Oriol Junqueras, con una lucidez tardía que brilló por su ausencia en 2017, afirma, en una entrevista en el Nacional el pasado jueves 14, que ningún país ha llegado a la independencia con el 50% en contra.
Uno no tiene más remedio que preguntarse dónde estaba realmente Junqueras cuando el gobierno del que era vicepresidente proclamó la independencia. ¿No le pasó por la cabeza entonces lo que ahora, tan enfáticamente, afirma?: «Sólo es posible conseguir la independencia si somos muchos, si somos cada vez más, si somos cada vez más fuertes. Y eso se hace con grandes consensos, sumando cada vez más gente, hablando con todo el mundo.»
Identifica su apuesta por el diálogo con «lo que han hecho antes que nosotros Nelson Mandela en Sudáfrica, Gerry Adams en Irlanda del Norte y el Sinn Féin en Irlanda». Tal vez debería dejar que fueran otros los que establezcan paralelismos. Ponerse él mismo tan pronto al lado de grandes personajes es aquello de vender la piel del oso antes de haberlo cazado.
Como un maestro de escuela que se dirige a unos alumnos que han experimentado un fracaso, y como si él no hubiera tenido nada que ver, ahora nos ilustra así: «¿Qué hemos aprendido? Que hay que tener suficientes consensos en la sociedad, que hay que tener suficiente fuerza democrática a nivel institucional, entre los agentes económicos y sociales, en todos los ámbitos, para hacerla efectiva.»
Respecto a sus rivales electorales, opina que «la vía del señor Canadell [o sea la de JxCat] aleja a demasiada gente del proyecto independentista y lo hace pequeño y perdedor» y que «este PSC está en nuestras antípodas [no así el PSOE, que suele recibir el apoyo de ERC en Madrid] y nuestro objetivo es volver a ganarle como en las tres últimas elecciones». Y sigue con una frase que, según como vayan las cosas, habrá ocasión de reprocharle: «Si gana Esquerra, el PSC ya puede ir escogiendo qué sitio quiere en la oposición.»
Si, para volver a liarla, JxCat mira a corto plazo, ERC mira más a medio plazo, y esa es la diferencia que se va a dirimir en las próximas elecciones dentro del electorado independentista. Más o menos pronto, estaremos en las mismas: «El Estado tiene que saber que la negativa a negociar un referéndum, si perdura en el tiempo, desembocará en una nueva actuación unilateral del independentismo.»
Los que están a favor prevalecen
Al mismo día siguiente, viernes 15, Vicent Partal se apresta a llevarle la contraria afirmando que no es cierto que ningún país se haya independizado con la mitad de la población en contra. Y pensar que decían: esto va de democracia. Pues no, otro eslogan que ya está amortizado. Si antes se trataba de obtener una mayoría rotunda, ahora ya no importa tanto, porque el tema no lo va a estropear una jornada electoral adversa.
Tratando de relativizar la importancia de un apoyo mayoritario y al mismo tiempo de menospreciar el interés que ERC manifiesta ahora por ampliar la base electoral del independentismo, Partal repasa algunas secesiones acaecidas en el siglo XX en Europa para concluir que la mitad más o menos de la población estaba en contra. No se entretiene en discutir hasta qué punto esto es deseable y entiende que «en cualquier decisión política importa cuánta gente está a favor, no cuánta gente está en contra», lo que no deja de ser implícitamente un aviso a los que están en contra de la independencia para que se mantengan alerta y no caigan en la pasividad.
Cita el caso de la independencia de Finlandia en 1917, decidida por una cámara de representantes «por 100 votos a favor y 88 en contra», y sin referéndum posterior que la validase. Lo que no dice es que en ese momento el Gran Ducado de Finlandia era escenario de una guerra civil entre «rojos» y «blancos», los unos apoyados por la Rusia bolchevique y los otros por Alemania. La independencia finlandesa fue un efecto colateral del colapso del imperio ruso y no un ejercicio de buenas maneras democráticas.
Asimismo, la recuperación de la soberanía de las repúblicas bálticas no se explica sin la caída del comunismo y la descomposición de la URSS. Y los casos de Croacia, Bosnia y Montenegro hay que entenderlos en el contexto de la última guerra balcánica, habiendo acordado ya las potencias vecinas la disolución de Yugoslavia. Normalmente los referéndum se hacen para sancionar una situación de hecho, no para entrar en una dimensión desconocida, donde «todo está por hacer y todo es posible», una idea desafortunada que ha tenido demasiado éxito en Cataluña.
En definitiva, Partal, aunque entiende que se puede discutir «si es factible o no hacer la independencia con la mitad de la población en contra», rechaza que se afirme que «algo no es posible si los datos contrastables evidencian que el argumento no se corresponde en modo alguno con la realidad». En realidad, la mayoría de la población, más que la independencia o la dependencia, suele apoyar la finalización del conflicto cuanto antes.
La conclusión debería ser otra. No hay leyes que se puedan aplicar a todos los procesos de independencia, no hay constantes históricas que los determinen inflexiblemente, cada caso es único; pero todos —excepto la disolución de la unión entre Noruega y Suecia en 1915— tienen lugar en un contexto bélico. Por consiguiente, más allá de las discusiones sobre cuánto apoyo se requiere de la población, debería interesarnos de qué están hablando cuando nos hablan de independencia.
en las elecciones del 2019 hubo un 42% de separatismo no se trata de la mitad contra la otra mita