La gestación por sustitución, también conocida como gestación subrogada y de un modo despectivo como ‘vientres de alquiler’, constituye un debate donde se enredan lo biológico, lo ético y lo económico. Recurrir a la polarización cuando estamos ante una discusión que se plantea en términos complejos, no augura respuestas satisfactorias a sus interrogantes. Al contrario, lo que facilita es que estemos a merced de figuras que exageran, mienten o manipulan para asegurar su relato, su fanatismo. Ante ello, es importante promover la curiosidad y comprender si lo que pensamos sobre la gestación por sustitución es resultado del conocimiento, los prejuicios o la subjetividad identitaria de ‘los míos’. No olvidemos que el conocimiento y la ética constituyen una brújula para elegir qué y a quién defiendo, así como para establecer los límites y asegurar los derechos.
Dicho lo anterior, quiero defender a continuación tres ideas que pueden resultar incómodas sobre la gestación por sustitución. En mi opinión, creo que las cuestiones que voy a exponer aquí tendrían que ser discutidas en pro de una regulación de esta práctica, especialmente teniendo en cuenta su alcance global y el interés superior del menor.
1. Apostar por una gestación por sustitución de tipo altruista no impide la explotación de la persona gestante. Hay quien rechaza la gestación por sustitución en términos comerciales, pero no si la motivación por parte de la gestante es altruista. Sin embargo, el altruismo no es condición suficiente para asegurar que la persona gestante reciba un trato digno y por tanto, exento de abuso y explotación. Asimismo, podríamos reformular esta cuestión de otro modo. Presuponer que el único modelo de gestación subrogada lícito y deseable es aquel donde no existe una prestación o compensación económica puede ser una forma de autoengaño. Los esfuerzos legislativos de los estados deben dirigirse a evitar la explotación, el abuso y el trato indigno, independientemente de que los padres intencionales o la gestante apuesten por un modelo comercial o altruista.
La gestante rompe con la normatividad sexual del ‘debe ser’ y se desvincula del bebé. Con ello, la maternidad como relato instintivo y natural prescribe
2. La gestación subrogada no constituye per se un acto de maldad y tampoco una conspiración del patriarcado para explotar el cuerpo de las mujeres. Señalar que toda práctica de gestación por sustitución constituye una ‘explotación reproductiva’, un ejercicio de ‘tráfico de personas’ o una expresión de ‘falta de ética’ por parte de padres intencionales es una forma demagógica de reforzar la desinformación y los estereotipos.
Conviene sospechar de tales afirmaciones por su carácter categórico, dado que en la mayoría de los casos no analizan las condiciones ni prevén alternativas sobre cómo impedir una supuesta ‘explotación reproductiva’ al margen de la prohibición. Defender la criminalización de la gestación subrogada puede tener sentido cuando existe un contexto de abuso, explotación y necesidad. Es decir, cuando estamos ante un daño objetivo o el proceso retroalimenta la feminización de la pobreza. Sin embargo, las voces que abogan por una prohibición trasnacional parecen estar más interesadas en imponer un código moral sobre la gestación que en edificar, teniendo en cuenta los avances científicos y jurídicos, una ética común y plural sobre la reproducción y sus posibilidades.
De modo similar, catalogar a las gestantes como ‘alienadas’ o apuntar que exclusivamente acceden a la gestación por sustitución por ‘razones económicas’ constituye otra distorsión interesada de dicha práctica. Estudios recientes recogen conclusiones muy interesantes sobre la personalidad de las gestantes en los procesos de gestación por sustitución, señalando, por ejemplo, que son más asertivas y tienen menos niveles de ansiedad y depresión que una muestra normativa (Lorenceau et al., 2015). Hablamos de autonomía cuando decidimos ser madres y cuando renunciamos a serlo, pero ¿por qué sospechar constantemente de la autonomía de quien elige gestar libremente para otros?
La ejecución y la responsabilidad de la gestación y con ello, de la maternidad, ya no recae en un único agente
Antes de presuponer cómo deberían sentirse las gestantes y hablar por ellas, pero sin ellas, sería interesante conocer más sobre sus experiencias (Yee et al., 2019; Yee et al., 2020). La agencia sobre el propio cuerpo no puede depender de lo que un grupo considere ofensivo. Generalmente, los movimientos feministas y los colectivos LGTBIQ que se oponen a la gestación por sustitución expresan su rechazo en términos de políticas de género. Si bien no puede negarse que el dinero y el género pueden ser elementos claves en los procesos de gestación por sustitución, e incluso en el negocio de la reproducción asistida, es como mínimo discutible restar importancia a la autonomía personal y por tanto, a la soberanía corporal.
3. Es ciertamente reduccionista afrontar el debate sobre la gestación por sustitución como un problema biomédico. Esto es, como un proceso para paliar o evitar la frustración de los deseos de paternidad y/o maternidad, ya sea en parejas homosexuales, heterosexuales, personas trans o personas solteras.
Pensar la gestación subrogada requiere poner los derechos de las mujeres en el centro, prestando especial atención a los derechos de las gestantes. Nótese que esto es sensible al pensamiento y activismo feminista, pero también a la vivencia cultural que como sociedad tenemos de la maternidad. Atendiendo a este enfoque, la regulación favorable de la gestación subrogada constituye una ruptura con el tradicional arquetipo femenino, en concreto, con esa idea de que la maternidad debe constituir la única experiencia de realización personal para las mujeres.
No olvidemos que el conocimiento y la ética constituyen una brújula para elegir qué y a quién defiendo
La gestante rompe con la normatividad sexual del ‘debe ser’ y se desvincula del bebé. Con ello, la maternidad como relato instintivo y natural prescribe. Es precisamente este enfoque el que considero que resulta bastante incómodo tanto para grupos conservadores como para otros que se definen como progresistas: la gestación deja de ser un destino para las mujeres, el monopolio de la feminidad.
En definitiva, la gestación y el cuidado se reformulan; y pierden su valor característico ante el desarrollo de las tecnologías reproductivas. En ese sentido, nos encontramos ante dos nuevos escenarios simbólicos. Por un lado, la gestación por sustitución, entendida como una técnica de reproducción asistida, deja de ser un acto íntimo y doméstico. Lo procreativo se convierte en un acto público, en una cadena médica e incluso en una mercancía romantizada por las agencias que ejercen de intermediarias.
La intimidad entre la gestante y los padres intencionales está fuertemente marcada por un acuerdo, por un contrato. Esta es la realidad que se pone de manifiesto y que debe ser estrictamente garantista para todas las partes.
En segundo lugar, la ejecución y la responsabilidad de la gestación y con ello, de la maternidad, ya no recae en un único agente. Dicho de otro modo, se agrieta como proceso biologicista y por tanto, se abre paso a otros contextos en cuanto a la filiación y la crianza.