficiente para vencer con comodidad.

El aguante de Illa

Es relativamente lógico que desde el independentismo en el gobierno se haya visto la candidatura de Salvador Illa con un cierto temor, ya que alguien capaz de pronunciar unas cuantas frases de las de sujeto, verbo y predicado puede causar estragos en el escenario político catalán, donde los discursos se construyen a base de evasivas y de interjecciones.

Incluso han llegado a relacionarla con el litigio en torno a la fecha: «Si los socialistas no querían las elecciones el 30 de mayo, es porque saben que la figura de Illa aguanta unas semanas pero no aguanta cuatro meses», declaraba Joan Canadell (JxCat) —El PSC té pressa…— en el Punt-Avui el pasado día 25.

Margalida Lee, en el Diario de Baleares, el viernes 29, apunta que «no habrá ningún efecto Illa, lo que hay es un efecto “desaparición de Ciudadanos”», y señala este hándicap del candidato socialista: ¿Quién votaría a un político relacionado con la mayor tragedia que hemos vivido?: «La gestión de la pandemia por el Gobierno y el ministro Illa ha sido, en el mejor de los casos, muy mejorable, pero aunque hubiera sido buena, ningún catalán quiere tener de presidente a una persona que le recordará constantemente un episodio que, por un mecanismo psicológico de supervivencia, queremos aparcar cuando antes.»

Podría tener algo de cierto si la pandemia fuera cosa del pasado, pero como va a seguir presente por bastante tiempo, también cabe argumentar en sentido contrario. Muchos electores pueden preferir a alguien que ha vivido los problemas relacionados con la pandemia desde el puesto de mando, antes que otros cuyos reflejos son más rápidos en la polémica que en la gestión.

Administrar las necesidades básicas

Josep M. López de Lerma se deshace en elogios del candidato socialista en el Diari de Girona el sábado 30 —El “factor Illa”—, de quien dice que «quiere que la concordia, el entendimiento, la cordura y la serenidad retornen a Cataluña» y que «nunca ha hecho un feo a nadie, ni tampoco pronunciado una palabra disparatada».

Sin duda se trata de alguien que «se encuentra en las antípodas del tactismo usado por JxCat, PDECat, ERC y CUP, las franquicias gregarias creadas por independentistas a base de subvenciones y ayudas a fondo perdido, su narcisismo y singularmente de las huellas etnicistas de algunos de ellos», pero falta comprobar si hay tanta gente como cree López de Lerma que «quiere canjear la imaginada República por buena administración de las necesidades básicas». Hay ideologías que puede ser muy resistentes a los cambios y muy impermeables a los argumentos.

Incluso muchos electores, conscientes de que un retroceso electoral del independentismo en su conjunto va a ser interpretado como un desencanto colectivo, pueden sentirse estimulados a reincidir en el voto prescindiendo de las propuestas concretas y de su posibilidad de aplicación.

Polarización entre socialistas y postconvergentes

Andreu Claret, en el Periódico, el jueves 28, anuncia un duelo histórico entre Illa y Puigdemont: «A medida que se aproxime el 14-F, los comicios serán un duelo entre dos. Entre un expresidente de la Generalitat que encarna mejor que nadie la confrontación con el Estado y un exministro que se inscribe en la tradición pactista del catalanismo.»

Puede que no sea mucho más que un deseo, pero si acaba siendo verdad y se impone «una dinámica de polarización que beneficia más a Puigdemont que a los republicanos», volveríamos, después de muchas vueltas y muchos episodios deprimentes, a los años 80 y 90, cuando convergentes y socialistas se repartían el país.

Aunque, como espera Claret, las formaciones menores van a perder espacio —excepto en los extremos: Vox y CUP—, no van a perder tanto como garantizar una cierta estabilidad: «Ni el PSC ni JxCat tienen asegurada la presidencia de la Generalitat.» Por consiguiente, si no todos, algunos deberán desdecirse de ciertas afirmaciones que animan la campaña y negociar con quien convenga. O bien pueden limitarse a dejar pasar el tiempo, y al final acabaremos votando otra vez en mayo.

Dado que puede haber al menos hasta ocho partidos presentes en el Parlamento, estaría bien que empezaran a hablar de sus respectivas políticas de pactos; pero seguramente es pedir demasiado.

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