En el Nacional se hacen eco de un artículo del Wiener Zeitung del viernes 29 —Katalonien: Neuwahlen im Schatten der Pandemie— según el cual «las elecciones catalanas del 14 de febrero vuelven a ser un plebiscito sobre la independencia, porque las formaciones soberanistas han conseguido imponer nuevamente este relato de campaña».
Nada sorprendente, y tampoco es una novedad. Han estado toda la legislatura dando vueltas a la independencia como objetivo primordial e irrenunciable, y reiterando la voluntad de repetir la intentona de 2017 con el explícito lema «lo volveremos a hacer». Ni siquiera ante algo tan grave como la pandemia nos hemos librado de una propaganda a base de supuestos indemostrables. Con la independencia habríamos actuado antes y no tendríamos tantos muertos ni tantos infectados, decía la portavoz del gobierno de la Generalitat en abril de 2020.
Desde la primera consulta de noviembre de 2014 todas las elecciones —incluso en el Barça o la Cámara de Comercio— son vistas como un enfrentamiento entre partidarios y contrarios a la secesión, y todos los resultados electorales se leen en clave de bloques. Y así será hasta que las facciones independentistas, dado que discrepan en todo, entiendan que no están condenadas a gobernar juntas y se decidan a pactar con otras fuerzas, es decir a volver a la política, algo que por ahora parece muy lejos.
El peligro de la abstención
La participación bajará considerablemente, por razones obvias, pero si la abstención es escandalosa, la lectura plebiscitaria será imposible. Y lo más grave es que también se hará imposible un gobierno estable, sea de un signo o de otro. Es inimaginable un gobierno de concentración, que es lo que haría falta para afrontar tanto el reto sanitario como el económico. Por poco que dure el primero, y no parece lo más probable, el segundo va a durar años.
Un gobierno fuertemente ideologizado y un Parlamento propenso al alboroto no es lo que el país necesita. Lo que conviene es un replanteamiento serio de las prioridades, al margen de la interminable confrontación territorial. De momento no es un buen augurio que entre los 14 retos para después del 14-F que presenta Nació Digital no haya una palabra sobre industria ni turismo.
No todo el desánimo es efecto de la pandemia
Mârius Carol, en la Vanguardia, el sábado 30 —¡A las cosas, a las cosas!—, empieza a advertir que ésta puede ser una campaña perdida: «Al miedo a contagiarse de los electores, se suma el temor a que el resultado electoral no sirva para mejorar la ineficiencia de nuestras instituciones.»
Si no existiera la pandemia, no hay duda de que la abstención también aumentaría, debido al hartazgo ante las continúas referencias a un proceso ya fracasado, como rechazo por el desgaste que supone ese proceso para el país entero, y en protesta por el bajo nivel de la clase política en general, incapaz no ya de ilusionar sino ni siquiera de hacerse entender.
Sentencia Carol: «La pandemia ha puesto contra las cuerdas a la economía y se echan en falta liderazgos potentes y estrategias eficaces. En Catalunya eso resulta especialmente evidente. El independentismo no puede anclarse en el realismo mágico y los no independentistas tienen que hacer un esfuerzo por empatizar con el soberanismo, porque Catalunya necesita de todos los catalanes.» El problema de los planteamientos guerracivilistas es que sueñan con la aniquilación o el silencio del adversario y estamos tardando mucho en despertar.
Ahora nos obligan a votar
Volviendo al artículo del diario austríaco, en él se afirma que todos los partidos y votantes confían todavía que el TSJC acepte el aplazamiento de las elecciones a finales de mayo. Si el gobierno de la Generalitat realmente quería suspender la convocatoria del 14 de febrero, algo que no está previsto por la ley, debería haber buscado el encaje normativo adecuado, puesto que no basta el escueto decreto 1/2021 —«Se deja sin efecto la celebración de las elecciones al Parlamento de Cataluña convocadas para el próximo 14 de febrero de 2021»—. Pero ya no hay nada que hacer. El TSJC ha anunciado que en la resolución que dará a conocer el lunes 1 de febrero anulará el decreto y por consiguiente se mantiene la convocatoria.
No queda más remedio que lanzarse a la campaña, durante la cual los políticos deberían intentar dar lo mejor de sí mismos pero suelen conseguir lo contrario, máxime en Cataluña, donde las correrías sin rumbo fijo por el limbo independentista generan continuamente proposiciones vacías. La participación de los líderes presos y ahora oportunamente gratificados con el acceso al régimen abierto contribuirá a mantener el país en la foto fija del 2017.
Jordi Cuixart, recién salido, ha pedido, como era de esperar, llenar las urnas de papeletas soberanistas y ha denunciado como «operación de estado» la decisión del TSJC de suspender el aplazamiento electoral: «Los mismos poderes que nos encarcelan por votar el 1-O, ahora nos imponen la fecha del 14-F».
Añádase al argumentario, un poco de melancolía, como la que Narcís Comadira aporta en el Ara —Finals de gener—: «Febrero nos traerá unas elecciones (…) forzadas por la intervención del Estado con la inhabilitación del presidente Torra por la nadería de una pancarta. Unas elecciones que no decidirán nada, porque aquí no decidimos nada. Todo lo deciden en Madrid. Ya no sé por qué hacemos elecciones. Si los resultados no gustan, pues se llama al poder judicial y se inhabilita a quien sea. Cataluña debe volver al buen camino, a la humillación de la posguerra. Todo el mundo callaba. Esto es lo que tenemos que hacer, los catalanes: callar, callar y callar.»
Resumiendo, el independentismo, aunque se presenta dividido en media docena de candidaturas, comparte una visión fatalista sobre la política catalana: Estamos sometidos a un Estado que nos impide votar cuando queremos y nos obliga a votar cuando no queremos; estas elecciones no nos permiten decidir nada importante, y en cuanto a la gestión, en cualquier área de gobierno que se considere, no hay nada de qué hablar porque sólo con la independencia se podría percibir qué buenos gobernantes somos.
EN LAS CUATRO ELECCIONES EN CATALIÑA DE 2019, DEJARON EL SEPARATISMO MÁS DE 300 MIL VOTANTES Y, AHORA NO VA A SER DIFERENTE PORQUE FUERON EMBAUCADOS Y ENGAÑADOS